Así lo conocí.
Cobián, de 26 años, más que el aspecto de un virtuoso del piano, tenía el físico y la apariencia de un apuesto deportista. Su atlética complexión, alta estatura, amplios hombros y espaldas, cuello vigoroso, mandíbula fuerte y dominante, nariz mediana y casi recta con un leve vestigio de púgil, le imprimían recio perfil y atrayente personalidad.
Juan Carlos Cobián |
Sus orejas, normales, hecha para el diapasón, de pabellones ligeramente aplanados hasta las cuencas, por efecto de la práctica del boxeo, bien arrimadas a la redondez perfecta de su cráneo poblado de abundante cabello castaño oscuro, peinado pulcramente a la gomina con una impecable raya al costado que parecía trazada con tiralíneas.
Su espaciosa frente, su rostro surcado por borradas huellas de viruela, ojos chicos, casi negros y animados por una punzante luz interior, risa fácil, espontánea, hacían de este varonil personaje, lo que los yanquis suelen llamar un galán rough (recio).
Vestía con elegancia y acostumbraba a usar cuellos de plancha muy altos y almidonados. Era un caballero de la noche muy agradable. A poco de estar conversando con él nos hicimos amigos.
Eran pasadas las dos de la madrugada cuando alguien le recordó que ya era hora que se sentara al piano. Cobián aceptó gustoso y luego de beber un largo trago de whisky, se dirigió a un piano de cola Götrian Stenway, y todos le pedimos que nos hiciera escuchar su último tango: Shusheta, editado por Breyer.
Improvisó durante unos instantes una imprecisa melodía hasta encontrar la nota azul. Aquello no procedía de las tonalidades chopinianas; era el canto natural de su piano pulsado por el timbre de su mano. Se diría que tenía en cada uno de los dedos un estado distinto de conciencia.
Inmediatamente nos hizo escuchar sus: Shusheta, Almita herida, El gaucho, A pan y agua, La silueta y por último Pico de oro, dedicado al anfitrión, un distinguido abogado.
En tales circunstancias conocí personalmente a Juan Carlos Cobián.
(Escuchamos a la orquesta de Juan Carlos Cobián interpretando su tango Shusheta que compuso en 1920. Esta grabación es de 1923.)
(Enrique Cadícamo le puso versos a éste y a varios tangos de Cobián, conformando una yunta de grandes éxitos. La dupla D'Agostino-Vargas lo grabó el 5 de abril de 1945, logrando todo un golazo.)
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