Entre la masa de formas que fermenta en las traqueteadas maderas de la pista, las parejas, fieles a la misa tanguera, con memoriosa perfección desenrollan esas arduas madejas que tejen los músicos y los eslabones de los pentagramas. Unos hondos secretos relucen en el tiempo de las almas, develan el misterio de esta danza sensual e íntima y ellos vadean con sus pies e imprevistos dibujos, las ondas concéntricas que siguen en orden inverso a las agujas del reloj.
Cada tanto el contrabajo nos recuerda con su trompada letal el origen arrabalero de esta música. La almidonada terquedad de la pareja, chaireados ambos en los entreveros de mil noches, equilibran el eje de la simetría cuando el espacio hierve y se puebla, ignorando las torpezas ajenas arrastrándose como hojas en el ventoso otoño.
La acallada luz vela el rectángulo que cobija historias de amores y desamores, riñas y duelos fantasmáticos. Un polen de figuras diagramadas en comunión mesmerizante alfombra el camino del bailarín hacia la cima de su arte. En la sumergida lentitud, gravita suspendido en el alarde.
Ella, una red de arterias temblorosas emocionalmente, vive su sueño con los ojos cerrados y la mente despierta y palpitante, con su cuerpo acogiendo los sonidos, recreándose en sí misma, heridamente, brillante de rouge, percal y purpurina.
Intenta recordar, empero, los consejos de la madama a su pupila en “El bordell” (El burdel), de Luisa Cunillé: “No prometas nunca nada mientras estés bailando. El baile puede conducirte a tal éxtasis que te obligue a bajar la guardia y ponerte en manos de cualquiera”.
Se fecundan mutuamente, codiciándose, en el molino de las formas. Las piernas embravecidas por el tiralíneas de la creatividad. El baile desnuda sus espíritus tanto como sus cuerpos. Se baila como se es. Y en esa sensualidad químicamente pura se enamoran durante los tres minutos que dura la pieza musical, entregándose el uno al otro, tramando un vínculo desde lo desconocido.
A ambos la música elegida para danzar los coloca en la situación del perro de Pàvlov, dado que, como pensaba el científico, el ser humano puede reaccionar ante estímulos que él mismo va generando y que a su vez puede transmitir.
Por ello, ante la incitación de las variaciones bandoneonísticas despliegan un vendaval de ganchos, molinetes, giros y volcadas, en las pequeñas fiestas de la burguesía barrial.
La esperada llama los consume.
La postrera nota los deja en el limbo.
¿Adónde van a parar unas noches mágicas como ésta?
(De mi libro ArTango, con pinturas de Isabel Carafi)
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