Fue una de las grandes figuras surgidas en la fabulosa década del cuarenta. Dueño de un estilo personal, un
modus inconfundible como pianista, en aquella impresionante eclosión de grandes músicos y compositores, no solo se ganó un lugar destacado como ejecutante, arreglador y compositor, sino que además, Osvaldo Fresedo lo bautizó como
El Chopin del tango, por su estilo melódico y su modalidad conturbante de tango fantasista.
Sobre el reconocimiento de sus pares vale la pena escarbar en un reportaje de 1944 donde Osvaldo Pugliese nombra a su póker de pianistas preferidos y además de Salgán, Orlando Goñi y Tito Ribero, deja sentada su admiración por el colega de Pehuajó, cuando éste era pianista en la orquesta de Miguel Caló. En aquella febril etapa de creaciones constantes, con temas que inundaban los barrios porteños, con gente masajeando los tangos por las calles, también Maderna aportaría su jerarquía de compositor.
Desde las filas de la Orquesta de las estrellas lanzó composiciones que pegaron fuerte en el gusto de aficionados y bailarines. Iluminó el camino con su impronta romántica, inserto en la idiosincrasia tanguera y subyugado por la búsqueda del nuevo matiz y del sonido de la orquesta, para la cual contribuyó fundamentalmente. No sólo como precoz instrumentista y creador sino incluso en su faz de arreglador.
Su aporte con todos los adornos y riqueza técnica que conllevaba, jamás estuvo separada de la calle. Incluso las travesuras chopinianas de belleza gestatoria que se permitió con sus tangos fantasía, no sólo no destruyeron su complicidad con los bailarines, sino que incluso éstos saborearon sus trabajos y acrecentaron la admiración ante su talento. Los tangos sabían de romanzas y gorjeaban la finura del teclado acariciado por las manos de Osmar Maderna, muerto prematuramente y en plena etapa de superación.
En una charla que tuve en mi programa de radio con Julio De Caro, en los setenta, el maestro me decía: "Ha sido una pérdida infinita para el tango, como la de Orlando Goñi, muertos ambos en plena juventud y cuando todo indicaba que recién comenzaban a esbozar su arte. Yo esperaba de Maderna una madurez excepcional donde plasmaría su talento y experiencia en una fuente de creatividad porque lo tenía todo para dejar una huella enorme en el tango".
El 26 de febrero de 1918 nació en Pehuajó, un poblado agrícola-ganadero del oeste bonaerense, a 400 kilómetros de la capital, el octavo hijo de Juan Maderna-Ángela María Nigro, ambos de origen italiano. El pequeño Osmar heredaría el gusto por la música que le transmitía su progenitor, ya que en las fiestas del pueblo, Don juan sacaba a relucir su verdulera, ese mini acordeón que usaron los humildes inmigrantes para recordar las melodías de su lejana tierra.
Osmar tuvo varios maestros de música, al margen de sus estudios y en el conservatorio Fontova, una humilde escuelita musical, la maestra Leonilda Lugones de Azcona lo pondría en el derrotero definitivo y así lo reconocería Maderna en sus horas triunfales: "Todo lo que sé, se lo debo a ella.." El reportaje de marras data de 1950, pero dos años antes, le dedica a la maestra de Pehuacó su famoso tango: Lluvia de estrellas, que compuso recordando sus noches juveniles insomnes, mirando al cielo y soñando...
En 1939, cumplidos los 20 años, luchando contra las limitaciones económicas familiares, y con su diploma de profesor de piano obtenido a los 15, toma el tren a Buenos Aires junto a Aquiles Roggero y Arturo Cipolla, ambos violinistas, también hijos de inmigrantes y un par de años menos que Osmar. Doña Ángela lloraba la marcha de su hijo que buscaba ese cielo que alguna vez soñó.
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Maderna al piano en la orquesta de Miguel Caló |
Miguel Caló esteba en pleno auge con su Orquesta de las estrellas, como lo definiera Julio Jorge Nelson por la capacidad interpretativa de sus jóvenes integrantes que terminarían dirigiendo sus propios conjuntos. El pianista era Héctor Stamponi que debe viajar por varias temporadas a México para acompañar a la cantante Amanda Ledesma. Caló buscaba un reemplazante y conoce al joven Maderna en radio Belgrano donde había comenzado como solista. Le llamó la atención su nivel proponiéndole el ingreso en la orquesta que también actuaba en dicha emisora. El "sí" de Maderna fue instantáneo. Era octubre de 1939.
La gravitación del pianista de Pehuajó en la orquesta fue importantísima porque de inmediato Caló le encargó los arreglos musicales que llevarían el sello de identidad de la orquesta. Sus capolavoros en temas como Sans Souci, Inspiración, Corazón...no le hagas caso, Saludos, Yo soy el tango, La maleva, colocaron en alto el listón de la orquesta, y sus fraseos con la zurda en rigor de claves estéticas y temperamentales, cobra perfiles de inventivas plasmaciones.
La personalidad que le imprimió al conjunto fue tan amplia, que aún con su alejamiento, la misma mantendría el espíritu interpretativo y la arquitectura musical que él le inyectó y que al día de hoy sigue atrayendo el fervor de gran cantidad de bailarines y seguidores de esta formación. Su éxito fue meteórico, La aventura comenzó tocando en la orquesta de Manuel Fernández para ir tirando y poder pagar la pensión. Desde que vio a la orquesta de Fresedo en Lincoln siendo niños, junto a Aquiles Roggero, soñaba con tener orquesta en Buenos Aires.
La experiencia en el dreamteam de Caló no pudo ser más gratificante, alternando con ejecutantes de tanta categoría y además llevando el peso de los arreglos y la orquestación. En esa etapa compuso temas de mucho calado como La noche que te fuiste (con el Catunga Contursi), En tus ojos de cielo (con Luis Rubistein), Que te importa que te llore, Jamás retornarás y el vals Luna de plata, tres temas donde curiosamente compartieron letra y música con Caló. Pequeña, el hermoso vals que compuso Osmar con versos de Homero Expósito tuvo tanta repercusión que se convirtió en la característica de la orquesta de Caló. Entre tema y tema, Maderna tocaba al piano el coro de la pieza. En 1945 decidió levantar vuelo y formar dupla con Raúl Iriarte. Atrás quedó su estilo y su legado en ochenta grabaciones que hicieron historia.
Esa aventura duró poco porque Iriarte se reincorporó con Caló. Maderna siguió su camino aguijoneado por su constancia y convicción. Sus grandes compañeros Roggero y Cipolla se integraron en la orquesta, más el aporte de Felipe Ricciardi como primer bandoneón y los cantores Orlando Verri y Luis Tolosa. El debut en el mítico Café Marzotto de la calle Corrientes le sirvió para fortalecer su fe en la música que ensancharía con fino estilo y personalidad. El sello uruguayo Sondor lo contrata para sus primeras grabaciones: Margo, Cerrazón (canta Verri), Viejito calavera (canta Tolosa) y el instrumental Chiqué, un ejemplo de su toque.
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Grandes del tango: Pontier, Francini, Pugliese Piazzolla, Maderna, De Angelis y Stamponi |
La orquesta tenía un tono entre Caló y Fresedo, grato para el oído y límpido para el bailarín. Además Maderna se distinguió por el gusto para escoger repertorio y ahí quedan sus 52 grabaciones en la RCA Víctor como ejemplo. El baqueano, Qué noche, Charamusca, El pillete, La cautiva, Aromas, El Marne, Loca bohemia, El rodeo, Ojos negros o El bajel, temas clásicos de diferentes autores que lucieron a pleno en su interpretación.
Sobre la base de esquemas armónicos sencillos, restallan sus imaginativos solos de piano, bandoneón o violín. Un adolescente José Libertella de apenas 16 años se integra en la fila de fueyes junto a Luis Stazo, Leopoldo Federico o Eduardo Rovira, lo que da una idea de la categoría musical de la orquesta. Instalado en el buen gusto del paladar tanguero, se dedica incluso a componer sus tango-fantasía, tan efectivos y llamadores: Concierto en la luna, Lluvia de estrellas, Escalas en azul, que tendrían repercusión internacional al ser ejecutados por bandas norteamericanas. Otra de sus piruetas fue el arreglo en tiempo de tango de El vuelo del moscardón, celebre tema de Rimsky Korsakoff.
Paralelamente al tango, tuvo la misma pasión que su querido Osvaldo Fresedo: la aviación, en la cual su hermano Ángel era pionero familiar. Obtuvo el brévet de piloto civil en 1950. El 28 de abril de 1951, pilotando un Euroscope 415-CD, se rozó con un avión similar mientras realizaban algunas acrobacias y al rozarse las alas de ambas máquinas, entraron en tirabuzón desde una altura de 250 metros, cerca del Parque Municipal de Lomas de Zamora, cayendo y falleciendo en el acto junto a su acompañante, ante la consternación de su masa de seguidores.
Este elegido por la tómbola humana del talento, tenía apenas 33 prometedores años y como una extraña premonición, varios temas suyos orillaban esas alturas que quiso alcanzar en vuelo: Luna de plata, Lluvia de estrellas, Concierto en la luna, Fui golondrina perdida, En tus ojos de cielo. Estaba por viajar a Norteamérica para actuar con su orquesta.
Había intervenido en dos películas: Al compás de tu mentira (donde toca en dúo de pianos con De Angelis), y El ídolo del tango donde además de mostrar su enorme capacidad pianística en Lluvia de estrellas, dirige con la batuta a su orquesta en La cumparsita. Aquiles Roggero, su fiel ladero decidió continuar con la Orquesta Símbolo Osmar Maderna. y le dedicó sui tango Adiós maestro. El pianista de la misma Orlando Trípodi compuso en su homenaje: Notas para el cielo.
Las 52 grabaciones que dejó la orquesta de Maderna hasta el toque de queda del destino, muestran la odisea de un creador que no estuvo nunca dispuesto a olvidar la razón por la cual quiso ser músico. Son y serán el nexo emotivo centre el presente fugitivo y el arcón donde archivamos nuestros íntimos recuerdos.
Y tenemos vivo su recuerdo en imágenes, como cuando interpreta al frente de su orquesta el tango-fantasía Lluvia de estrellas en la película El ídolo del tango, dirigida por Héctor Canziani en 1949