La Cavour fue un salón de gente atrabiliaria
que existió por la calle Coronel Salvadores
entre las de Patricios y creo que Hernandarias.
Barrio de pesados y de los cuarteadores.
Sábados a la noche "función y baile" había.
Ahí, el filodramático daba Justicia Criolla.
El "Centro Parlatutti", la sala conmovía
y el drama hacía llorar igual que la cebolla.
De aquel cuadro que todos llenaban de alabanza,
Emilio Lola era el director de escena.
Entonces los actores llevaban a la usanza
de Pablo Podestá, imponentes melenas.
Luego de la función, retiraban las sillas
y el baile ya era un hecho con la Orquesta Garrote (·).
Este bandoneonista hacía maravillas
y a muchos de su época hizo marcar el trote..
Y cuando las parejas salían a la pista
siempre venía algún lío enancado en un corte.
Y mientras daban vuelta no se perdían de vista
y las provocaciones eran el gran deporte.
Había quién traía dos damas "comodines"
porque le daba el cuero para tener cuñada,
y con ese tronquero y esos dos balancines
se tiraba parejo cualquier chata pesada.
Y entonces, si veía venir a un compadrito,
a sacar a una de ellas, él contestaba fresco:
"Esta baila conmigo..." "¿Y la otra, mocito...?"
"También baila conmigo... La traigo de refresco."
Si alguien reconocía en alguna de ellas
la mujer de un amigo, ahí venía el disloque.
De la interpelación venía la querella
y enseguida un bochinche que temblaba el revoque.
Salían para el patio, especie de patíbulo
y ahí, lavaban la afrenta del amigo engañado.
Se cerraban de adentro las puertas del vestíbulo
y en el suelo quedaba un hombre destripado.
También se daba el caso de caer un pesado
con la mujer que alguien le había propuesto espiante,
después se le llevaba a alguien, de invitado
y le hacían pasear la mujer por delante.
Y si no la sacaba a bailar, lo obligaban
y era el mismo marido quien entonces decía:
"Baile con mi mujer..." Y si se le negaba
entonces para el patio, a pelear se salía.
Había un famoso negro que le decían Chicote,
bailarín de los valses bailados a la izquierda.
Bailó una hora y veinte y de este capote
el bailarín P.B.T. todavía se acuerda.
Resistencia, Compás, Elegancia y Donaire,
eran las condiciones que a todos se imponía,
¡Si habrá lustrado pisos el viejo Buenos Aires
bailando aquellos valses que el fuelle traducía!
El Ñato de Barracas, un carrero de antes,
se ganó un gran concurso, pero dejó la vida.
Un perdedor fanático, frente a los vigilantes,
lo despidió a balazos, justito a la salida.
Por eso, que en las noches de baile se sentía
ir y venir al carro negro de la Asistencia
del Argerich... Y todo un revoltijo hervía
de mesas por el aire, de gritos e indecencia.
La Cavour fue un salón de fama extraordinaria
que existió por la calle Coronel Salvadores,
frecuentado tan sólo por gente atrabiliaria,
dedos ágiles, todos, en los disparadores.
Enrique Cadícamo
(·) Garrote era Vicente Greco
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