Al cabo de casi un año de inactividad, "de pensar constantemente", una de las mayores deidades porteñas filosofa sobre los temas que más lo preocupan, y recorre su pasado, al que le es fiel porque allí nacieron sus amores de siempre. Pausado y sedentario ("soy un gordo medio holgazán"), discurre sobre sí mismo y advierte que algún día él mismo decidirá retirar a Pichuco de circulación
Aníbal Troilo está sentado muy erguido en una silla del comedor de su casa (en realidad, dos departamentos unidos entre sí, que ocupa con Zita, su mujer, en la calle Talcahuano, a metros de la avenida Córdoba). A tono con la tarde, bochornosamente calurosa, el maestro opta por la comodidad y la frescura: salió a recibirme con piyama tipo bermudas y chinelas.
La primera parte de la entrevista, que consta de dos, transcurre en el impecable living, que desemboca en un largo y coqueto balcón techado —es un ventilado décimo piso a la calle— y tiene como ocasionales espectadores a la cantante de tangos Alba Solís, al compositor Cátulo Castillo y la ex actriz Amanda Ledesma, todos amigos de Pichuco. Zita Troilo oficia de coro casi sin parar: su voz afectuosa y sus gentilezas de buena anfitriona impregnan el living: "¿Querés un cafecito, nena? —me dice—. Y vos Pocholito, ¿con sacarina, no?"
El hogar de los Troilo suele ser muy concurrido, y aunque Pichuco se empeñe en suponer que es fácil localizarlo, "porque estoy siempre en casa", la realidad supo demostrarme lo contrario. Este reportaje fue hecho, como dije, en dos encuentros, y entre una y otra cita transcurrieron tres semanas. Es que, en el ínterin, la pareja debió viajar un par de veces a Mar del Plata para organizar sus vacaciones, que según me contó luego Troilo se interrumpirán el 20 de febrero: debe regresar a Buenos Aires.
A pesar de la aparente calma chicha que parece rodearlo, don Aníbal estuvo muy activo en los últimos tiempos, ocupado en preparar su próximo espectáculo —Simplemente Pichuco— que habrá de estrenar el 12 de marzo en el porteño teatro Odeón. Será un reencuentro con la escena y con el público, tras nueve meses de obligado reposo a causa de su operación en la cadera; Troilo está impaciente bajo su máscara de deidad oriental.
Campechano, para nada me pareció un hombre simple. Es más, me sorprendió su prolijidad a la hora de recordar fechas y detalles, y la extrema atención con que escuchaba mis preguntas. Es obvio que a él no se le escapa nada, aunque regale un aire de señor impertérrito. Hombre de pocas palabras y gestos mínimos, sólo de tanto en tanto se permite entornar sus ojitos, que pueden ser expresivos, como para enfatizar alguna respuesta. Parece gustoso de juguetear con sus manos pequeñas, muy pulcras, extremadamente blancas.
De frente a una enorme fotografía que exhibe un primer plano de su cara veinte años atrás, de pronto recita en voz baja (que es una manera de hablar) el monólogo que prologará su próximo espectáculo teatral:
"Buenos Aires, 1914 —Troilo muerde cada sílaba—, Cabrera entre Laprida y Anchorena. Una casa humilde, pobre. Adentro un racimo de viejos amigos al lado de don Aníbal; esperando, claro. Y llegó: ¡Macho!, dijo la partera. Don Aníbal golpeó la mesa, dicen, y se derramó lo que tal vez fuera una premonición, el vino. Había nacido Pichuco. ¡Simplemente Pichuco!".
"Gracias a Dios este fin de año me pescará bien parado, con la cadera sana y unas ganas bárbaras de trabajar. Resulta que yo soy reumático desde que tenía diez años, pero iba tirando. Hasta que el año pasado la cosa se puso fea porque me descubrieron una pequeña artrosis en la cadera: ahí empezó mi calvario. Como yo tenía que trabajar durante sesenta días en Mar del Plata, me ametrallaron con un tratamiento a base de cortisona: ciento veinte inyecciones que terminaron por devorarme la cabeza del fémur. Ya no sabía qué hacer con mi pobre cuerpo: si me sentaba veía las estrellas, si me paraba dolía todavía más. Así que de regreso en Buenos Aires tuve que operarme. El equipo médico que me atendió era extraordinario. ¿Quiere creer que no sentí nada ni durante ni después de la intervención? Recuerdo que mi mujer me acompañó hasta la puerta de la sala de operaciones y que mientras ella charlaba para entretenerme, yo tenía la mirada perdida en el techo. Al rato, mejor dicho cuando yo creía que había pasado un rato, pregunté: Y, ¿cuándo me acuchillan? Entonces un médico me dijo que ya había pasado todo. No podía creerlo... Pero, ¿de veras que no la aburro con todo esto? Bien, entonces le sigo el cuento.
"Permanecí cuarenta días en el Hospital Italiano, con Zita a mi lado, como un vigía. Médicos y enfermeras me mimaron como a una criatura. Un día se reunieron veinte doctores alrededor de mi cama para hablar de tango. Por poco sabían más que yo, me enloquecieron a preguntas y recuerdos. La convalecencia fue larga y me mantuvo apartado del trabajo casi todo el año. Pero ya estoy con fuerzas para reanudar la actividad.
"Le tengo fe al nuevo espectáculo. Será sencillito, puro tango. Pero quisiera que guste por la gente que me acompañará; todos ellos profesionales que conocen su oficio. La animación, a cargo de Juan Carlos Palma; actuarán el ballet de Juan Carlos Copes, Alba Solís, Edmundo Rivero, Tito Reyes, mi orquesta y el cuarteto. Tengo planeado hasta el mínimo detalle. ¡Cómo será que por las noches me desvelo y sigo pensando, corrigiendo ideas! Eso sí, en el trabajo soy muy exigente; detesto la improvisación. Imagínese, ya tengo sesenta años y llevo cincuenta en este asunto. El bandoneón me atrapó de pibe: fue un amor a primera vista que nació por pura casualidad un día de picnic.
"Siento verdadero fanatismo por el teatro, tanto que soy un convencido de que mis últimos días transcurrirán sobre un escenario. Pero falta mucho para eso, creo que tengo para rato; yo mismo decidiré el momento de retirar a Pichuco. Sin embargo, durante buena parte del 74 no hice sonar el bandoneón para nada, ni ganas tenía. De veras me sentí muy mal.
"Eran otros tiempo, los músicos trabajaban sin parar desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana. Cabarets, clubes, la radio. Tocábamos hasta que se iba el último mamado. Yo he vivido más con los músicos que con mi mujer. Hasta los domingos a mediodía se trabajaba; el público llenaba las radios. Después, bastante tarde íbamos a comer ravioles a la casa de doña Felisa, mi madre. Ella amasaba para toda la barra de amigos, grande y ruidosa. Después íbamos a la cancha, a ver a River. Desgraciadamente, soy hincha de este equipo... pero ya no voy a la cancha. Dejé hace cinco años, cuando murió mi gran amigo Paquito. Murió en mis brazos el pobre, y vea qué cosa: Paquito era de Racing, pero como estaba siempre conmigo, de puro solidario me acompañaba. Las carreras también fueron mi debilidad. ¡La pucha! Entre la rula y los caballos se me fueron las tres cuartas partes de lo que gané en mi vida. Yo entraba al casino y jugaba a lo que viniera, creo que hasta a la bolita. Pero, menos mal, me Mamé a sosiego hace rato. Vea, yo fui un volcán y a mi señora le hice mil perrerías; pero ya hace como diez años que soy otra persona. Sólo abandono mi casa para ir a trabajar o cuando decidimos comer afuera; después, la rutina.
"La gente ahora está un poco desapegada, antes era distinto. Todo era distinto: la manera de tocar, la manera de sentir, las mujeres... Yo me acomodo a la época y tengo buenos amigos, más jóvenes, de otra generación. Sin embargo reconozco que en los afectos la cosa es distinta. Será porque yo soy muy cariñoso, muy afectivo. Antes las sobremesas eran un rito y los amigos de fierro. Hasta la noche cambió. ¡A mí no me va a decir que lo de hoy merece llamarse la noche porteña ¡Vamos! Antes se tocaba a la parrilla, sin escribir ni instrumentar. Ahora, y desde hace más de treinta años, los muchachos estudian, se preocupan, se perfeccionan. En este sentido la música se ha beneficiado.
"Tal vez usted tenga razón, estoy algo nostalgioso, pero hay una realidad: la comunicación antes era más sólida, se rendía culto a la amistad. ¡Qué quiere que le diga, en muchos aspectos me siento fuera de onda! Yo soy un gordo tranquilo, medio holgazán, y hoy todo el mundo está apurado, todos corren, se atropellan. A veces me asomo al balcón y ver la calle me asusta: gente que se insulta, que se trompea, bocinazos a toda hora, choques, aglomeración. Años atrás era un placer ir al hipódromo: las carreras servían de excusa para almorzar con amigos, para charlar y bromear.
Daba gusto ese solcito.
"Mar del Plata me gusta mucho; dentro de unos días nos instalaremos allí para pasar las vacaciones. Zita es una enamorada de este balneario, tanto que allí no le duele nada. Nos vamos a playas apartadas para respirar aire puro y tomar sol; claro, yo tengo que cuidarme porque mi piel es muy delicada. De todos modos, siempre voy a la playa bastante protegido; soy muy coqueto, ¿sabe?, y excesivamente pudoroso. Es que tengo conciencia de mis kilos y no me gusta que me estén mirando. Allí la gente no me deja tranquilo, por eso debo moverme en auto aunque prefiera caminar. Calcule, hay veraneantes que vienen del interior del país y que no tuvieron oportunidad de ver personalmente a la gente del espectáculo. Entonces se acercan a uno, le hablan, le dicen cosas lindas. A mí me halaga que la gente me reconozca, me hace sentir muy bien... Viera los chicos qué cariñosos son: me dicen que me quieren mucho, me besan, me agarran de la mano. Yo tengo un imán especial con los chicos, siempre me han seguido.
"Al cine voy poco, de fiaca nomás. El otro día, cuando me fui por un fin de semana a Mar del Plata, estuve por ver 'Dos contra la ciudad', una película con Jean Gabin y Alain Delon. La verdad, me interesaba conocer a Delon porque nunca lo vi actuar, pero hizo un frío bárbaro aquella noche y me quedé en casa; no había llevado abrigo.
"Resulta que mi mujer estaba entusiasmadísima con un hermoso chalet frente a la playa; era grandísimo, con diez camas y un jardín de sueño. Yo traté de disuadirla porque ella iba a trabajar como loca. Usted no la conoce a Zita; quiere hacer todo sola: cocinar, limpiar, cuidarme... y no se puede. Mírela, esta planchando una camisa, ya sirvió el café, atiende el teléfono... Tenemos dos mucamas: una salió a comprar el diario hace tres días y todavía no volvió; la otra viene cuando le da la gana.
"Con la cuestión de que tenía que operarme, me sometieron a una dieta estricta: bajé doce kilos y me desintoxiqué. Ya ni recuerdo el gusto del whisky; ha de ser porque en esta etapa no tenía compromisos de trabajo. La noche es larga, generalmente liego una hora antes al sitio en que actúo y para hacer tiempo tomo una copa; a veces dos, tres. Créame, el whisky me entona, contribuye a que me sienta más seguro. Sí, no me mire de esa manera, le digo la verdad. Siempre estoy nervioso antes de empezar un espectáculo: como el primer día. Pienso que por una cuestión de responsabilidad, de respeto al público."
—En su orquesta han cantado muchos de los mejores intérpretes de tango. Eso se debe, averigüé, a que usted también sabe cantar, y muy bien.
—Y sí, antes entonaba bastante bien y a los que cantaron conmigo los fui haciendo a mi manera. Trabajábamos juntos en los arreglos, en las adaptaciones. Fueron trece y cada uno en su estilo resultó excelente; le haré el itinerario: Fiorentino, Amadeo Mandarino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón, Aldo Calderón, Ángel Cárdenas, Roberto Rufino, Roberto Goyeneche, Elba Berón y Nelly Vázquez.
—A pesar de ser usted el papá artístico de tantos excelentes vocalistas, ¿es de los que creen que como Carlos Gardel no hubo ni habrá otro igual?
—Sí, por supuesto. Estoy convencido. Ese hombre era un superdotado: tenía rostro, figura, talento, simpatía y una voz fuera de serie. Creo que mientras se escuchen los discos de Gardel nadie podrá hacerle sombra. Además, él era un adelantado a su época hasta en la manera de vestir. ¿Se fijó que en las fotos y películas sus trajes parecen modernos? Pensar que tenía planeado abandonar su carrera para dedicarse a producir películas. .. Naturalmente lo conocí: me lo presentó el maestro De Caro en 1932; yo era un pibe cuando se estrenó 'Melodía de arrabal' en el Porteño, de la calle Corrientes. Aquella tarde sufrí un accidente en la entrada del cine: una señora que descendía de un taxi me golpeó con la puerta y por poco me mata. Tuvieron que llevarme a la Asistencia Pública, pero no bien me curaron fui a vérmelo a Carlitos y le conté lo que me había pasado. Todavía me parece verlo, tan simpático, divertido por cualquier cosa. Hablaba en capicúa. Decía, por ejemplo: ¿Qué te parece, pibe, qué te parece? ¿Vio esa sonrisa de costelete y la dentadura que tenía? ¡Cómo para olvidarlo!
—Y de las mujeres que cantan tango, ¿cual le gusta?
-—Nelly Ornar. Es Gardel con polleras, se ofenda quien se ofenda.
—¿Comparte la evolución que ha hecho Astor Piazzolla?
—Como músico sí, como tanguero no. Se ha apartado del tango completamente. Ya en la época que hacía arreglos para mí se perfilaba como un genio. Pienso que la mayor virtud de Astor es haber sido consecuente consigo mismo, cosa que trae muchos dolores de cabeza. Claro que el estilo de Piazzolla dio lugar a que surgieran un montón de cuartetos y sextetos que no se sabe lo que tocan. Yo no creo en el tango pasado de moda y en el tango nuevo. Tango hay uno solo: el buen tango. A los jóvenes les gusta y les gustaría más si se lo promocionara más. En vez, se le da manija al tralalá y a esos espantosos jingles que atrofian el oído. A mí, personalmente, me sacan de las casillas, con todo que soy pachorriento.
—¿Qué opina de Los Beatles?
—No los conozco.
—¿No tuvo curiosidad de escucharlos?
—Es que esa clase de música no me importa. Aparte del tango me intereso por el folklore. Me gusta escuchar a Yupanqui, a Mercedes Sosa; oír la guitarra de Falú. También me gusta la música clásica. Antes iba a los conciertos, cuando venía Rubinstein o Tchaikovsky. Hará unos veinte años, o más, me regalaron un par de entradas para ver dirigir a un niño precoz: se llamaba Pierino Gamba. El concierto se realizó en el Gran Rex. ¡Bárbaro! El pibe tenía a los de la orquesta en jaque, ya que los músicos se le querían avivar. A mí me impactó mucho el muchachito, que ahora es un director del montón; ha de tener más de cuarenta años. Tanto me impresionó que aquel día fui caminando por !a platea hasta el escenario, sin darme cuenta, para admirarlo y aplaudirlo de cerca.
"Para mí nunca estuvo separada la noche del día; porque soy un tipo esencialmente familiar, querendón y afectivo. En eso mi madre me apoyó mucho, con todo que yo vivía al revés. Pero ella era maravillosa, comprensiva, amiga de mis amigos; esa clase de ser humano que se alegra con la alegría de los otros. Usted me pregunta qué otra debilidad tengo además de la música. Le diré: Zita es mi otro gran amor. Hace treinta y seis años que estamos juntos y nos casamos cuatro veces. Vía México, por civil, por iglesia, ¡qué sé yo? Ella me acompañó siempre con una gran dignidad y eso que no fui un santo; ya le dije que los hombres de la noche somos querendones. Así y todo mi familia me quiere mucho. Está la hija de Zita de su anterior matrimonio, que es como mía, que creció a mi lado; están los nietos que ella nos dio y que me adoran. Yo me comunico muy bien con los pibes, y con mis nietos descubrí que además de cariño les inspiro admiración: por mi manera de pensar y de sentir, porque me saben justo, incapaz de una mala acción... Es que a mí me pasaron las mejores cosas y yo soy agradecido. Quien no sabe agradecer es un mal tipo.
"Mientras estuve internado pensé mucho, ¡Bah!, yo siempre pienso mucho, tengo una maquinita en el cerebro. Pero quiero decirle que permanecer en cama me permitió recapacitar acerca de infinitas osas. El hospital me a la gente que sufre, entendí lo que significa estar enfermo, depender de otros. En agradecimiento a todos esos médicos que luchan para aliviar el dolor de sus esperanzados pacientes, compuse Caliente, poema que recitaré en el Odeón. Le daré un pequeño anticipo, comienza así:
Milonga linda, chiquita,
bien empilchada, rasposa,
caliente como baldosa
que le da el sol de verano;
caliente como aquel tano
que lo afanaron debute,
como el loco farabute
que dijo macho y dio el grito;
caliente como Benito
pintando en Pedro Mendoza.
—¿A usted le gusta escribir?
—Sí, tengo muchas cosas sin publicar. Estoy dispuesto a contar mi vida en un libro que se encargará de coordinar Horacio Ferrer He vivido tanto, tengo tantas anécdotas... Tuve la suerte de ponerle música a las letras de Homero Manzi y Cátulo Castillo, grandes poetas. Hace un rato, justamente vino a verme Cátulo; por una vez hice a la inversa: compuse primero la música y ahora él escribirá la tetra.
—Esta especie de reposo del guerrero que estuvo obligado a llevar por razones de salud, ¿no le produjo aburrimiento?
—Ya lo creo. Me aburrí mucho, sobre todo durante la convalecencia, porque me costaba andar y moverme. Y eso que ésta es la casa del pueblo; ya se habrá dado cuenta de que siempre viene gente. Y sí... leí bastante, escuché música, miré algo de televisión, poquito porque es un desastre la televisión, ¿Vio?
—¿Qué lee?
—Los diarios. Es una obligación estar informado, aunque más valdría vivir en el limbo. Uno se siente tan impotente leyendo los diarios; el panorama cada vez es más oscuro, de manera que me cuesta dejar de ser pesimista. Aparte de los diarios leo los libros que me trae Augusto Bonardo, gran amigo. El suele dar en la tecla: me elige novelas entretenidas, historias policiales, cosas que me distraigan, que me hagan pasar el rato.
—¿Por qué ha viajado tan poco?
—No me gusta, prefiero quedarme aquí; eso de hacer valijas y trasladarme me da pereza. Conocí Colombia, Nueva York, Washington, Madrid.
—Y ya que estuvo en España, ¿no sintió curiosidad por conocer a París?
—Fíjese que no. Es que Madrid me decepcionó, la vi muy provinciana... Con todo que siempre fui un admirador del movimiento artístico español. Le hablo de la época en que era popular 'La niña de los peines', Manolo Caracol y tantas otras figuras de renombre. Vea, creo que a la primera orquesta que intentaron contratar para ir al Japón fue a la mía, de eso hará unos veinte años. Siempre me negué. Resulta que el contrato estipulaba permanecer allí setenta días y viajar otros tantos. Hace poco estuve con Carlitos García, el gran pianista, que estuvo en Japón dos meses y medio y me contaba que algunos días recorría no menos de mil kilómetros. ¿Se da cuenta? ¡Mil kilómetros por día! Claro, las rutas serán formidables y los transportes muy cómodos, pero yo no estoy para esos trotes. Y aunque lo hubiera estado, ya le dije, prefiero quedarme en mi país, no salir de casa. Como dice el tango: a mí dejame en mi barrio.
—O sea que usted puede ser definido como un hombre de gustos simples, sin mayores ambiciones.
—Eso es. Me conformo con lo que tengo; nunca tuve veleidades, pero tampoco jamás me privé de nada. Si me hubiera interesado el dinero me habría preocupado de no quemarlo en el juego... Me gusta vivir bien, en una casa cómoda, tener ricos vinos y mejores cigarros. Soy goloso, adoro la buena mesa y aquí se come muy bien porque mi señora cocina como los dioses. Ahora ya menos porque con este físico la ropa no me cae bien; pero de muchacho era loco por las pilchas. Llegué a tener cien trajes y me cambiaba tres veces por día. Siempre tuve al mejor sastre. Hoy, ya ve, soy menos pituco, prefiero andar así, en piyama.
Dionisia Fontán . Fotos: Osvaldo Dubini
Revista Siete Días Ilustrados ("Mágicas Ruinas")
17.01.1975