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jueves, 28 de diciembre de 2023

VOS Y YO

    Vos y yo somos la milonga. Somos nuestra propia multitud, la estrofa del tango, todos los yo y vos que compartimos nuestros alientos en la pista. Somos Afrodita y Ares, El Cachafaz y Carmencita, Eros y Psique, Juan Carlos Copes y María Nieves. Los muchos vos y yo que se abrazan en los circuitos tangueros del mundo. 

   El abrazo es la promesa: seremos ella y él, para abrigarnos mutuamente y así conseguir sobrevivirnos otra vez. La noche se presta, el ambiente está lleno de promesas. Como en la Commedia dell’Arte los actores improvisamos el diálogo y somos, fuimos, seremos, en la repetición de la eterna ceremonia noctámbula y su Sursum corda. Y en esta intemporalidad, nos bilocamos y bailaremos en otros cuerpos.

                              


    Porque buscarte a vos es capturar un rostro, que esconde otros rostros, es encenderse con otras fisonomías fantasmáticas que nos son ajenas y a la vez también nos resultan próximas. En ese bosque de figuras, de encuentros y de historias, tropezamos con bailarines que se injertan en la eterna ceremonia de la milonga.  En los viajes uno comprueba que no cambian los seres sino el paisaje.  

   Miradas que dilatan los abismos mientras vos y yo nos debatimos entre la reflexión intelectual y el imperativo emocional.  Dijo el poeta que lo cercano se aleja.  Pero una fuerte circularidad tiende a que todo retorne.  Seremos ella y él, yo y vos en la subtrama que bulle sobre el entarimado, entre las grietas de la madrugada. 

   Y destiñendo olvidadas amarguras, realizaremos una gigantesca zambullida en la nostalgia como aquellas noches en las que intercambiamos nuestras energías y forjamos un yacimiento de memorias. Bailemos, como antes cariñito, abrazados bien juntitos solo un alma entre los dos. Sintamos que nuestro corazón despierta de un letargo. ¿La luz de un fósforo fue nuestro amor pasajero?    

   En la plasmación, fuga y detención del tiempo recorremos rincones de una melancólica y profunda emoción. Los mismos hacen aflorar sensaciones indelebles, recuerdos deliciosos que tal vez nos pertenecen o no por completo, como ese perfume sensual que impregnaste en mi mejilla derecha, aquella primera noche.  A veces escuchar un disco es experimentar un montón de sensaciones.  Las heridas de la vida luchan por salir del cuerpo. Son las emociones que se derraman en un tango intestinal. 

   Si veinte años no es nada… bailemos, como antes cariñito. Como si no hubiéramos concretado nuestros destinos por separado.  Ese reino propio que parecía invulnerable al olvido y nos permitía, alejados, pero encontrándonos en el carrusel de la pista, atravesar los pliegues y repliegues de la incesante historia. Nos dejábamos impregnar por la música. No es algo que se pueda racionalizar, se siente y ya está la emoción instalada en los cuerpos.    

    Esa tupida tela de araña en la que nos estrechamos afiebrados, al ritmo de aquellos temas que nos transportaban a la cima. La delicada melancolía que irradian esas viejas grabaciones que bailamos. La inserción de pausas, la emoción del instante, de los cuerpos incrustados, siguiendo los compases, cuando la madrugada se amansa.  

                           
    Sabíamos que la técnica no debía ser el objetivo viral del hecho coreográfico sino la necesaria herramienta para que el cuerpo expresase sentimientos. En el fragor de las noches, fuimos poseídos por la música que nos transportaba, como imantados por ella...  

   Quereme así… piantao.  “Carmín, siempre está el sitio que dejaste ayer... / Carmín... siempre hay dos manos que rogando están...”. Como cuando en aquella velada mágica tu corazón era un tango y un bandoneón tus caderas. Y yo el mozo guapo del suburbio con su pinta sin igual.         

   El tango se nos prendía al cuore como un anzuelo de oro, atrasando el demorado naufragio.  
  

(Llega el viento del recuerdo aquel / al rincón de mi abandono…) 


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