lunes, 26 de junio de 2023

Prisionero

   El mismo título que el tango de Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta, pero en este caso se trata de un valsecito que mi piace, tanto por su letra como por su música que te incita a dar giros en la pista. Pienso que los versos de Carlos Bahr, como la melodía que le adosara el pianista Julio Carressons, tienen algo que te convoca a escucharlo una y otra vez.

   De Carlos Bahr he escrito varias veces, siempre con admiración por su talento incrustado en esa capacidad de atrapar las minúsculas y sutiles transformaciones de las cosas. El beau Brummell nos enseñó que la cumbre de la elegancia es la simplicidad absoluta. Y  el poeta tanguero transita con su  pluma, tanto los periplos diarios, el chispazo, como las historias de una noche.

                                      

Carlos Bahr

   Como maestro de lo mínimo ya lo demostró en sus tangos, siempre retratando con justeza el mosaico de los personajes. Esa arborescente  pluralidad de experiencias, son las que definen al autor. Es el estilo lo que cuenta, además de la historia que va narrando poéticamente. Conjugando sonoridad y sentido. En la historia de lo pequeño, la voz narrativa no es omnisciente, pero sus motivaciones expresivas, las ilusiones, los fracasos van delineando los versos.

Libre es el viento
que doma la distancia,
baja a los valles
y sube a las montañas.
Libre es el agua
que se despeña y canta,
y el pájaro fugaz
que surge de ver
una azul inmensidad...

   La incertidumbre que no cesa de minarlo por dentro en su declive, al supuesto personaje, va pasando por el tamiz y la contención de la mirada poética. Y así va reflexionando sobre la vida, sus ilusiones y sus fracasos. O sea, está controlando el catálogo de la existencia, más allá del fulgor de lo instantáneo, sabedor de que la memoria es simplemente lo que se decide recordar. 

Libre es el potro
que al viento la melena,
huele a las flores
que es mata en la pradera.
Libre es el cóndor
señor de su cimera,
yo que no sé olvidar
esclavo de un dolor
no tengo libertad...
 
Loco y cautivo
cargado de cadenas,
mi oscura cárcel
me mata entre sus rejas.
Soy prisionero
de incurable pena,
preso al recuerdo
de mi perdido bien.

  La voz grave, persuasiva, muy bien modulada y con  intensidad poco frecuente,  nos sumerge en confesiones de inagotables significados y alegorías. La afilada melancolía que nos recuerda el paso del tiempo, demuestra una vez más, que el gran criterio del arte es la memoria. Y así se va adentrando con acierto en zonas grises, cautivo de los recuerdos encerrados en el corazón... 
 
Nada me priva
de andar por donde quiero,
pero no puedo
librarme del dolor.
Y pese a todo
soy prisionero,
de los recuerdos
que guarda el corazón  

  Entre las versiones de este valsecito, brilla la que grabó la orquesta de Juan D'Arienzo, con la voz de Héctor Mauré, el  27 de diciembre de 1943.

                                   


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