Los que hemos vivido aquellos carnavales no los pudimos olvidar nunca. Claro, éramos pibes y la fiesta nos atrapaba desde temprano cuando comenzaban las batallas del agua. La cuestión era sorprender a algún vecino o vecina y sacudirles un baldazo de agua inesperado, con las carcajadas posteriores inevitables y el mal rato de la persona inundada.
En el barrio también estaba la banda de clowns, que nosotros, por ignorancia, llamábamos "los clones". Entrenaban en la plaza de la esquina de casa y allí hacían pirámides con los fortachones aguantando la trepada de los más rápidos y el último era el que subía arriba del obelisco que se iba abriendo para recibir los aplausos del público en su desfile por cines de barrios y clubes. Los admirábamos y aplaudíamos cuando salían, ataviados con la misma ropa llamativa, en un autobús, rumbo a las exhibiciones.
Muchos chicos y chicas se disfrazaban, pintarrajeados y se exhibían por la calle . Algunos incluso pasaban por casas y departamentos solicitando la "ayudita" a los vecinos. Con mis diecisiete años ya había debutado en la milonga y con la barra nos instalábamos en los hermosos salones del Club Atlético Huracán donde bailábamos esas inolvidables "7 Grandes Noches de Carnaval 7", con las orquestas de Di Sarli, o de Gobbi, Troilo, Pugliese, y la jazz de Barry Moral, Santa Anita, Oscar Alemán, Varela-Varelita, etc.
Con el tiempo revivíamos aquellas semanas mágicas nunca y muchas veces en los reencuentros, incluso con muchachas, las sacábamos a relucir y saltaban anécdotas divertidísimas, propias de aquellas edades y el ambiente bullicioso. Huracán tenía siete pistas para dichos eventos y venían barras de otros barrios: Boedo, Soldati, Pompeya, San Telmo, Avellaneda....
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