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jueves, 21 de noviembre de 2024

Papel picado

    Este tango de padre e hijo (José González Castillo y Cátulo Castillo), siempre me llegó, me gustó, le encuentro algo especial. En parte porque de niño viví esos carnavales, las serpentinas, el papel picado, la fiesta en sí misma. Los versos de González Castillo desgranan restos de memorias simbolizadas en reconocibles huellas sociales en las cuales está reconsiderando el fracaso amoroso.  

   Decantado por la melancolía, reverbera la mirada hacia atrás, siente despertar una pasión antigua, tratada con delicadeza y sensibilidad. La añoranza se encalla en el simbolismo del Carnaval y todo su despliegue, en donde pueden pasar cosas alegres y en algunos casos las emociones quedan atrapadas en el discurrir de la pasión sentimental.                                          

José González Castillo
                                     

   Entonces entra a tallar la nieve como elemento agravante de la relación, en el paisaje de la realidad palpitante. Entre la neblina del recuerdo flotan proyecciones inconscientes, astilladas en  contenido e intensidad. Cautivo de la nostalgia, el poeta pretende sublimar un deseo no satisfecho y se encuentra con esos trocitos de papel que vuelan hacia él, como arma que convierte el amor en ceniza.

Pasaste en el turbión del carnaval
como un detalle más de su tropel,
y me arrojaste, riéndote al pasar
un manotón de trozos de papel.
Nevaba. Estaba viejo mi gabán
y yo sentí llegar al corazón,
como otra nieve cruel,
tus trozos de papel
que fueron pedacitos de ilusión...

   La fiesta del Carnaval es como una vez interna que lo aleja de la juventud dichosa y pasa a ser un espejo de su primera madurez. Las máscaras, al incómodo voyeur, lo instalan en el juego sarcástico de la vida y los pensamientos autodestructivos. Una ínsula extraña impregna el relato y el reverso inquietante se dispara en sus reflexiones por recuerdos reales o latitudes donde flirtea con la fantasía. 

                                           

Carnaval, carnaval,

Que te burlas de mí,
Volverás a pasar
Otra vez con Mimí...
Carnaval, carnaval...
¿Mis treinta años qué son?
Si no sé ni cantar
Ni olvidar tu canción.

 
También a mi buhardilla, un carnaval
Te trajo la comparsa aquella vez.
Era en París. Nevaba y no había pan
Y te pintó un banquete mi pincel.
Entonces eras nuevo, mi gabán,
Y loco el corazón... Ciega la fe...
Helaba y en mi afán
Lo mismo lo empeñé,
Para comprar papel
En vez de pan...


  (Ricardo Tanturi con su orquesta y el cantor Osvaldo Ribó grabó este tango el 26 de agosto de 1948. Y acá podemos escucharlo.)
                                  
                                    



                             


martes, 12 de noviembre de 2024

El gordo triste

                                                                                                  Para el gordo Pichuco,                                                                                                                  mi viejo maestro y amigo 

 


Por su pinta poeta de gorrión con gomina,  
por su voz que es un gato sobre ocultos platillos,
los enigmas del vino le acarician los ojos
y un dolor le perfuma la solapa y los astros.   

Grita el águila taura que se posa en sus dedos
convocando a los hijos en la cresta del sueño:
¡a llorar como el viento, con las lágrimas altas!,
¡a cantar como el pueblo, por milonga y por llanto!

Del brazo de un arcángel y un malandra
se va con sus anteojos de dos charcos,
a ver por quien se afligen las glicinas,
Pichuco de los puentes en silencio.

Por gracia de morir todas las noches
jamás le viene justa muerte alguna,
jamás le quedan flojas las estrellas,
Pichuco de la misa en los mercados. 

¿De que Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre
que un fósforo ha visto la tormenta crecida,
que camina derecho por atriles torcidos,
que organiza glorietas para perros sin luna?

No habrá nunca un porteño tan baqueano del alba,
con sus árboles tristes que se caen de parado.
¿Quién repite esta raza, esta raza de uno,
pero, quién la repite con trabajos y todo?

Por una aristocracia arrabalera,
tan sólo ha sido flaco con él mismo.
También el tiempo es gordo, y no parece,
Pichuco de las manos como patios.

Y ahora que las aguas van más calmas
y adentro de su fueye cantan pibes,
recuerde y sueñe y viva, gordo lindo,
amado por nosotros. Por nosotros.

  Horacio Ferrer escribió estos versos a los que Astor Piazzolla le puso música. Acá podemos recordar la interpretación que hizo Roberto Goyeneche con la orquesta de Piazzolla, en el Teatro Regina. Año 1982.

                               


                                                                               

martes, 5 de noviembre de 2024

Edmundo Rivero

  Mis maestros cantores


   De mi madre, recibí también el legado de milongas viejísimas que todavía canto, como Milonga en negro, traída a la ciudad por el payador Higinio Cazón, así como China hereje, que es también de mi remoto repertorio. La debo al gusto de mi padre por ese tipo de canciones viriles, y, sobre todo, a su admiración por otro payador: el oriental Juan Pedro López. Y creo que hemos llegado al punto en que conviene explicar un poco de todo esto de la herencia de los payadores que llevo tan a la vista. 

   En los años de mi infancia, el lunfardo todavía terminaba de macerarse en leoneras y taquerías, en quecos y bailongos, a pesar de que su existencia había sido reconocida ya cuarenta, cincuenta años atrás. Una que otra palabra asomaba de vez en cuando en las canciones del pueblo, pero sólo el tango habría de ser capaz de hacer durables a esos términos, de abrirles cancha para siempre.

   El propio tango había empezado a buscar su destino: ya no se concebían los títulos desfachatados de sus orígenes, como Dame la lata, Mordeme la oreja izquierda, Dos sin sacar y otros de comprensible parentesco con los lugares donde se empezaron a bailar. 

                                  


   Mi noche triste, en 1918, cambia la historia; es el teatro con sus grandes públicos de entonces quien pondrá ese título y esas palabras en boca de todos, como poco después, en 1920, hará con Milonguita y otros muchos. 

   Es el fin de la "Guardia vieja", el nacimiento de la nueva orquesta típica. El tango cantado pasa a ser un artículo de aceptación popular O, como ahora se diría, de "consumo masivo". Roberto Firpo desencadena una innovación fatal para los guitarreros al introducir el piano en los conjuntos típicos. Desalojada de allí, a la viola sólo le queda como destino posible el acompañamiento del cantor solitario.

   Hasta los cines y teatros van haciendo lugar a los pianos, o a los conjuntos que lo incluyen, y empiezan a desparecer los tríos, cuartetos o quintetos en los que la guitarra era fundadora y guía. Pero por un buen tiempo la vihuela aún será defendida por los últimos payadores.

   Yo era apenas un pibe convaleciente del gran jabón de Moquehuá, cuando murió Gabino Ezeiza, casualmente el mismo día de 1916 en que asumió su primera presidencia Hipólito Yrigoyen. Pero por el barrio de Saavedra, los mismo que por otras orillas de la pampa, por los corrales del Oeste o del Sur donde los reseros se juntaban, supo perdurar la presencia de los payadores.

   Alcancé a conocer a algunos de larga fama y, ya adolescente, a acompañar a otros que, como alguna vez sucedía, eran hábiles improvisadores pero negados para la guitarra. El de payador es un destino al que llegué tarde pero, alguna vez me prendía también en el viejísimo juego al menos para confirmarme lo difícil y hermoso que era.

  En ocasiones me han dicho que se me reconoce cierta influencia de aquellos poetas y cantores. Si fuese verdad sería uno de mis mayores orgullos, de mis mejores méritos.

   A otros de aquellos hombres los conocí cuando, ya grandes también en edad, se acercaron a mí con su saludo y los modestos libros o folletos en que habían reunido sus hazañas. De ellos -y de mi memoria- he recogido algunos fragmentos que me parecen  un homenaje justo y necesario en mi propio libro.

(De su libro "UNA LUZ DE ALMACÉN" (El lunfardo y yo)



viernes, 1 de noviembre de 2024

Olga Besio y la milonga

  Lo que a toda persona que quiera bailar el tango debería quedarle bien claro desde el principio; (Y a toda persona que quiera enseñar, también).

   Muchas veces me han preguntado cómo se debería enseñar a bailar el tango a los principiantes. Y es probable que cada maestro se plantee esta cuestión una y mil veces, según sean los alumnos con quienes deba iniciar este camino en cada oportunidad. Y es también la misteriosa incógnita de aquellos que un día deciden acercarse por primera vez a este baile tan complejo en apariencia, pero cuyos fundamentos son tan simples y a la vez tan cargados de sentido.

                               


   La respuesta a esta pregunta apunta, según mi modo de ver, no solamente a los aspectos metodológicos, y menos aún a los “contenidos” meramente formales tales como pasos matemáticos o frías maneras de caminar o girar.

   En efecto, ¿qué es esencialmente, profundamente, el tango bailado? Seguramente NO es una sucesión de pasos, figuras, estructuras, movimientos. Algo mucho más profundo sustenta todo eso. Y ese “algo” más profundo no es precisamente “técnico”, sino que se trata de un factor muy anterior, primario y fundamental.

   En una enunciación simple, sin pretender asignar un orden cronológico ni jerárquico, podríamos decir que se trata de una relación natural, humana, intuitiva, sensorial, con un “otro” humano y con un “otro” sonoro.

   Entonces quizás podríamos decir también que en primer lugar deberíamos elaborar, construir o bien develar la relación de unidad-dualidad con la otra persona –el compañero o compañera de baile-, alguien con quien podemos hacer algo tan sencillo como movernos juntos (que muchas veces resulta tan difícil) o mover juntos un objeto. (Todo esto, sin distinción todavía de los roles de llevar y seguir, que deberían trabajarse ambos simultáneamente para las dos personas, a fin de llegar a una comprensión plena de ambos aspectos – que no son opuestos sino absolutamente complementarios, dado que se necesitan mutuamente.).

                                      

Gstavo Naveira y Olga Besio bailando en  un Festival en Alemania

   ¿Cómo lograrlo? Permitiendo que mi cuerpo dialogue con el cuerpo de la otra persona, que “le hable de frente”, que lo “escuche”, que fluya una comunicación tan simple y natural como la que fluye en la vida cotidiana cuando hago algo con alguien o cuando hablo con alguien, colocándome frente a esa persona, con todo mi ser “de frente”, y no solamente dos cuerpos… sino dos personas, con alma, sentimientos, emociones… y la humana, divina y animal capacidad de ser-con-otro.

   Ah, me olvidaba: ¿y el abrazo? Sí, claro: el brazo en tal posición, la mano a una determinada altura, el ángulo… qué complicado… quizás pueda medirlo con regla, escuadra y compás… Hmmm… ¿Y si simplemente abrazo a la otra persona y hago que me abrace? Un brazo verdadero, humano, cálido, firme y dulce a la vez… Después puedo tomarle la mano o permitirle que tome la mía y… quizás si lo mido ahora, encuentre un “correcto” abrazo de tango!! Amigos, el abrazo de tango es simplemente eso: ¡¡un abrazo!! Y no una mera “posición de brazos”…

   Un buen abrazo es algo natural, humano, cómodo y agradable para las dos personas, y permite abordar otros aspectos de nuestro tema: el movimiento, el jugar con el peso de la otra persona y con el propio, el hacer algo juntos como… bailar. Como ya dije el algún otro artículo, bailar es un hecho natural que nace con el ser humano. Todo lo que aquí se plantea, también lo es. Y todo lo que solemos considerar “técnicamente necesario y/o correcto” no es ni más ni menos que una consecuencia de algo que en su origen es absolutamente natural. Bailar es un hecho natural. Entonces, evitemos estereotipos…

   Uh, creo que todavía falta algo. El diálogo es, por definición, “de dos”. Pero en el caso del tango (¿quizás en el caso de toda danza que se baile de a dos?), el diálogo se me presenta como “de tres”… Claro, el “tercero” es la MÚSICA. Y en este maravilloso, sorprendente, atrapante “TRIÁLOGO”, es donde vemos nacer el baile tanguero y con él el caminar, la improvisación y la creatividad.

   Después vendrán los pasos, las figuras, los estilos y toda la infinita variedad que el tango, o la milonga, o el vals, pueden brindarnos.

   Entonces, creo que esto es lo que se debería enseñar y aprender en la primera lección:

* El diálogo con la otra persona. La absoluta seguridad de que todo lo que ocurra en el baile es obra y responsabilidad de ambas personas en el sentido de que, en los hechos, la pareja de baile se construye entre los dos (cada uno desde su rol) elaborando cada uno lo que le corresponde y colaborando en todo con su compañero o compañera. Dentro de este diálogo, como uno de sus aspectos, está incluido el abrazo.

* El diálogo con la música. Dentro de este diálogo, como una de sus posibilidades, está incluido el caminar.

* En definitiva, el “triálogo”, la profunda comunicación entre estos tres elementos fundamentales (las dos personas y la música), con toda la increíble significatividad, profundidad y complejidad de detalles que esto encierra. Dentro de este “triálogo” está incluido el caminar abrazados y según la música.

* Y la comprensión indubitable de que todos estos aspectos constituyen una unidad que anida precisamente, y como un hecho fundamental, en la esencia del tango.

   Ésta sería, según mi criterio, la primera lección. Pero… ¿cuánto debería durar? ¿una hora y media? ¿Dos horas? ¿Un mes? Quizás toda la vida.

OLGA BESIO 

(La gran maestra del tango acaba de fallecer y este recuerdo nos la devuelve con todas sus capacidades para la enseñanza del baile)

miércoles, 23 de octubre de 2024

 Vale la pena escuchar a Ignacio Varsavsky explicándonos todos estos detalles sobre "Los estilos fundamentales del Tango". En este caso se trata de Juan D'Arienzo. A parar la oreja...

                

Pan comido

    Este tango de Enrique Dizeo y el cantor-guitarrista Ismael Florentino Gómez, fue compuesto en 1927 y Carlos Gardel lo grabó con sus guitarristas José Ricardo y Guillermo Barbieri en febrero de dicho año, con gran suceso. Pero debieron pasar diecinueve años para que Juan D'Arienzo con la voz de Alberto Echagüe lo llevara de nuevo al disco y a la popularidad, grabándolo en mayo de 1946

   Siempre me gustó este tema por las expresiones que utiliza Dizeo, un poeta especializado en la sensibilidad literaria que utilizaba su cofrade Celedonio Flores. Incluso como bardo supo describir la cofradía del barrio, el lenguaje, las peculiaridades y el trazado de ambientes. Ya he realizado su biografía y hablado de su extensa y consagrada obra tanguera, en estas páginas.

                                             


   Y hoy precisamente escuchando "Pan comido", podemos encontrar como puede habitar poéticamente su propia vida. Porque para escribir estos versos, tiene que haber sido burrero, o sea, aficionado a las carreras de caballos en el hipódromo de Palermo, como su gran amigo Gardel, jugándose el dinero a las patas de algún pingo, en ese recinto. 

   Los que hemos visitado muchas veces tanto el hipódromo de Palermo como los de San Isidro o La Plata (podría seguir nombrando los de Lima, San pablo, Rio de Janeiro, Colombia, Maroñas...), entendemos perfectamente su lenguaje popular en este tango imperdible por cómo va definiendo a un jugador de poca monta que va perdiendo su dinero y sin embargo la juega de ganador.

Sos un caído de la cuna, un pobre gato, un maleta
En los handicaps corridos siempre quedaste para'o
Te has perdido el vento al póquer porque no tenés carpeta
Y, sin embargo, en la vida nunca falta un güey corneta
Que haga correr la bolilla que sos un tigre menta'o

El hombre en pista liviana
En barrosa y en pesada
Si tiene sangre en las venas
Jamás se debe achicar
Y a vos te han visto hacer buches
Amainando en la parada
Tendrás muy buenos aprontes
Sos de mucha atropellada
Pero en finales reñidos
Sos mandria, sabés temblar
   


     Los versos constan de cinco partes aunque la tercera, la cantaron Gardel o Jorge Vidal, pero en la versión de D'Arienzo fue eliminada, seguramente por su extensión. Y sigue dándole leña al inexperto que la va de piola, lanzándole frases bien burreras como puede verse en la letra. Lo trata de "botija", que significa "niño". Una fija viene a ser un dato de ganador seguro. Potrillo representa al novato. Roncador es el caballo que se ahoga con el viento de frente. La corrida es el ensayo previo del animal.

Si no hay clase, ¿por qué causa la vivís dándote dique?
Al fin y al cabo, ¿qué hazaña en tu cartilla cayó?
Seguí nomás bellaqueando, creyéndote un buen dorique
Que, si me apurás un poco, vas a quedar en el pique
Pa' que chillen los muchachos que en todo primero yo

Lo que uno sabe de viejo
A vos te falta, botija
Sos potrillo de dos años
Recién darás mucho sport
Cuando andes como yo anduve
Como bola sin manija
Tenés que nacer de nuevo
Para correrte una fija
Aunque te jugués el resto
No llegás al marcador

No servís pa' acompañarme ni siquiera en la partida
No tenés chance ninguna, pa' mí que sos roncador
Nunca marcaste buen tiempo, es muy pobre tu corrida
Si no te abrís en el codo, te mancás en la tendida
Te falta más performance pa' salir de perdedor.

  Vale la pena escuchar otra vez la versión de Juan D'Arienzo con su cantor Alberto Echagüe. Lo grabaron el 3 de mayo de 1946.

                               


                      

miércoles, 16 de octubre de 2024

Los 14 con el Tango

   Este luchador infatigable de la música popular, nacido en 1915, vive en Montevideo y Corrientes, una zona hasta hace no tanto tiempo de cafés y encuentros tangueros. Fue el creador del 'Día Nacional del Tango'. 

   Su interés y pasión por este género lo llevaron a convertirse en Académico de la Academia Nacional del Tango, Académico de la Academia Porteña del Lunfardo, Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, Miembro de la Comisión Directiva de las Escuelas Tecnológicas ORT, Miembro de la Comisión Directiva del Instituto Cultural Argentino-Israelita, Presidente Honorario de la Asociación Gardeliana Argentina y Miembro de la Comisión Directiva de la Asociación Amigos de la Calle Corrientes.

                                    

Ben Molar. 


   Por su iniciativa, se colocaron en 40 esquinas de la calle Corrientes placas de bronce con el nombre de reconocidas figuras del tango, como Libertad Lamarque, Mariano Mores, Enrique Cadícamo, Horacio Salgán, Tania, Tita Merello y Raúl Lavié.

   Una de sus obras más importantes fue la muestra y el disco que creó y produjo: el histórico "14 con el Tango". Allí incluyó a 42 personajes del más alto nivel de la literatura, de la música y de la pintura, entre ellos: Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Florencio Escardó, Aníbal Troilo, Juan D'Arienzo, Astor Piazzolla, Raúl Soldi, Raquel Forner y Carlos Cañás.

   Es además autor de canciones populares, como "FINAL", grabada por famosos cantantes; de canciones de comedias musicales, como "PAREN EL MUNDO... QUIERO BAJAR", "MAME", "DOS VIRGINIAS PARA UN PABLO" y "TE CASARÁS GASPAR"; de versiones en español de canciones de Los Beatles, Paul Anka, Elvis Presley, Bill Halley, Chubby Cheker; de "Noche de paz, noche de amor" y "Replican las campanas" y, también, autor de canciones incluidas en películas.

                                           

Sábato, Troilo, Demare, Mujica Láinez y Ben Molar

   "Ben Molar es un personaje casi mitológico del Buenos Aires porteño. Si bien fue famoso desde joven por la repercusión de sus boleros, fue el tango la herramienta que le permitió ser uno de los animadores más activos de la historia del mundo de la música ciudadana. Cultor por sobre todo de las grandes conversaciones y de las amistades que cultivó con nombres de resonancia como Julio De Caro, Aníbal Troilo, Enrique Cadícamo, Tita Merello y otros. 

   Creador de la muestra '14 con el tango' que fue la primera expresión interdisciplinaria que congregó a escritores de la talla de Jorge Luis Borges, músicos como Pichuco y pintores de la altura de Raúl Soldi." 

                                        



   Los temas que integraron esta muestra fueron:

Alejandra, de Ernesto Sábato y Aníbal Troilo
Bailate un tango, de Ulises Petit de Murat y Juan D'Arienzo.
Como nadie, de Manuel Mujica Láinez y Lucio Demare.
Elegía, de Alberto Girri y Osvaldo Manzi.
En qué esquina te encuentro Buenos Aires, de Florencio Escardó y Héctor Stamponi.
La mariposa y la muerte, de Leopoldo Marechal y Armando Pontier.
Marisol. de Córdoba Iturburu y Sebastián Piana.
Milonga de Albornoz, de Jorge Luis Borges y José Basso.
Nadie puede, de César Tiempo y enrique Delfino.
Oro y gris, de León Benarós y Mariano Mores.
Sabor de Buenos Aires, de Carlos Mastronardi y Miguel Caló.
Setenta balcones y ninguna flor, de Baldomero Fernández Moreno y Astor Piazolla.
Tango para Juan Soldado, de Conrado Nalé Roxlo y Alfredo De Angelis.
Un silbido en el bolsillo, de Nicolás Cócaro y Julio De Caro.

   

   (Podemos escuchar la versión grabada de juan D'Arienzo, de su tango con Ulises Petit de Murat: "Bailate un tango Ricardo". Lo canta Osvaldo Ramos. Grabado el 10 de noviembre de 1966)

                              


                            

miércoles, 9 de octubre de 2024

Cuando tallan los recuerdos

 

    Llueve llueve en el suburbio... en el centro y en las afueras de Madrid. Una lluvia que no parará durante horas. Y me llega desde el recuerdo este tango de Enrique Cadícamo  y el fueye mercedino Rafael Rossi, que refleja perfectamente esos días grises que muerden el alma. Sobre todo en el caso del prolífico poeta, que está sólo en su apartamento y el frío del ambiente le penetra hondamente.

                               

   Cadícamo se pone en el lugar de un imaginario bandoneonista veterano, que mira a su trajinado fueye y le descarga toda la melancolía poética con una temperatura crecientemente emotiva. En esos versos de profundidad, con la sensibilidad perceptiva del que se siente baqueteado por la vida, va reflejando  su peculiar dandismo nostálgico que delimita un espacio y un tiempo. Y retornan las antiguas emociones ya difuminadas.

Llueve, llueve en el suburbio
Y aquí solo en esta pieza
Se me sube a la cabeza
Una extraña evocación,
Es la pena de estar solo
Es la tarde cruel y fría,
Que a mi gris melancolía
La trabaja de emoción

   Y el fueye es lo que queda de aquel pasado luminoso. Cuando la mitad de su tiempo y espacio se convierte en premoniciones, con las enérgicas manos que sacuden el instrumento en variaciones frenéticas. Se siente prisionero del presente y atrapado en su amor por el bandoneón del que brotaban  una melopea de sonoridades inesperadas. Pero la distopía lo ha llevado a presentir el nihilismo final.

Aquí está mi orgullo de antes
Bandoneón de mi pasado
Viejo fuelle que he dejado
Para siempre en un rincón.
En la tarde evocadora
Tu teclado amarillento
Está mudo y ya no siento
Tu lenguaje rezongón.
 
Mi viejo fuelle querido
Yo voy corriendo tu suerte
Las horas que hemos vivido
Hoy las cubre el olvido
Y las ronda la muerte.
Mi viejo fuelle malevo
Hoy como vos estoy listo
Porque pa' siempre dejé en tu registro
Enterrao mi corazón.

  Hay muy buenas versiones de este tango. Las de Caló-Iriarte, Troilo-Marino, Goyeneche acompañado por la orquesta de Raúl Garello e incluso la instrumental de Osvaldo Pugliese. Los invito a escuchar la de Troilo con Alberto Marino, grabada el 27 de abril d e 1943                                                                                                                           

                   

                                                                                                            

                                           

martes, 8 de octubre de 2024

“En la orquesta respirábamos todos juntos”....

 ...recuerda José Votti, violinista de la orquesta de Aníbal Troilo, que desgrana, en esta nota, otros recuerdos sobre el Gordo Troilo en acción.

    

Toquemos piano porque están hablando muy fuerte" –nos decía en el cabaret Marabú–. Al hacerlo, la charla general comenzaba a aplacarse, hasta que ya nadie hablaba. Recién entonces empezábamos a tocar a pleno”, recuerda José Votti, violinista que se incorporó a la orquesta de Aníbal Troilo en 1955, para permanecer en ella hasta fines de los ’60. “Yo tocaba de pie, pegado a su mano derecha. Nunca le escuché fallar una nota. Tenía un touche de gran artista. Llegaba increíblemente a los ligados y a los pianísimos”, añade con emocionada devoción. “Pichuco era muy buena persona, muy fino, exquisito. Un señor. 

   Él sabía que era grande, pero lo manejaba muy discretamente –asegura Votti–. Eso se veía especialmente en las giras, durante las cuales teníamos que compartir hotelitos de muy poca categoría. En una ocasión estábamos ofuscados porque no llegaba la plata y un compañero se refirió a Troilo con un grueso insulto. Al instante, Pichuco se asomó por la ventana y preguntó: ¿Me llamaban? En los viajes siempre había ocasión para un picado. El jugaba muy bien al fútbol. Al español Juan Alzina lo incorporó en 1943 porque era muy hábil con la pelota, y tal vez sólo en segundo lugar porque era un excelente violinista.”

                                       

                                     

                                                           José Votti

 

   En su época de esplendor –todos los ’40 y buena parte de los ’50–, la orquesta tenía cubiertos sus compromisos de actuación por tres años o más, entre radio, bailes en clubes sábados y domingos, giras de verano, viajes al exterior, los carnavales, cuatro meses de cabaret Marabú (el resto del año tocaban allí Carlos Di Sarli y Juan D’Arienzo) y las grabaciones. Sin embargo, avanzados los ’60, cuando ya era sensible la declinación del afecto del público argentino por el tango, y también el declive personal de Troilo, su orquesta se resignaba a tocar en un lugar como el salón La Argentina, un sitio al que antes no hubieran aceptado ir.

   “En el cabaret tocábamos exactamente igual como se grababa, y a veces aún mejor –rememora Votti–. Y eso era así todas las noches, siempre lo mismo. Ninguno de los músicos podíamos apartarnos de lo establecido. La creatividad, la impronta de cada uno quedaba limitada a ciertas sutilezas, y sobre todo a la etapa en que se daba forma a la orquestación.” Troilo sólo tocaba en Radio El Mundo, que era la emisora más importante y de mayor prestigio. Esporádicamente se presentó en Belgrano, pero a Splendid, la otra de las tres grandes cadenas nacionales, jamás iba: no les perdonaba haberlo rechazado en 1937, cuando intentó que lo contrataran con su flamante agrupación.

   “El único arreglador que tuvo el privilegio de que Troilo no le haya alterado una sola nota fue Emilio Balcarce. Ocurrió cuando le llevó La bordona –repasa Votti–. Era 1958. Balcarce (quien hoy conduce la Orquesta Escuela municipal) vino al cabaret, a las dos de la tarde, hora del ensayo. Pusimos el arreglo en el atril y Pichuco no le modificó nada. Emilio estaba emocionado, porque la goma de borrar de Troilo era implacable con todos. Incluso con Astor Piazzolla y con Argentino Galván.” Para demostrarlo, otro recuerdo.

   “Una vez, a las once de la noche, nos encontramos en la sala B de El Mundo para ensayar. El horario no nos importaba, porque vivíamos para la orquesta. Estábamos en 1956. Galván llegó y le entregó a Pichuco el arreglo de Viejo baldío, el tango de Roberto Grela y Víctor Lamanna. Era precioso. Pero a los ocho compases Troilo nos detuvo. Galván, de pie junto a la puerta, sonreía y nos miraba. Y Troilo: ‘Perdón, Argentino, acá vamos a hacer esto’, e improvisó unas frases fenomenales en el bandoneón, que de inmediato anotamos con lápiz. Poco más adelante se repitió la escena. Pero a la tercera vez que el Gordo le pidió perdón a Galván por introducir otra modificación, éste le dijo: ‘Pichuco, usted el arreglo ya me lo pagó. Haga con él lo que quiera’. Cuando terminamos aquel ensayo, algunos de los muchachos y Argentino nos cruzamos a tomar el cafecito de rigor, y entonces Galván nos confesó: ‘El Gordo me robó el alma, porque yo hubiese querido escribir lo que él puso’.”

  " Una vez que se llegaba a la versión final del tango, se lo baqueteaba un buen tiempo en el cabaret, y recién después se lo estrenaba en radio. El repertorio superaba los 80 tangos, que tocaban de memoria. Troilo amaba la perfección, y es esto lo que traslucen sus grabaciones. La suya logró ser la principal orquesta, aunque pueda discutirse si fue realmente la mejor. En todo caso, representó el equilibrio. Su estilo era sobrio, profundo, desprovisto de excesos. Su sonido era de una calidad única, entre otras razones porque contaba con muy buenos ejecutantes. Troilo tenía una personalidad muy acentuada. Ni siquiera Astor Piazzolla, que estuvo años con él, pudo cambiarlo.

Alberto Marino – La enciclopedia del TANGO
Pichuco y Alberto Marino
  

 “Cuando Pichuco comenzaba un solo, un fraseo, los demás casi dejábamos de tocar –evoca Votti–. En la orquesta todos respirábamos al mismo tiempo, y hasta sentíamos que el público respiraba con nosotros. Son los momentos en que uno siente que tiene a toda la gente en la punta del arco. Ahí entra la magia. Con Pichuco pasaba eso.” Una gran virtud del conjunto fueron sus excelentes cantores: Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón, Pablo Lozano, Roberto Goyeneche, para sólo nombrar los supremos. Pero no era sólo que Troilo fuese muy cuidadoso al elegir un vocalista: también se ocupaba de enseñarles.

   “Recuerdo una tarde, a eso de las dos. Yo esperaba la hora en que debía tocar con una orquestita de cambio en el Tango Bar –cuenta Votti–, y en eso vi que llegaban los muchachos de Troilo al Tibidabo, enfrente, para ensayar. Me colé lleno de ansiedad cuando estaban preparando Farolito de papel, con Alberto Marino (otoño de 1943). Cuando Marino empezó a entonar el estribillo, Pichuco lo interrumpió para explicarle cómo debía hacerlo: "Usted tiene que cantar lo suficientemente piano como para que llegue a la última fila, y luego levantar hasta el forte, pero sin aturdir a los de la primera fila". Indicaba los menores detalles, los matices. Insistía en la dicción: debía entenderse cada palabra.

                                  

   Entre el público, ser troileano tenía mucho prestigio. Equivalía a saber elegir lo mejor. Ligado personalmente a excepcionales letristas como Homero Manzi, Cátulo Castillo, José María Contursi o Enrique Cadícamo, con quienes compartió grandes creaciones, Troilo fue un compositor descollante. Escribió piezas como Sur, Garúa, María, Che bandoneón, La última curda. Pero también obras soberbias como Mi tango triste, Toda mi vida, Romance de barrio, Barrio de tango, Discepolín, Una canción, La cantina, Desencuentro, Patio mío y varias otras, entre ellas Pa’ que bailen los muchachos, y un instrumental como Responso, antológico, compuesto en homenaje a Manzi. Es uno de los grandes momentos del género, por profundidad e inspiración.

   Nacido en 1914, la gloria de Troilo comenzó a principios de los ’30, cuando tocó con Julio De Caro y, particularmente, al formar parte del legendario Sexteto Vardaro como primer bandoneón. En esos años su estilo de bandoneonista fue influido por el expresivo Ciriaco Ortiz, hasta que, con solo 22 años de edad, fundó su propia orquesta, la que años después, cada vez más rica en ideas musicales, con más hondura y temperamento, acompañando la notable evolución del tango, se erigió en el paradigma del género, aunque sea legítimo discutir si, por momentos, otras orquestas no la superaron, por difícil que parezca.

                                MILONGA DEL MAYORAL - TROILO BERON CASAL - YouTube

   Hacia 1957 empezó la decadencia gradual de Troilo: la obesidad, las complicaciones de su salud, la primera internación... “Luego se recompuso, pero se le comenzó a notar cierto cansancio –admite Votti–. Eso se contagió paulatinamente a la orquesta.” Y un episodio sugerente: “Una vez volvíamos de tocar en La Plata, y al cruzar el Riachuelo uno de los muchachos abrió la ventanilla del ómnibus y nos propuso por qué no tirábamos todo el repertorio al agua para así tener que empezar otra vez de cero.” La fatiga se iba apoderando de ese maravilloso conjunto, con el que por entonces cantaban Goyeneche y Angel Cárdenas, y que todavía, pese a todo, daría excelentes frutos, como los renovadores tangos de Julián Plaza o ciertas antológicas versiones de Nelly Vázquez y Tito Reyes.

La Suite troileana, que Piazzolla escribió en 1975, cuenta, mejor que cualquier nota, quién fue el Gordo

 Julio Nudler 

Nota: En marzo de 2008 le fue otorgado a José Votti el Premio Gardel por su invalorable aporte a la música argentina.


 


lunes, 7 de octubre de 2024

Aquellas milongas...

    

   En los años noventa, la revista "La Maga" que dirigía mi amigo y compañero Carlos Ares, y en la cual yo también escribí muchas notas, publicó una lista de lugares no turísticos donde se podía ir a bailar Tango en Buenos Aires y era ésta:

-Círculo Social Bailable. Un lugar muy lindo, con excelente sonido, Imprescindibles saco y corbata para el ingreso. Se puede cenar, todo en un ambiente cordial y "finoli". José María Moreno 351. Viernes, sábado y domingos de 22 a 4 horas.

-Galería del Tango (Salón Chiqué): una buena propuesta si quiere escuchar tango en vivo. Solícitamente atendido por un equipo gastronómico, podrá cenar y, al finalizar el show, se puede bailar. Boedo 722. Elegante sport. Organiza Eduardo (Gloria y Eduardo). Viernes, sábados y domingos, a partir de las 23 hs.

                       

Club Glorias Argentinas

-Galería del Tango (Salón Boedo). El salón es lindo -no muy grande-, va el "chetaje" del tango, alegres y prolijamente vestidos. Mitad tango, mitad jazz, tropi y carnaval carioca. Solos/as y parejas. Boedo 722 Elegante sport. Organiza Eduardo. Viernes, sábados y domingos a partir de las 23 hs.

-Volver: un lugar de siempre, con gente grande, casi un ghetto. Los sábados, como en una ceremonia secreta, se reúnen desde hace mucho tiempo casi los mismos, a bailar tango de salón. Corrientes 845. Sábados de 23 a 4.30 hs.. Organiza Eduardo.

-Club Latino: Muy nuevo. Va todo tipo de gente, desde alumnos de talleres de danza hasta milongueros viejos. Corrientes 846. Lunes de 19 a 24hs, Organiza: Mingo.

-Almagro: Un salón en una casa antigua, grande y lindo para bailar. Poca gente. Medrano 1000. Sábados de 23 a 4.30 hs. Organiza Andrés.

                                     


   -El Gallito: Un lugar lindo para bailar, céntrico, con gente grande que sabe disfrutar del tango, Moreno y Entre Ríos. Martes y jueves de 21 a 2 HS. Organizan Ricardo y Marta.

-Asturiano: Reúne a habitués -buenos bailarines- con elegante vestuario. Buenos tangos y algo e música tropical y jazz, para matizar. Belgrano y Quintino Bocayuva. Viernes y sábado de 23 a 3 hs. Organiza Norberto.

-Helénico. En la jerga llamado "Canning". Un lugar donde van "todos" y donde los que van "saben" bailar. R.S. Ortiz 1300 (ex Canning). Jueves de 23 a 4.30 hs. Organiza Pupi.

-Unidad Básica: Aquí no hay política a pesar de su decoraxión. Un sitio de barrio para bailar y practicar con buena onda. La Rioja y san Juan. Viernes de 22 a 2 hs, Entrada gratuita. Organiza: Ángel.

-Sin Rumbo: Tipo club familiar, lejano en el tiempo, legendario y seductor. Hay que ir. Tamborini y Constituyentes. Sábados de 23 a 4.30 hs. Organiza: Portales.

-Sociedad de Fomento: Le dicen "Las tierrita". Un sitio de tangueros, reunión, baile, cena, recuerdos. "todos los chiches". Mariano acosta 1544. Sábados de 23 a 4.30 hs. Con cena. Organiza comisión directiva de la Sociedad de Fomento.

-Cuartito azul: Media luz, buen piso, poca gente sola, ideal para parejas. San Juan 2950. Viernes. sábados y domingos de 22 a 4.30 hs.

-Glorias Argentinas: Salón sencillo con gente grande, matrimonios que se llevan la vianda y se divierten a ritmo del dos por cuatro. Bragado 6300. Sábados de 21 a 4.30 hs.

-Social Rivadavia: En el '60 era "Wimbledon" (saco y camisa blanca). Hoy no tan estricto con tandas de 4 tangos, 4 de jazz y 4 de cumbias. Rivadavia 6400. Viernes, sábados y domingos de 23 a 5 hs. Organiza: Alberto.

-Bamboche: Muy concurrido con polimúsica: tango, milonga, tropical, jazz. No muy tanguero. Rivadavia 7350. De 23 a 4.30 hs.

-Mariano Acosta: como la mayoría de las milongas, van solos y solas. En un ambiente de "gente conocidas" se baila a media luz y se disfruta un muy buen salón. El repertorio se reparte 4 por 4 entre tango y tropical/jazz. Mariano acosta es. Rivadavia. Viernes de 23 a 4 hs. Organiza: Héctor.

Boedo y San Juan: Un salón de película, buen sonido y linda selección de grabaciones. Si puede vaya, le va a gustar. Ex Cine Nilo. sábados y domingos de 21 a 3 hs.

(Y yo me recorrí muchos de estos recintos milongueros antes de estas fechas y en los retornos de visita a mi Buenos Aires querido.)



viernes, 4 de octubre de 2024

Íntimas

    Aquellos años en que había varias audiciones radiales en las que recordaban a Carlos Gardel y reproducían sus registros discográficos, me dejaron muchas huellas en mis recuerdos. Mi hermano solía escuchar esos programas y si ya no teníamos deberes del Colegio que realizar, mi padre nos dejaba emocionarnos con aquella voz y semejantes interpretaciones.

   Y muchas añadas más tarde, escuchando este tango de Ricardo Luis Brignolo y Alfonso Lacueva,  me retornan aquellas sensaciones. Gardel lo grabó con sus guitarras en 1926 y en 1930, lo que indica claramente cómo le llegaba el tema. Y aunque, quizás, no sea un tango muy popular, también fue llevado al disco por las orquestas de Canaro, Lomuto, Sassone, Fresedo y diversos vocalistas. 

                                   

   Lo curioso, quizás, del tema, es que los versos fueron escritos por el bandoneonista Ricardo Luis Brignolo, que también se la rebuscaba con la pluma poética. Y lo mismo podía lucirse con su gran tango instrumental: Chiqué, que con estos versos que traigo hoy a la palestra. Brignolo y Lacueva compartían espacio en la orquesta de Francisco Lomuto. Una noche Brignolo le pasó el papel con los versos de "Íntimas", a Lacueva -que era el pianista de la orquesta-, a éste le gustaron y les puso música.

                                                          


       El poema de Brignolo relata las reflexiones del novio enamorado que nota el enfriamiento de la relación por parte de la mujer. Y va detallando en el desarrollo de su intento de diálogo y reencuentro imposible, todo lo florido de la relación, el cambio de la postura de ella, la coquetería desaparecida  y las preguntas sin respuesta:

Hace tiempo que te noto que estás triste
mujercita juguetona, pizpireta
has cambiado, ya no eres tan coqueta
cual las flores primorosas de un altar...
¿Qué te pasa.? ¿Desengaños que has sufrido?
¿Las espinas de una rosa te han herido?
¿O el amor de un ingrato que ha fingido?
¿O un vacío imposible de llenar?

   Y a continuación pasa a detallar los sufrimientos personales debido al final del romance que parecía infinito y que por distintos motivos de repente sufre un corte repentino que lo deja inmerso en la tristeza. Evoca todo lo vivido, el amor que ambos se profesaban  y las fuerzas del destino que les dejaron a los dos un gran vacío y un dolor interminable.

Yo también vivo triste desde un día
en que cosas de la vida me pasaron
y un surco de recuerdos me dejaron
y un dolor imposible de ocultar...
Yo te amaba y me amabas tiernamente
más las fuerzas del destino se opusieron
y desde entonces nuestras almas tuvieron
un vacío imposible de llenar.

¡Tus encantos, tus sonrisas tan amables!
¡El perfume que exhalaban tus violetas!
¡Y tus bucles y tus ojos, que princesas
anhelantes te quisieran imitar!
Más la vida tiene abismos insondables...
Hay caminos del destino intransitables...
Hay recuerdos de amor inolvidables...
¡Y hay vacíos imposibles de llenar!


Roberto Goyeneche lo grabó acompañado por la orquesta de Atilio Stampone el 7 de noviembre de 1973 y acá lo escuchamos.

                               


     


domingo, 29 de septiembre de 2024

FELIZ DÏA...

  

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domingo, 22 de septiembre de 2024

¿SUITE TROILEANA?

1. FUNCIÓN Y MÉTODO DEL CRÍTICO MUSICAL

Entre la trasnoche de ayer y la de hoy escuché dos veces y con sobrada atención la auto-proclamada suite troileana de Astor Piazzolla. Parte de mi trabajo consiste en escuchar la mayor cantidad de discos de intérpretes posibles de la música toda. Creo que Lucio Demare dijo alguna vez que la comparación es la base de toda comprensión. Y si no lo dijo él y lo dijo otro antes, bien vale la reflexión de ese tipo.  Y si nadie dijo esa frase y la expresé por pura conveniencia, bienvenida sea la proclama. Estoy a gusto con ella porque otorga seriedad a mi trabajo, a pesar del humor irónico que un brulote musical exige a su autor para ser reputado como tal. 

Cuando se dice: “Como vas a comparar a Gardel con Palito Ortega” la frase no sabe (mejor dicho, el sujeto parlante no se da cuenta) que es la propia comparación ya efectuada por su conciencia, lo que lo llevó a expresar a través de su dormitado entendimiento, esa verdad que pretende negarse a sí misma. Es algo así como la cómica escena que sucede cuando uno nos bate “no te estoy hablando a vos”; o peor aún, los que dicen “no te estoy gritando” a grito pelado. 

                             


El punto es que para poder ejercer la crítica musical no hace falta ser musicólogo. Los músicos son los más incapacitados para ser críticos. Otro día me ocuparé de fundar tal aserto. Para ejercer la crítica cinematográfica se requiere haber visto muchas películas. Lo mismo podemos decir del teatro. Aunque es cierto que muchos buenos autores, comediógrafos o dramaturgos también fueron críticos, sus labores respondían más a bien a su oficio periodístico rentado que a su amor por el arte escénico. Los casos más paradigmáticos fueron los del inolvidable José Antonio Saldías, los del olvidado Julio Escobar o los del recordado Alfredo Le Pera. El primero de ellos tres fue, la mar de veces, más competidor desleal que crítico. En fin. Ya me fui de tema para hacer gala de erudición porteña. Mi egolatría no tiene remedio.

Lo que pretendo significar con esto es que, tan sólo habiendo escuchado mucha música y comparando los estilos de cada intérprete y de cada género y de cada época, autor y compositor, se puede llegar a valorar con nitidez los aciertos o desaciertos de cada obra y, en consecuencia, alcanzar conclusiones interesantes.  Sobre todo, a lo que al tango se refiere, puesto que en las calles de su mundillo me muevo con cierta facilidad para no extraviarme. No estaría capacitado para juzgar la obra de Wagner o la de Rossini como tampoco la de Don Pietro Mascagni o la del Dr. Félix Weingarter. Simplemente puedo decir que sus composiciones me agradan.   

Pero en materia de tango me animo a exponer sin pasar verano. Para ello es preciso conocer hasta agotar todo el repertorio grabado conocido. Desde Villoldo hasta Piazzolla. Ya lo dijo Don José González Castillo: “La cuna de mi fe, la tumba de mi amor, como capítulo sin fin”. 

Bien sea porque Villoldo abrió la puerta del conventillo firmando el certificado de nacimiento de la criatura o porque Piazzolla abrigó el extremo opuesto, cerrando la puerta desvencijada y firmando el certificado de defunción, corresponde al crítico musical tanguero conocer con responsabilidad todas las etapas atravesadas entre los casos fundadores y claudicantes. En su conjunto, esas épocas in totum conforman el objeto de estudio cuyo dominio trato de abordar desde hace cuatro décadas. Negar relevancia histórica a Astor Piazzolla sería tan absurdo como negársela a Villoldo. 

¿Ahora bien? Nadie les quita la relevancia y la importancia histórica a ciertos apellidos famosos. Pero, a título de la Diosa Veritas, ¿Qué mérito tiene en realidad la obra de Astor Piazzolla, si es que tiene alguno?

En este caso puntual analizaré la Suite Troileana.

2. LA SUITE TROILEANA. UNA OBRA SIN TROILO

Astor Piazzolla es un músico mucho más fácil de desentrañar por su personalidad que por su obra musical. Su complejidad intrínseca, resultante de la pasión por la complejidad misma -vicio que comparte en general con todos los vanguardistas de su época gloriosa- estuvo siempre más preocupada por causar efecto explosivo y expansivo que por engalanar las fauces que alimentan el espíritu de la belleza. Tal situación nos conduce en la ocasión a su suite troileana. 

No sé qué entendería él por suite, porque sus conceptos musicales siempre pretendieron romper las cadenas de lo canónico y la suite en términos originarios podría definirse como una colección de breves movimientos musicales tocados secuencialmente que datan de hace varios siglos, inclusive, previos a la consolidación de la sonata. 

Resulta llamativo comprender por qué, quien pretendía innovar a todo trance el terreno musical terminara apelando al llamado de una entidad barroca para revestirla como algo novedoso. Pero miraré para otro lado en ese asunto, aunque podría preguntarse legítimamente ¿qué tipo de novedad trae una suite? Incluso hasta en los tangueros podemos encontrar antecedentes en Adolfo Carabelli con su Suite Andaluza, además de otros intentos o aproximaciones menos conocidas.  

                                   


El problema óntico-ontológico (diría un profesor de filosofía) de la suite troileana consiste en la falta de coincidencia entre el título y la obra. Este invita a algo que no existe. Mejor dicho, que ni siquiera aparenta. Diría que el nombre de Troilo en el título de la obra es casi una estafa. Publicidad engañosa para atrapar a los desprevenidos corazones que laten pichuqueando, en un claro detrimento contra la Ley de Defensa del Consumidor.  Moneda corriente entre los músicos que se trepan a la fama de un tango conocido para reescribir uno que no se animaron a presentar como propio.

Pichuco no se asoma en ningún momento porque la obra lo espanta. Lo aleja definitivamente. Lo termina desterrando del pentagrama, no sea cosa que aparezca la magia del duende del son del bandoneón y queden todos en off-side. 

Nada. Troilo está ausente. Es en toda la suite, un convidado de piedra, como en la leyenda asociada a Don Juan Tenorio. En este caso, Piazzolla mató a Troilo para hacerle una estatua. Lo ciñó en el mármol y le dijo: ahora me vas a oír.  

El siglo XX le dio a la suite la posibilidad de incorporar no solo fragmentos secuenciales danzantes compuestos por distintas variables musicales, sino la posibilidad de mechar canciones conocidas que podrían ser presentadas como las del cuño de un compositor determinado. La selección de temas breves exhibidos de manera conjunta dio lugar, por ejemplo, a la suite gardeliana de Egidio Pittaluga, que tiene una versión encomiable de la orquesta sinfónica del Colón, dirigida por Juan Martini y que fuera grabada para discos Odeón.  En ningún momento, Piazzolla siguió el ejemplo de nuestra orquesta más selecta en términos académicos. No se escuchó ni el eco del último compás de alguna pieza de Troilo en la suite piazzollera.  

En cuanto a la forma de presentación de la suite, es dable destacar que la exasperante actitud de Piazzolla de jugar con las infrecuencias rítmicas torna indefinible la identidad de cada uno de los movimientos. Como la música no sería posible sin el elemento melódico, el género musical (que no es otra cosa que la identidad que hace que dicha pieza sea algo y no otra cosa) carece de sentido si el ritmo se desvanece, regresa y se va otra vez. Por eso digo, que no tengo sospecha de lo que Piazzolla entendía por suite porque precisamente, la suite implicó siempre la ejecución secuencial de movimientos danzantes. Según los tiempos y lugares podían introducirse algunas danzas o bien otras, pero cada etapa integrante de la suite contaba con su bien definida marcación bailable. Desde la alemanda a la gavota o de la zarabanda al minué, todos los pasajes de la suite eran rítmicamente identificables y podían ser bailados. 

Piazzolla, fiel a sus costumbres proselitistas, no nos permite identificar ninguno de sus movimientos y, por ende, no nos habilita a bailarlos. Nos condena una vez más a tener que limitarnos a escuchar su suite, la que, por otra parte, de suite no tiene nada. A lo sumo, podría llegar a empalmarse con una rapsodia, pero creo que el título “Rapsodia Troileana” no pasaba el filtro de una buena política marketinera que la palabra suite le solucionaba al instante.         

La conclusión parece ser siempre la misma. Piazzolla hizo un tango que de tango solo tomó prestado el nombre y compuso una suite cuyo punto en común con la suite reside simplemente en el nombre también. 

Pero, a decir verdad, sus obras no son stricto sensu, ni tangos ni suites. Sus creaciones son afamados títulos que nunca reflejan lo que el nombre de la pieza insinúa. Sería oportuno que los músicos que admiran a Piazzolla (que hoy ya no son tantos como sí lo eran veinte años atrás) lean por las dudas el Crátilo de Platón.  

No es de extrañar que un músico que se manifestó partidario de la cultura del ruido a la que consideró grandiosa, ensalzando a figuras como el flaco Spineta, Emerson, Lake and Palmer o Valeria Lynch, haya a la postre, compuesto una suite troileana que no parece tener atisbo de ninguna de las dos cosas. 

3. MOVIMIENTOS DE LA SUITE (sic)  

1. El preludio se llama “Bandoneón”. Desde que empieza hasta que termina parece que lo está afinando. Se escucha la presión sobre el teclado. Apenas aparecen cuatro o cinco notas juntas de “Quejas de bandoneón” se diluyen como la música fantasmal de las películas de Narciso Ibáñez Menta. 

2. Zita. Bochinche. Instrumentos mal escogidos para una suite convencional. Demasiada preeminencia electrónica, estereofonía escabrosa y ruido metálico y chillón. Percusión extrema. En un momento, el bandoneón intenta hablar en chino y las cuerdas le responden en japonés. Parece querer al final hablar un tango, pero se queda mudo. O lo hacen callar. 

3. El tercer movimiento se llama “Whisky” y arranca como la música de un noticiero. A tal punto que, si Bernardo Neustead hubiese cambiado la cortina musical de “Tiempo Nuevo” por este pasaje, nadie se hubiese dado cuenta. Estridencias de cuerdas sin criterio estético de una chabacanería indisimulable. Hacen crujir las muelas careadas. Parece el sonido del timbre de un colectivo. La persistencia de la repetición de ciertos pasajes y el final se vuelven tan monótonos como predecibles. Cero belleza. Se cierra el movimiento con música de video juegos. Su sonido espanta a cualquier whiskería. El boliche de copas que ponga eso como música de fondo, se funde. No le vende un trago a nadie porque lo que dan ganas de tomar al escuchar eso es un uvasal para evitar retorcijones. Si tuvo una mala semana, se manda un cianuro y chau pinela. 

4. La cuarta parte es una ensalada de música incidental de película soft berreta. Pero ojo, bien argentina, como las que hacían los hermanos Sofovich, estilo Olmedo y Porcel. Está tocada como por musiqueros ambulantes que viajan arriba de un subterráneo de Nueva York. En el final se nota que el tren llegó a su central de cabecera, pero lo que no sabemos es a dónde. Se repite bastante con el tercer movimiento. Su título: ¿Escolazo? Me pregunto, ya que no supe descifrar ¿A qué jugaron los músicos ejecutantes? Se recomienda el tango de Aieta y García Jiménez en versión de Edmundo Rivero.  

5. El quinto movimiento es el único que se puede rescatar. Al menos parcialmente. Tiene alguna idea que parece querer trasmitir algo normal, apelando a los sonidos tonales de “Santa Lucía Lontana”. Por momentos hasta es bueno. No se crea que encontrará allí a Chopin, a Paolo Tosti o a Agustín Bardi. Es una lástima que le haya puesto “Soledad” como el tango de Gardel y Le Pera al que tan poco se parece. 

6. Muerte. En este punto si se corresponde el título con el sentido musical de la pieza porque realmente escuchar ese pasaje es la muerte misma. Escapemos de ella por favor. El repique constante de la percusión imitando el latido de un corazón que se va apagando es un efecto tan manyado y deslucido que da vergüenza ajena. Son tan poco tiempistas que, desafiando las leyes de la biología, la música que tocan se apaga antes que el latir del corazón que sigue con su toc toc incesante a pesar de haber muerto. 

7. Después de la muerte aparece el fragmento del amor con la alegría de Mery, Peggy, Betty y July, pero sin Gardel. Como Astor siempre subestimó a los tangueros, mechó cositas de Vivaldi y de Bach como para que no nos demos cuenta de lo que él hacía. Pero los que toda la vida anduvimos oyendo discos de pasta no comemos vidrio. 

8. El último movimiento ("Evasión") nos asusta porque arrana francamente como un cabal ejemplo de música psicodélica. Alguna película de naves espaciales podría reclamar ese fondo musical. El primer adelantado de la música electrónica para electrocutados. Encima, quiere colocar un ballet como en las suites de Tchaikovsky pero con tantos barquinazos que Julio Bocca le iría a pedir consejo a Maximiliano Guerra porque no sabría cómo hacer para danzarlo. Pero el otro le habría comentado que prefería bailar directamente el lago de los cisnes. Para qué andar con extravagancias a esta altura del partido. El final de la murga parece sonar como esos conjuntos de jazz-rock fusión cuando se desbocan musicalmente en un estadio de Detroit. 

En definitiva, Troilo no asomó en ningún momento la cabeza en esta suite troileana. No se oyó su fueye que andará goteando tristeza por ahí. Tal vez, mejor que haya sido así.

Pablo Dario Taboada


miércoles, 18 de septiembre de 2024

Malena

 Más que un nombre de tango

   Me la presentó una noche Alfredo Gobbi en "Mi Refugio", un bolichito folkórico, pegado a radio El Mundo. "Elena..."-me señaló Alfredo. -"Encantada...", susurró la voz aguardentosa de la mujer de empaque elegante y sugestivo. Al rato supe que esa señora que portaba una carpeta llena de papeles, era la Malena que inspiró a Homero Manzi para escribir los versos de un hermoso tango.

   En 1941, el poeta volvía de un Congreso autoral en México -fue con Discépolo y Tania- y en una de las escalas del viaje recaló en un cabarucho de Porto Alegre donde escucha cantar a una mujer que con su voz de sombra, y lejos del pago desata en su ánimo una brumosa nostalgia. La presentaban como Malena de Toledo y hasta el nombre iluminó su lapicera, que, febrilmente garabateó una lluvia de metáforas sobre el papel, en la habitación del hotel donde se alojaba.

                                  

                                                       Elena Tortolero (Malena)

   Luego sabría que que era hija del cónsul español en esa ciudad y cantaba en castellano y portugués. De vuelta en Buenos Aires y en plena filmación de "La guerra gaucha", de la cual era co-guionista, le entrega aquel papelucho al director del filme, Lucas Demare, con una recomendación: "Hablá con tu hermano y decile que si le gustan estos versos, les ponga música".  

   Lucio Demare recibió el encargo pero olvidó la hoja en un saco. Yendo en coche un día, descubre el mensaje en uno de sus bolsillos y para el auto para leer el poema. Acto seguido, le da un ataque de ansiedad y se  dirige a "El Guindado", el bar de Libertador y Acevedo. Allí lo ensambla musicalmente con esos sonidos, que van encadenados magistralmente en frenético rapto. 

   "La letra de Hermero era tan perfecta, tan rítmica, que la musicalizé en 15 minutos", contaría luego. ¡Un cuarto de hora para machimbrar armónicamente una página que se inscribiría en la geografía más cálida y entrañable de los sentimientos tangueros!

   Elena Tortolero, que así se llamaba y despertó al máximo mi curiosidad juvenil, era argentina, de Santa Fe, hija de andaluces (Algunos personajes del tango que la conocieron, aseguraban que era chilena), había recibido esmerada educación y vivía de jovencita en Brasil. En una gira, conoce en Cuba al cantante mexicano Jenaro Salinas. Se enamoran, se casan y viven en Buenos Aires, cerca de radio El Mundo donde él es contratado.

   Allí intimaría Salinas con la actriz Zoe Ducós, que al caer el peronismo emigra a Venezuela  donde triunfaría como actriz. Se casaría con un actor local y luego  al separarse lo hace con el siniestro Jefe de policía de Pérez Jiménez. Salinas,  en plena decadencia va a cantar a Caracas, en lugares de baja estofa e intenta acercarse a su ex amante. Los policías-esbirros de Miguel Sanz lo tiran desde arriba de un puente y luego le pasan con un coche por arriba destrozándolo. 

   Elena viaja a Caracas, trae el cadáver de su marido y lo entierra en Buenos Aires. Ella  había incorporado el tango homónimo a su repertorio y en una ocasión lo canta en un cabaret de Montevideo, con la orquesta del violinista Reynaldo Nichele. Momentos más tarde se entera que ella era la destinataria de esos versos y le invade una emoción tan grande y desgarrante que la voz que tomó ese tono oscuro de callejón, no volverá a escucharse jamás en escenario alguno, por decisión propia y definitiva.

                           

 

   Coincidí con Roberto Palmer, pampeano de General Pico en un verano de San Clemente del Tuyú. Antes de ser primera voz de Los cantores de Quilla Huasi, cantaba en el "caribeño" Trío azul, con maracas y bongó. Actuaban en un cabaret de la calle Reconquista, cuando en una lluviosa madrugada cae al local un pianista amigo con una mujer que llamó la atención de todos. Era Elena Tortolero.

   Roberto departe en la mesa de los visitantes con ella  y posteriormente él y su mujer, harían tal amistad con ella, que Elena terminaría viviendo con el matrimonio en un departamento de la calle Maipú. "Nunca escuché decirle a nadie que era Malena, la del tango. Era muy cortés, educada, fina, reservada, y sólo se lamentaba del paso de los años y de no haber tenido hijos...", según me contó.

  Por entonces, como tantos artistas venidos a menos, se dedicaba a representarlos. Fumaba mucho, tomaba café en grandes cantidades y conversé en un par de ocasiones más con ella en Mi refugio, donde solían recalar muchos artistas. En diciembre del '59 viaja a Montevideo para arreglar unos contratos . Sorpresivamente, el 13 de enero de 1960, llega la noticia al departamento de la calle Maipú: "Elena ha muerto de un edema pulmonar y su cadáver está en la morgue".

   Roberto andaba de gira con los Quilla Huasi y Elsa de Palmer viajó a Uruguay, reconoció el cuerpo, lo trasladó a Buenos Aires y lo enterró en el nicho de su marido del Panteón de los Artistas, en la Chacarita. 

   Increíblemente, también un 13 de enero, pero de 1942, en la Confitería Novelty. Lucio Demare con su cantor Juan Carlos Miranda estrenaba para la posteridad esa alucinante pintura cromática: "Malena canta el tango como ninguna / y en cada verso pone su corazón. / A yuyo de suburbio su voz perfuma. / Malena tiene pena de bandoneón".


(Troilo lo consagró con Fiorentino en enero de 1942,  y también lo grabaría con Raúl Berón en 1952. Acá lo podemos disfrutar en esta última versión:                                                                                                                                                        

                              


    Y podemos escucharla a ella, Elena Tortolero, cantando con la orquesta del bandoneonista Luis Petrucelli el tango de Luis Bayón Herrera y Edgardo Donato: Volvé.

                                           



viernes, 13 de septiembre de 2024

Fugitiva

    Como repetía Pichuco "las letras de los tangos tienen viejas memorias", remedando a Julián Centeya. Y nada más cierto que ello, pues al recorrer versos de tango cantados, nos encontramos una y otra vez con esa resurrección del pasado, a través de relatos amorosos, rupturas que golpearon fuerte, vivencias del barrio, de los amigos, de la novia aquella.  

   En el caso de Fugitiva, por ejemplo, compuesto en en 1952, el calor del paisaje nostálgico vivido entre ambos integrantes de la pareja, lleva al poeta a la consideración melancólica, o sea, la añoranza de lo que pudo ser y no fue. La energía que brota de esa historia con los versos esperanzados, ingrávidos, marcan la letanía y el callejón sin salida, cuando comienzan a divergir. La letanía poética es esperanza.                                                                              


Nada más que tu paso por el sueño
el beso de morir entre la niebla,
y la fuga de amor entre tus manos
perfumadas de olvido y madrigal.
Voz de mágica nostalgia y lejanía
en mi ternura, tan tímida y secreta,  
te espero como ayer en el milagro
de este ser o no ser y lo fatal.   

   Realmente, la pluma poética de Lamadrid se eleva en la expresión y en la sentimentalidad del tango.  El duelo entre la vida empírica y la real conducen al desesperanzado a estas notas melancólicas. La efusión del amor con sus esplendores  y grisuras intensas. En un alarde de fantasía poética, el autor de los versos, depurando las formas, logra  retratar con verismo la distancia insalvable de la pareja. Y la resiliencia del perturbado amante, sumido en los recuerdos...

¿Para qué?...
Fugitiva de otoño,
te amaré...
Danzarina en la tarde,
con tu velo violeta
en el tema de adiós.
¿Para qué?...
si en la luz inmutable y astral,
en que sueñan la espuma
y la furia del viento,
se arrodilla mi amor.
 
Turbio sueño total, noche y deseo,
se fue tu drama azul por las cenizas,
anunciadas de páginas fugaces
en el roto mensaje de tu fe.
Las arenas te nombraron en su vuelo
de aleluyas trágicas y solas,
y sé que ya fugó por esa nada
tu misterio, tu voz y tu laurel.

   Astor Piazzolla le puso música a estos versos distintos. El tango fue grabado por Edmundo Rivero, acompañado por la orquesta de Carlos Figari. Piazzolla que hizo el arreglo, acompañó con su orquesta a María de la Fuente en la versión grabada, con su quinteto. Ella, incluso lo grabó con Héctor María Artola en 1952. Osvaldo Fresedo con Héctor Pacheco también lo llevaron al disco. Escuchamos la versión de María de la Fuente con Piazzolla en 1952.