Hombres y mujeres tienen códigos y ritos que se van traspasando por generaciones. Al baile se va a milonguear, no a levantar. Los mejores jamás copian pasos de otro textualmente, en todo caso buscan mejorarlo. La competencia es dura y la personalidad es fundamental. Recuerdo aquella época de oro en Huracán, donde todos ocupaban su lugar. El club tenía dos salones: el grande y el más chico (que también era grande aunque no tanto). En el primero estaban los cotizados/as y en el otro los menos dotados/as.
Sólo algún desubicado intentaba romper -sin éxito- el orden natural. El escalafón se establecía en el salón grande. Las mejores milongueras ocupaban la parte izquierda y así se alineaban de zurda a diestra según aptitudes. Iban vigilantes madres, hermanas mayores, tías, y la escena se repetía en otras milongas. Lo muchachos se acomodaban en orden similar y el cabeceo invitante, como el gesto aprobatorio de la mujer, quedaron para siempre instalados como sinónimo del ambiente milonguero.
Varón y mujer se buscaban con la mirada y se producía el encuentro. ¡Los méritos que había que exhibir para ascender en el ranking! En Huracán, allá por los años 50 vi por primera vez a la Negra Domínguez y La Turca, excelsas milongueras, bailar con su cabeza sobre el hombro derecho del muchacho, sin ver la pista, lo contrario de lo que se hizo siempre, e impusieron esa onda.
Como el valsecito porteño tangueado que popularizó en esa pista Cantinflas, uno de los buenos. Cada barrio tuvo cracks admirables, como Petróleo, Portalea, Lampazo, el Pupi Castello, Antonio Todaro -gran maestro-, el Negro Cotongo, Lavandina o Tarila.... Este último se llamaba José Giambuzzi, era nacido en Italia y llegó al país con 6 años. Pese a su estampa sin atractivos, sus aptitudes eran de prima. Fue profesor de tango sin abandonar su cuchara de albañil, y enseñó las claves a infinidad de milongueros: -
-La esencia de este baile es la improvisación,, la elegancia en la forma de caminar, la armonía con la pareja. Tango al piso, casi sin despegar los pies del suelo...
En los años 50, Juan Carlos Copes -con la genial María Nieves a su lado-, comienza a darle importancia al baile coreográfico y logró en poco tiempo, no sólo triunfar en Buenos Aires sino también transitar el arte de la pareja por Sudamérica, Estados Unidos y Europa. Revolucionó la danza del tango convirtiéndola en espectáculo y hoy no se concibe un Festival de tango sin parejas de fuste en modo exhibición. Previamente había fatigado milongas y madrugadas de prácticas para llegar a ser lo que fue. Además supo repartir los roles. Al 75 y 25 por ciento que aportaban el hombre y la mujer en el baile, lo convirtió en 50 y 50.
Virulazo fue otro grande. Se llamaba Jorge Orcaizaguirre, era del barrio de Mataderos, medía 1,90, llegó a pesar 130 kilos, mientras su pareja, Elvira, parecía un frágil junco junto a su lado. Pero la diagonal de la díada en el escenario provocaría el asombro del público y de gente como Nureyeb, Baryshnikov, Roberto Duvall o Liza Minelli. Con Copes y María Nieves y junto a otros artistas recorrieron el mundo con el espectáculo "Tango argentino", cosechando al aplauso, el asombro y también la inclinación del público por este género musical.
Miguel Ángel Zotto fue quizás el último fenómeno que arrancó joven, creador y con cuerda para rato. Supo montar espectáculos de alto nivel, en giras por América y Europa que congregaron multitudes y ovaciones. Bailarines clásicos, de contemporáneo y coreógrafos, descubrieron el filón y se han pasado al tango con toda su técnica.
El afiche de Tango Argentino que recorrió varios países |
Pero no es casual que Copes, Virulazo y Zotto hayan sido milongueros postas antes de llegar al escenario. Se nota en su caminar. Ellos hicieron reabrir las puertas de las milongas y lograron despertar ese entusiasmo por bailar este tango desterritorializado. Argentina exporta profesores a paladas y en Buenos Aires hay ya casi más maestros que alumnos. Las enseñanzas de los veteranos son rescatadas por los jóvenes que, aunque abusen de las figuras y los saltos, ya aterrizarán, como codificaron su predecesores.
A los profanos que aplauden la acrobacia. leas caben las reflexiones de Virulazo. -Yo soy profesional solamente porque me pagan. En el fondo sigo siendo amateur; no me ajusto a una coreografía, yo soy milonguero, bailo tango-tango, por eso me llaman de todas partes.
Todos estos cracks tuvieron una gran milonguera a su lado. La historia vuelve a repetirse con los nuevos bailarines que maman las nutrientes para aprehenderlos. Por eso el corpus tango-danza está de rabiosa actualidad en casi todo el mundo y no morirá nunca. El secreto: Sentir, caminar, interpretar e improvisar. Y gozar.
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