Héctor Marcó arrancó tempranamente como poeta, compositor, actor, cantor, tenía destino artístico, sin la menor duda. Se llamaba Héctor Domingo Marcolongo, nacido en el porteño barrio de Boedo, vivió con su familia en el interior y ya de vuelta comenzó a merodear los teatros, la radio, escenarios diversos y a conocer gente del ambiente.
Tendría fugazmente orquesta propia, cantó en orquestas típica y de jazz y comenzó tempranamente a componer temas de distintos géneros. Incluso música para el fondo de una película. Su confianza y capacidades, le permitieron rápidamente entrar en contacto con gente importante como Carlos Di Sarli, por ejemplo, a quien se lo presentaría Cayetano Puglisi en el café de Maipú y Tucumán, y sería quien le propone componer juntos.
Héctor Marcó |
Y ahí es cuando pasa a ser más notorio aún el reconocimiento de su impronta creadora. El diluvio de hallazgos que hurgan en la sentimentalidad del tango. Su primer creación con el maestro de Bahía Blanca será el tango "Corazón", al que Di Sarli le pone música y lo lleva al disco con Roberto Rufino, en su primer registro con la orquesta. A todo esto, Marcó ya había dejado muestras relevantes de su talento en temas como Alma mía, Callejón, El pollero, Que nunca me falte y otros de bastante recorrido.
Di Sarli había grabado cinco temas de Héctor Marcó, cuando en 1943 decide incorporar a su repertorio este tango del título, al que le pusieron música José García y Graciano Gómez. El primero lo llevó al disco en agosto de ese año con la voz de su cantor Alfredo Rojas y enseguida se trasladó por los diferentes barrios porteños para ser bailado, silbado o entonado por los integrantes de aquellas barras de la esquina. Cuatro meses más tarde lo grabó Di Sarli, cantando Roberto Rufino.
Y creo que detenernos en estos versos implica conectar con la emotividad del que escucha. Se trata de un referente estético y en su continua ebullición, Marcó recuerda aquellas tardes con su orquesta en el Balneario El Ancla, de Vicente López, inyectando su pasión en el verso. La clave para hacer buenas canciones es, quizás, tener una vida movida, acumular experiencia, tener cosas de que hablar. Como aquel amor, de una tarde-noche inolvidable...
contento latir como un brujo reloj,
la noche es azul, convida a soñar
el cielo ha encendido su faro mejor.
Si un beso te doy, pecado no ha de ser
culpable es la noche que incita a querer,
me tienta el amor, acércate ya
el credo de un sueño, nos redimirá.
Corre, corre, barcarola, por un río de ilusión
Que en el canto de las olas, surgirá mi confesión...
Soy, una estrella en el mar
que hoy detiene su andar
para hundirse en tus ojos,
y en el embrujo
de tus labios muy rojos
por llegar a tu alma
mi destino daré...
Soy, una estrella en el mar
que hoy se pierde al azar
sin amor ni fortuna
y en los abismos
de esta noche de luna
sólo quiero vivir
de rodillas a tus pies
para amarte y morir...
Acércate a mí y oirás mi corazón
contento latir como un brujo reloj,
mi voz te dirá palabras de miel
que harán en tu pecho, fuego encender.
El canto del mar repite en su rumor
qué noche de luna, qué noche de amor,
dichoso de aquel que pueda decir
yo tengo un cariño, qué dulce es vivir.
Corre, corre barcarola, que la luna se escondió...
Un amor te da la noche y ese amor lo siento yo...
Realmente, una bella expresión tanguera que fueron grabando entre otros Julio De Caro con Roberto Medina, Francisco Canaro con Carlos Roldán, Libertad Lamarque, Di Sarli-Rufino, el citado José García con Roberto Medina, Pugliese con Jorge Maciel.
La versión de Carlos Di Sarli con Roberto Rufino llevada al disco el 17 de diciembre de 1943, le dio el empujón definitivo. ¿Lo escuchamos?
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