Este tango no ha tenido la repercusión popular en la interpretación de orquestas y cantantes, pero la versión de Carlos Di Sarli con su orquesta y sus cantores Alberto Podestá (en 1947) y Oscar Serpa (en 1953), es una muestra que destila doctrina estética. Y a la vez comprueba lo que representa comprar el amor con las consecuencias que ello conlleva, cuando el corazón amado no responde más que al reparto del dinero.
Por supuesto, que estamos hartos de contemplar estas realidades y el peso que conlleva sobre parejas que se sumergen en ellas. Cátulo Castillo supo desde muy joven ,trasladar al papel experiencias vividas o relatadas por otros. Con el espejo de su padre siempre en el horizonte tanguero que lo envolvió tempranamente, como nos lo recordaba en las charletas que teníamos con Antonio Carrizo y él.
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Cátulo Castillo |
Y puesto en el rol del hombre que, ya maduro, está envuelto en el recuerdo del amor que se esfumó y el dinero con que pudo comprarlo. Pero él no quiso complacerla, se lo negó y ahora reniega de aquellos momentos, del dinero que no le sirve para ser feliz. Y la añoranza entre trazos de sueños olvidados, describen el secreto que esconden las palabras. El relumbre de lo esencial.
Sueño de un empeño que en su luz quemé,
Cuando ataba en el montón de mi pobreza
La riqueza de un querer.
Tuve la ternura, con que la abrigué,
Y ella amaba el reino mero del dinero
Del dinero que, yo le negué.
Está desprendido de muchas cargas pero sufre la divergencia entre el caos de la vida y el orden ilusorio. Siente un peso de lápida con esos momentos que siempre recuerda, que llegan de repente , sin hacer ruido, pero se orbitan en la interminable sustracción del amor. Una realidad mutante en la que los acontecimientos -el dinero- han roto con las perspectivas y desgranan en el aire restos de memorias.
Metal sin corazón
No compra lo que quiero.
Me niega, la entrega,
De un puro acento leal
De amor igual.
¡Dinero!, ¡Dinero!, ¡Dinero!,
Volcando en este arcón
Su canto pasajero,
¡Maldito!,
Como el grito de desprecio,
De quien tuvo, por tu precio
Que vender su corazón.
Y el tiempo muestra la carga de reproches que se arroja en un perpétuum in nuce (para siempre en lo esencial) del amor frustrado que lo condena. Por el lado del dinero ha conseguido lo que buscaba, lo tiene, pero ha perdido lo que también quería para siempre, el amor de ella. Y entonces añora su pasado pobre pero teniéndola a a su lado para siempre. Y comprueba que el amor es más fuerte e importante que el dinero.
Y ella, sin tenerte, tras tu voz partió,
Es la amarga paradoja, que me arroja
La congoja del error.
Quién me diera un día del sencillo ayer
Nada en el bolsillo y el cariño a pie,
Arrimado al tibio raso de su paso...
De su paso, amor, que se me fue.
Enrique Delfino le puso música a los versos de Cátulo, y Di Sarli con sus cantores nos lo dejaron amarrado a nuestros cuores tangueros-milongueros para siempre.
Acá podemos escuchar la versión con realizara con Alberto Podestá, el 26 de septiembre de 1947.