La paleta poética de Homero Manzi describe los lugares, los hechos vividos, los personajes como Malena, Betinotti, Viejo ciego, Discepolín, Muchacho del cafetín, Juan Manuel, Negra María o Ninguna, de tal manera que los estamos viendo en la imaginación. Fue sin dudas el gran poeta que le dio al tango esos brochazos líricos que lo inmortalizaron.
Y de paso también quedan sus páginas flotando en la memoria de los porteños y los tangueros de todas partes que van entendiendo el alma de sus temas, los enclaves porteños, la savia del arrabal que conoció de pibe, esas metáforas pulcras y lúcidas, las nostalgias desvestidas, los muros que albergan historias de amores, de desengaños, la ternura en las evocaciones.
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Homero Manzi
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Homero recordaba pasajes de su niñez y adolescencia que incidieron tanto en sus versos:
-Desde los trece años hasta los dieciseis viví -como alumno pupilo- en el Colegio Luppi, ubicado en el corazón de Nueva Pompeya: Esquiú y Centenera. La elegante casa del Colegio -que sin duda recuerdan los habitantes del barrio, pues no hace mucho que ha desaparecido - se alzaba, materialmente, entre pantanos, baldíos, bajos, terraplenes y montañas de basura o desperdicio industrial.
Ese paisaje de montones de hojalata, cercos de cina-cina, casuchas de madera, lagunas oscuras, verdones desparejos, terraplenes cercanos, trenes cruzando las tardes, faroles rojos y señales verdes, tenía su poesía.
Tal vez entonces no la comprendí aunque la sintiéramos quienes robábamos pantalones largos a los mayores para poder recorrer el misterio de las noches y los almacenes con exagerado y falso gesto de segura hombría. Pero hoy, a través de la evocación, puedo reconstruir sentimentalmente aquel barrio que se dormía al costado del terraplén para cantarlo con voz de tango y pulso de nostalgia.
Así construyó poéticamente su Barrio de tango que musicalizó Pichuco y que fue el preámbulo del inigualable Sur donde su musa deshilvana los recuerdos de tal manera que se convierte, para mí, en el símbolo, la postal póetica-musical más hermosa y representativa de esos barrios que todavía habitan en mi cuore de purrete, adolescente y juvenil: Pompeya, Parque Patricios, Barracas...
Manzi entendió como pocos lo que representaba el tango, la porteñería, el alma de la gente que habitaba aquellos conventillos y casas chorizo. En sus láconicas y llegadoras frases detalla como nadie el misterio del tango que ha sobrevivido a todas las épocas. La mesa asamblearia del café con sus barajas gastadas, el humo de los cigarrillos, el levantador de juego, la "fija" que falla, el momento de la confesión íntima. Aquella Buenos Aires de corralones, de chatas tiradas por caballos mansos y aguantadores. El organito, la trifulca, el zaguán de las caricias, todo lo resume en frases cargadas de recuerdos y de Tango.
Farol de esquina, ronda y llamada,
lengue y piropo, danza y canción,
truco y codillo, barro y cortada,
piba y glicinas, fueye y malvón.
Café de barrio, dato y palmera,
negra y caricia, noche y portón,
chisme de vieja, calle Las Heras,
pilchas, silencio, quinta edición.
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La orquesta de Pedro Maffia en Chile con Homero Manzi
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Lo escribió como un poema para Berta
Singerman que viajaba a Santiago de Chile, donde lo recitaría, en 1935.
Allí coincidió con Pedro Maffia con su orquesta y cantores y Homero Manzi
que hacía de presentador y glosador. El poema recitado por esa voz tan
especial y la interpretación de Berta Singerman fue muy aplaudido. Más
tarde, en uno de los tantos encuentros de Piana y Manzi para desarrollar
sus obras, el pianista-compositor se interesó por aquel poema, Homero
se lo alcanzó y Piana le pondría música. Vale la pena recrear esos
versos tan detallados y paisajísticos..
¡Tango!
¡Piel oscura, voz de sangre...!
¡Tango!
¡Yuyo amargo de arrabal!
¡Tango!
¡Chata, pingo, luna grande!
¡Tango!
¡Vaina negra del puñal!
¡Tango!
¡Voz cortada de organito!
¡Guapo
recostado en el buzón!
¡Trampa,
luz de aceite en el garito...
todo,
todo vive en tu emoción!
Percal y horario, ropa y costura,
pena de agosto, tardes sin sol,
luto de otoño, pan de amargura,
flores, recuerdos, mármol, dolor.
Gorrión cansado, jaula y miseria,
alas que vuelan, carta de adiós,
luces del centro, trajes de seda,
fama y prontuario, plata y amor.
Lo grabaría Ricardo Tanturi con su orquesta y la voz de Alberto Castillo el 20 de julio de 1942. Acá lo escuchamos.
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