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miércoles, 8 de noviembre de 2023

Carnaval de mi barrio

    Los que hemos vivido aquellos carnavales no los pudimos olvidar nunca. Claro, éramos pibes y la fiesta nos atrapaba desde temprano cuando comenzaban las batallas del agua. La cuestión era sorprender a algún vecino o vecina y sacudirles un baldazo de agua inesperado, con las carcajadas posteriores inevitables y el mal rato de la persona inundada. 

   En el barrio también estaba la banda de clowns, que nosotros, por ignorancia, llamábamos "los clones". Entrenaban en la plaza de la esquina de casa y allí hacían pirámides con los fortachones aguantando la trepada de los más rápidos y el último era el que subía arriba del obelisco que  se iba abriendo para recibir los aplausos del público en su desfile por cines de barrios y clubes. Los admirábamos y aplaudíamos cuando salían, ataviados con la misma ropa llamativa, en un autobús, rumbo a las exhibiciones.

   

   Muchos chicos y chicas se disfrazaban, pintarrajeados y se exhibían por la calle . Algunos incluso pasaban por casas y departamentos solicitando la "ayudita" a los vecinos. Con mis diecisiete años ya había debutado en la milonga y con la barra nos instalábamos en los hermosos salones del Club Atlético Huracán donde bailábamos esas inolvidables "7 Grandes Noches de Carnaval 7", con las orquestas de Di Sarli, o de Gobbi, Troilo, Pugliese, y la jazz de Barry Moral, Santa Anita, Oscar Alemán, Varela-Varelita, etc. 

    Con el tiempo revivíamos aquellas semanas mágicas nunca  y muchas veces en los reencuentros, incluso con muchachas, las sacábamos a relucir y saltaban anécdotas divertidísimas, propias de aquellas edades y el ambiente bullicioso. Huracán tenía siete pistas para dichos eventos y venían barras de otros barrios: Boedo, Soldati, Pompeya, San Telmo, Avellaneda....

   Muchos muchachos y chicas concurrían a esos eventos disfrazadas. Nosotros comprábamos una tela y una modista del barrio nos hacía la camisa a medida. De esa manera nos identificábamos y estábamos cómodos. Con la jazz/tropical aprovechábamos para jugar y divertirnos. Con el tango manteníamos el recato y la efusión sentimental de siempre. 

                              


     Hoy lo pienso y, claro, para disfrutar de siete noches seguidas de juerga milonguera, que terminaban a las 3 de la mañana, hay que tener esa edad juvenil que nos instala en el manantial de aquella puerta al infinito. El sentido de la aventura humana inspirada en la música, y el ambiente tan especial que nos predispone a la fiesta excitante que nos aguardaba cada noche. Por eso resultan inolvidables en el recuerdo.
 
   Como detalle vale la pena agregar que jamás se produjeron problemas entre barras de distintos lugares o entre milongueros, durante las fiestas carnestolendas  multitudinarias. Algo de lo que puedo dar fe, no solo por todo lo que he vivido, sino incluso por relatos de milongueros de otros barrios con los cuales charlamos sobre el tema. 

   Hay muchos tangos que tratan sobre el Carnaval de antaño y sus impactos emocionales, además del posible flirt que se enlazaba en la fiesta. Angelito Vargas, que era como yo de Parque Patricios, grabó precisamente el tango de Luis Rubistein titulado: Carnaval de mi barrio, el 3 de agosto de 1956. Lo acompañaba la orquesta de Edelmiro Toto D'Amario. 

   Es el adorno definitivo a esta fiesta que recuerdo ahora y que Mercedes Simone había ya llevado al disco en junio de 1938.
                                      

                  

   

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