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jueves, 9 de marzo de 2023

Porteño y bailarín

 Al compás del corazón

Bailar el tango es una ceremonia íntima

   El secreto líquido que fluye de los bandoneones, la marcación del piano o el golpe del contrabajo, marcan el compás. La clave está ahí: en el compás. Por eso no es lo mismo bailar Pugliese que D'Arienzo o Di Sarli que Troilo. Cada oreja registra a su instrumento llamador. El piano incomparable de Goñi, de Pugliese, Biagi o Di Sarli, han sido y son referencias para muchos de nosotros en la pista.

   A otros los guía el contrabajo o el portamento de los fueyes, o se encienden con la misa grave de los violines. Aquellas orquestas del '40 que nacen con el aldabonazo de D'Arienzo en el 35, supieron interpretar el alma de los bailarines y los llevaron en andas por el piso encerado. El ritmo pícaro, retozón del 2x4, el tango milonga  de El Cachafaz, se transforma con el despegue de las grandes formaciones del '40 en las que el cantor es un instrumento más de la orquesta, convirtiéndose en un 4x4, que lleva a los bailarines  hacia un estilo más pausado, elegante y con menos firulete.

                                    

El Cachafaz y Carmencita


El tango es una gran fiesta, con el pueblo anonimado participando masivamente y poetas y compositores impregnando la música rioplatense de hermosas melodías y poemas imperecederos que se canturrean en los conventillos, fábricas y suburbio, y se silban en el adoquinado porteño. Infinidad de Orquestas típicas surgen y las interpretaciones alcanzan cumbres de belleza artística que suena a insuperable.

   Muchos investigadores sostienen  que en una época los hombres bailaban el tango entre ellos, pero es una verdad a medias. Lo real es que en los clubes sociales de barrio, los muchachos practicaban por las noches con los amigos de la barra para ensayar nuevos pasos, enseñar a los novatos, pues a las chicas no les permitían sus padres ingresar en ese territorio. Los novatos hacían la parte de mujer y así aprendían de los más expertos el arte de  llevar, marcar, caminar y distinguir el ritmo de cada orquesta. Aunque todavía hoy hay quienes aseguran con datos concretos que hubo baile entre hombres.

                                          

La orquesta de Juan D'Arienzo batía récord tras récord

   En mi barrio de Parque Patricios existían Clubes de este tipo cada 3 o 4 cuadras. El Sportivo Charleston de los primeros pasos, Alianza, Uspallata, Brístol, La canchita, el Paciencia eran un improvisado semillero que apuntaba como destino las grandes y modernas pistas del Club A. Huracán, una de las grandes milongas del 50. Los bailarines de cada barrio tenían su estilo y esos lo notábamos cuando llegaban  barras de Pompeya, Soldati, Boedo, Urquiza o de otros vecindarios porteños.

  Buenos Aires ciudad se había convertido mágicamente en una gran pista y la evolución apuntaba dos maneras de bailar: el tango milonguero de caminata y creación y el tango derecho o liso de los barrios acomodados donde prácticamente no existían los cortes. Gimnasia y Esgrima o el Club Italiano eran escenario de los bacanes. Los reos, que ovillaban la esencia milonguera estaban en los templos tangueros: Premier, Sp. Buenos Aires, Huracán, Villa Sahores, Sunderland, Terremoto de Barracas, Sin Rumbo, Pinocho, Atlanta, Social Rivadavia, Glorias Argentinas, Oeste, Villa Malcom, Pista de Lima, Unidos de Pompeya, Estrella de Oriente y tantos retablos que convocaron muchedumbres y trasladarían los códigos de la tanguedad  a sucesivas generaciones que reivindicarían su sello Made in Argentina..

(Continuará)

    

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