¿Será la nostalgia y la impotencia por las noches de milonga que llevamos sin poder vivirlas? Ya son quince meses alejados de las pistas. Para todo aquel que no frecuenta las salas de baile, y me refiero a aquellas donde bailamos los milongueros, se hace difícil entender lo que el cuore, la mente y el cuerpo nos piden, sin que podamos satisfacer esa necesidad psicofísica. También pueden añorar sus veladas bailables los que frecuentan otras modalidades musicales, pero la milonga tiene algo que es dificíl, quizás, explicarlo con palabras.
Empecé de adolescente a madurar mi berretín milonguero. Las vueltas de la vida, el bajón del tango, las milongas que fueron cerrando sus puertas y mi pasión periodística me fueron alejando de aquel gran metejón. Pude viajar por distintos países del mundo, cubrir Mundiales de fútbol, y el tango siempre tenía su lugarcito en mi alma. Aunque ya se trataba de escuchar a las grandes figuras en algún escenario, compartir momentos especiales con ellos. El baile había quedado atrás, como tantas otras cosas.
Hasta que en los años noventa volvió tímidamente al comienzo y con una fuerza impresionante a continuación. Y volvió a atraparme en sus redes. En mis viajes a Buenos Aires, en Madrid, en Roma, en París, vi como una enorme mancha de aceite se extendía por infinidad de países. Fue un impacto emocional tremendo. Y la mancha continuó expandiéndose Y Buenos Aires volvió a ser la meca de tantos milongueros.
Es entonces cuando uno puede apreciar en toda su dimensión lo que representó siempre el baile en la historia del tango. Los que venimos de atrás podemos dar fe de ello, en lo que nos tocó vivir. La milonga también formó parejas, familias. Y hubo, claro, separaciones debido a ese hábito nochero. Pero es cierto que siempre flotó esa sensación pasional de enamoramiento, de coqueteo, en la coyunda del tango cuando danzamos con la persona que nos enciende pasionalmente por lo que brota de nuestro baile en común.
Carlos Bahr no era milonguero, pero sí un poeta total, que tenía un gran poder de observación, que asistió a milongas para encontrarse con determinados compositores y su visión en este tango lo demuestra claramente. Cuántas veces habremos captado esos embrujos y entusiasmos, al desgaire de lo cotidiano, que expresa en Amor y tango, y que pìnta realidades aún cuando fuesen pasajeras. Porque la milonga tiene ese potencial tórrido, aunque muchos milongueros de alma, sepamos separar el baile de la parte amorosa.
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