Yo me repongo con unos valsecitos que me permiten el reequilibrio emocional, mientras trato de combatir los efluvios alcohólicos que me vienen en cataratas.
Recuento los saludos que me llegan de distintas partes y no puedo dejar de rememorar con un par de amigos, aquellas fiestas donde despedíamos el año y soñábamos con 365 días venturosos. Después de la jornada familiar nos reuníamos presurosos y como nos dominaba la fiebre milonguera, ya habíamos quedado con muchachos de otras latitudes y muchachas que la sabían lunga en el arte de mover las piernas, y bailábamos en alguna casa o en la calle.
Aunque, la verdad, yo prefería como en los santos oficios, que la cosa tuviera un ámbito y aire más sacramental. El que respirábamos en clubes y milongas.
Los procesos nos envuelven en un bucle y como decía George Mac Donald: "Cuanto más lejos vayas, más cerca estarás de tu casa". Y es cierto, recuerdo en estos días la rueda ésa que nos juntaba, nos movía, y la milonga nos atraía como un imán. Pero además, a los tangueros siempre nos acercó y nos sigue acercando la amistad y la familiaridad en el trato, aunque se tratase de gente con la cual no teníamos más relación que ésa.
Y lo mismo le pasó a toda la gran familia tanguera. Siempre se unieron fraternalmente para reglamentar sus derechos, o celebrar algo, más allá de rivalidades profesionales, como vemos en esta foto.
Manuel Buzón, Domingo Federico, Francini, Pugliese, De Angelis y Tanturi |
Discepolín con Ricardo Ruiz, Basso, Ortega del Cerro, Francini, Pontier y otros |
Troilo está sentado en el centro entre Fiorentino y Piazzolla. |
Y nada mejor que este tango, que simboliza precisamente esa comunión que tenemos con los compañeros tangueros. A los amigos, de Armando Pontier, por la orquesta de Osvaldo Pugliese.
A los amigos
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