Unicasola voz construida al margen del bobo
en cuya argamasa está el latido zurdo de la miseria,
la nochera ración de carne alquilada,
un pardo chamuchina de guitarra,
la exclusiva escenografía de un patio
con movida luz que le manda un candil mugriento
y un absoluto arrabal inventando un oeste de rosas.
En su urdimbre está el queco inicial, el suncho,
la edad preesquinera, el todo que era nada,
la orilla pretérita con lunapucho
y de cuando, compadre, el cielo
se ponía una sarta de nubes pardas
como quien se pone un pañuelo.
Un celma contra la noche tajeando la distancia
signa su instalación, de pasada.
Tiene un misterio de cadera ardida.
Después sobrevino un tiempo de organito
cordoneador de itinerarios aprendidos
a la hora en que la tarde se pone ojeras
y una fantasmagoría de muros aborta
sombras en triángulos.
El barrio sucedido ya había dado
el corralón sureño y el compadre,
una primera muerte, y el conventillo.
Nadie puede decirme la fecha numerada
en que se hizo voz y sangre de mi Buenos Aires.
Ni quién lo trajo.
Por las mías me digo que el tango
tiene la misma edad que el aire.
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