El mismo título que el tango de Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta, pero en este caso se trata de un valsecito que mi piace, tanto por su letra como por su música que te incita a dar giros en la pista. Pienso que los versos de Carlos Bahr, como la melodía que le adosara el pianista Julio Carressons, tienen algo que te convoca a escucharlo una y otra vez.
De Carlos Bahr he escrito varias veces, siempre con admiración por su talento incrustado en esa capacidad de atrapar las minúsculas y sutiles transformaciones de las cosas. El beau Brummell nos enseñó que la cumbre de la elegancia es la simplicidad absoluta. Y el poeta tanguero transita con su pluma, tanto los periplos diarios, el chispazo, como las historias de una noche.
Carlos Bahr |
Como maestro de lo mínimo ya lo demostró en sus tangos, siempre retratando con justeza el mosaico de los personajes. Esa arborescente pluralidad de experiencias, son las que definen al autor. Es el estilo lo que cuenta, además de la historia que va narrando poéticamente. Conjugando sonoridad y sentido. En la historia de lo pequeño, la voz narrativa no es omnisciente, pero sus motivaciones expresivas, las ilusiones, los fracasos van delineando los versos.
que doma la distancia,
baja a los valles
y sube a las montañas.
Libre es el agua
que se despeña y canta,
y el pájaro fugaz
que surge de ver
una azul inmensidad...
que al viento la melena,
huele a las flores
que es mata en la pradera.
Libre es el cóndor
señor de su cimera,
yo que no sé olvidar
esclavo de un dolor
no tengo libertad...
Loco y cautivo
cargado de cadenas,
mi oscura cárcel
me mata entre sus rejas.
Soy prisionero
de incurable pena,
preso al recuerdo
de mi perdido bien.
de andar por donde quiero,
pero no puedo
librarme del dolor.
Y pese a todo
soy prisionero,
de los recuerdos
que guarda el corazón
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