Me gusta este artículo escrito por la Profesora argentina de baile de tango,
Andrea Uchitel, que además es doctora en biología, se ha especializado en ecología, y visita muchos países del mundo dando clases de baile. Tiene un intenso curriculum y creo que vale la pena echarle una mirada a la nota que escribió en la
Revista argentina de Musicología, además del acierto que simboliza el título de la nota.
El que baila
esencialmente escucha
Andrea
Uchitel
En este
texto exploro la relación de los bailarines de tango con la música y cuento
algunas
intimidades de lo que sucede en las milongas. Quien baila, escucha; y lo que
escucha y
cómo lo escucha es motor y sentido de su baile. Su encuentro en el abrazo,
sus
movimientos y pasos tangueros son directamente influenciados por la particu-
laridad de
cada orquesta, y eso lo/la identifica. Me gusta pensar que cada tango es
un paisaje
musical que dura tres minutos. Las parejas lo recorren de forma siempre
renovada. En
la milonga, lo que se escucha y lo que se mueve son parte de lo mismo.
Palabras
clave
: tango,
baile social, orquestas, bailarines, musicalidad.
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Andrea Uchitel en una clase de tango |
Una manera
simple e intuitiva de pensar los estilos musicales es permitirse
percibirlos
como paisajes. Generalizando, habría paisajes homogéneos y calmos (interpretados
por las orquesta de Di Sarli, Fresedo, De Angelis), regulares y rítmicos
(Tanturi, Biagi, D’Arienzo, Canaro), irregulares, huracanados, suspendidos (Salgán,
Troilo, Pugliese, Stampone). Los bailamos, los recorremos. En las milongas se bailan
cuatro cuadros de un mismo estilo o época por tanda.
La música
inunda todos los rincones, es una de sus propiedades expansivas.
Todo lo toca
y a todo le confiere su vibración, su humor, su espíritu. Así, cada
orquesta con
su particularidad despierta de inmediato en los bailarines (aún en los que
siguen sentados) una forma de sonrisa interna, un tono muscular y una reactividad
distintos. Con Di Sarli, hay algo de liviandad y de romanticismo, sobre todo en
sus instrumentales, y es delicado y la pista toda es un mar manso de abrazos.
Con Canaro,
la pisada se vuelve más a tierra, como si esa sonoridad cambiara
la densidad
del cuerpo, su peso. Con Pugliese, en cambio, se ven islas en pausa, extensiones
sigilosas, roces profundos y ataques repentinos. En cada paisaje, los movimientos
del tango, que son los mismos, y los de cada bailarín y bailarina, adquieren
otra picardía, dicen otras cosas.
La música
inspira y facilita el encuentro entre el dúo, y también en la pista,
donde aúna
el espacio entre las parejas y favorece cierta sincronía. La música compartida
entre todos es la evidencia de lo social de esta danza, donde la identidad y singularidad
con que cada uno escucha y baila compone el paisaje.
Poco a poco
el que aprende a bailar va reconociendo estas diferencias y, con
el tiempo,
algunos llegan a identificar orquestas por su nombre, su director, su
época y su
cantor. Los “muy muy prendidos”, identifican versiones y grabaciones, incluso
retienen el autor y el año de los temas.
Por supuesto
que cada quién desarrolla sus preferencias. Entre los milongue-
ros y
milongueras, se van dando empatías, encontrando afinidades. No es poco habitual
que entre ellos se elijan para determinadas tandas. En un pacto tácito, ambos, saben
que “la tanda de ___ es con vos”. Mientras se conversa con los compañeros en la
mesa o en la barra durante la cortina (fragmento de otro tipo de música que separa
las tandas), el oído está despierto esperando los primeros compases del próximo
tango, y la mirada bien afilada para el cabeceo en cuanto comience la nueva
tanda. Un mismo tango, viejo y conocido, siempre es nuevo para los que lo
bailan, como una pintura que se vuelve a mirar una y mil veces, y siempre se la
redescubre. Aún aquellos de apariencia más simple, más tradicionales, de ritmo
regular, evidente, marcado, son cuadros de composiciones complejas, entramadas
entre las líneas de la partitura de cada instrumento, o en la especial relación
de la orquesta con la voz del cantor. Esta trama puede escucharse una y mil
veces, y percibirse siempre diferente. El oído se reposiciona y se enfatizan
partes que otras veces habían pasado desapercibidas. Cada escucha enriquece.
Indefectiblemente,
en cada abrazo, cuando lo que uno y otro ofrecen se en-
cuentra, se
renueva la escucha. En el contacto físico, la perspectiva del espacio musical
se actualiza junto con su eco en el cuerpo de cada uno y en el vínculo. Complicidad
de dos con la música. Comienza el baile.Algunos
bailarines son arrastrados, como presos de lo que suena, pegados al tiempo
fuerte, miméticos, sin dejar de pisar un compás. No reflexionan al respecto, no
es una decisión: se sienten abrazados así, impulsados así. A veces está el
riesgo de caer un poco en lo automático, ese estado solitario, que no escucha
al otro, o permite pensar e incluso hablar de otra cosa, lo que equivale a no
estar en el tango. Y cuando esto ocurre, se nota y, yo creo, es poco interesante.
Otra forma
de relación con la música es posible, cuando el bailarín está en
cada nota y
decide, en principio, moverse con ella o no hacerlo, para luego elaborar cómo
(en la delicia de cada una de sus articulaciones, en el cuerpo todo, en
relación con otro y con los otros en el espacio). Decisiones permanentes, que
van armando contrastes o bien sumando potencia al tutti de la
orquesta. Cuando los que bailan establecen
un diálogo con las distintas profundidades de lo que suena, siguiendo a uno u
otro instrumento o melodía, agregando otra voz, como otra línea (la del movimiento
del cuerpo, de los cuerpos armando acordes) se potencia la complicidad en el
dúo (y con los testigos que los miran o los rodean) y se enriquece la narrativa
del cuadro (y del espacio todo de la pista).
Cuando veo a
alguien bailar (y cuando bailo) veo la música de su movimiento,
la música
dentro del cuerpo, en las articulaciones, en las velocidades, en los ataques o
en las detenciones, en el avance de una rodilla, en el rodar de una pisada: su
temporalidad y su densidad suenan. La música en la pisada, en los gestos, identifican
al que baila. Identificarlo por cómo se mueve es también identificarlo por cómo
escucha. Esa traducción de lo escuchado a lo bailado es totalmente personal, está
en cada uno.
Los pasos
del tango y la música con la que se los interpreta, son dimensiones
interdependientes, correlativas pero móviles, que van cambiando. Cuando
están fijas y se baila el paso sin modularlo por la música, es nuevamente algo
automático. Cuando se elige cuándo y cómo mover, la danza es un plano más de la
complejidad, de la trama. El bailarín no es esclavo de lo que dicta la música,
sino que conjuga con ella sus elecciones de movimiento. Carlos Gavito,
referente milonguero, gran maestro y bailarín, solía decir: “Yo no sigo la
música, la música me sigue a mí”. Creo entenderlo.
Y si por
sobre esto, quien baila tiene noción de totalidad, de finitud, y com-
prende la
narrativa musical, su lógica estructural de repeticiones y variaciones por partes,
puede apoyarse en estas para construir el desarrollo del movimiento, cuidando
el motivo (sin tirar todos los dardos en los primeros cuatro compases). Y si un
detalle se reitera con el mismo estribillo, como un guiño, todos sonreímos, se arma
sentido. Así como el que toca organiza sus recursos expresivos y no los toca todos
en el mismo tema, los que bailan administrando sus movimientos logran componer
instantes, frases, momentos espaciales de música encarnada. Por alguna razón,
cuando la relación de los bailarines con la orquesta es directa, todos disfrutamos.
Esta es una dimensión que se encuentra mucho en las coreografías y que es más
difícil de integrar en la improvisación en la pista de baile.
En la
milonga, cada tango compone un paisaje de tres minutos, donde lo que
se escucha y
lo que se mueve son parte de lo mismo. Sinestesia compartida, elaborada
colectivamente.
Paisajes
vivos del tango en Buenos Aires
Algo
maravilloso anda pasando en Buenos Aires en los últimos tiempos. Se
abren
espacios co-organizados por músicos y bailarines de tango. Se juntan para tocar
y bailar. El vivo de los instrumentos modifica las formas de bailar y, viceversa,
los músicos a veces respiran los tiempos de la pista para tocar.
Organización,
responsabilidad y el deseo compartido entre músicos y bailari-
nes de los
nuevos espacios de tango. Algunos de ellos son: Oliverio Girondo (Villa Crespo),
Domingos de Tango en El Viejo Buzón (Caballito), La Maldita Milonga (San
Telmo), La Ventanita de Arrabal (Almagro), La Orquesta Victoria en Café Vinilo
(Palermo), etc.
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Cuando veo a
alguien tocar, lo veo bailar. ¿No bailan las manos de Troilo? ¿no baila
D’Arienzo acompañando a Echagüe al lado del micrófono? La música está dentro
del cuerpo de quien la interpreta tanto como dentro del cuerpo de quien baila.
Es maravilloso cuando músicos y bailarines, ambos bailan, ambos tocan, juntos.