Para mí lo inventamos.
Seguramente fue una tarde de domingo,
con mate, con recuerdos, con tristeza,
con bailables bajitos, en la radio,
después de los partidos.
Entonces, qué se yo,
nos pasó algo rarísimo.
Nos vino como un ángel desde adentro,
nos pusimos proféticos.
Nos despertamos bíblicos.
Miramos hacia las telarañas del techo,
nos dijimos: «Hagamos, pues, un Dios a semejanza
de lo que quisimos ser y no pudimos.
Démosle lo mejor,
lo más sueño y más pájaro
de nosotros mismos.
nventémosle un nombre, una sonrisa
una voz que perdure por siglos,
un plantarse en el mundo, lindo, fácil
como pasándole ases al destino.»
Y claro, lo deseamos y vino.
Y nos salió glorioso, engominado,
eterno como un Dios o como un disco.
Se entreabrieron los cielos de costado
y su voz nos cantaba:
«Mi Buenos Aires querido…»
Eran como las seis,
esa hora en que empiezan los bailables
y ya acabaron los partidos.
Humberto Constantini
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