Esto es más que un cuadro. Es como una ventana
por donde uno se asoma a un instante que ha sido,
con su color de época, tan vivo y ya fantasma.
Detrás está el Destino moviendo las figuras
donde la realidad se encuentra con el mito
y algo como una grave, recóndita ternura,
fluye rozando el drama y la caricatura
en las raíces íntimas
de la solemne impavidez del rito.
Dominando la escena, la insólita bocina
que desborda los cálidos recintos,
en los patios cercanos con su toldo de bruma
alborota postigos de lánguidas vecinas.
Y afuera pasa el Tiempo. El Tiempo, ese matón,
como otro personaje de milonga.
Ángel oscuro, imagen invisible
en la cortina de un antiguo Biógrafo,
silenciosa y mistonga.
Y adentro, ellos no saben que están bailando al son
del último, entrañable, sonámbulo fonógrafo.
¡Corneta familiar! Los años locos
del vértigo en la noche y sus fronteras
por el mapa pueril de su aventura
la vieron desfilar, funambulesca.
(Hoy nos parece mágica, surrealista, absurda.)
Caja enorme de música. Registra
en su interior un aire de foránea mazurka
y polka litoral
y vals dulzón alegre y triste
que hizo suspirar a las modistas
en las tardes de otoño sensiblero
y enmudeció al asmático organito
que en la final vereda se borró con Carriego
y Arolas y Villoldo y Saborido.
Su voz comunicante, sonora confidente
de amores imposibles y famosas trifulcas
ahora vaga, orillera penitente,
rotando sin reposo la lunita fulera
de su rayado disco
por la calle olvidada del poniente,
más triste y más lejana que un retrato amarillo.
¿Dónde estará clamando su esqueleto
-fonógrafo sin cuerda y sin mañana-
náufrago de las muertas primaveras
entre el polvo y la ruina y el desvelo
de qué inverosímil Compraventa,
por la sombra querida que rescate
su azucena marchita y el resorte escondido?
Allí, donde él espera, en esa Chacarita
de las cosas inútiles y los sueños perdidos.
Raúl González Tuñón
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