Allá por el año novecientos ocho
en el viejo barrio del Abasto un día
llegó un cantorcito llamado El Morocho
a llenar las calles con sus melodías.
La rueda de guapos lo oyó en ocasiones
cantar en los patios, en noches serenas
y al oír sus hondas y tristes canciones
lloraban los tauras de largas melenas.
Zorzal, que entre el chaire de la vieja tropa
de nuestras barriadas, se llegó hasta el centro.
Después, ya sus alas tendió para Europa
y el dorado triunfo le salió al encuentro.
Y aquel cantorcito de mil nueve ocho
en su afán de altura se perdió en el cielo...
Hoy entre las nubes estará El Morocho,
cantando sus tangos y armando un revuelo.
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