El príncipe del tango
Su carrera de cantor fue muy similar a Gardel, porque tampoco el pequeño Ignacio tuvo contacto con su progenitor, que sin embargo le dejó el apellido. Nació en un pueblo montañoso de Catania (Sicilia), llamado Troina, dos meses después de la llegada al mundo de Carlos Gardel en Toulouse. Sus rasgos no se condecían con los habitantes del pueblo situado a 1200 metros sobre el nivel del mar. Esos cabellos rubios y los ojos celestes, como el apellido provenían del norte de Italia. Su madre, Socorro Salomone, liaría las humildes maletas y cruzaría el Atlántico con el pequeño Andrés Ignacio hacia la tierra prometida buscando nuevos rumbos a sus vidas.
Llegaron a Buenos Aires en 1896 y con el escaso dinero que traían, Socorro montó una pequeña cantina, estilo siciliano en el barrio de Almagro. Un cliente le comentaría a la abnegada siciliana que un familiar suyo tenía una estancia en el pueblo bonaerense de Carlos Tejedor, donde el pequeño podría trabajar y dejarle más tiempo para poder atender ella el negocio y no desvelarse atendiendo al niño. Así fue como un nuevo viaje depositaba al gauchito rubio en medio del inmenso campo, donde el cielo nocturno claveteado de infinitas estrellas y el incesante canto de los pájaros lo mecían en sueños que mitigaban su desarraigo familiar.
Volvería a su casa de Boedo y Belgrano en 1906 hecho todo un mocito pintón que atraía las miradas de las muchachitas. El Negro Domingo, guitarrero y cantor, que se ganaba la vida como peón de campo le había enseñado algunos secretos de la guitarra y como le sobraba tiempo se familiarizó con la misma y ya apuntaba maneras. En Carlos Tejedor había presenciado algunas tenidas de payadores y eso lo empujaba a mezclarse con cantores y guitarreros. Cuando conoció a su vecino del barrio, José Betinotti, al que tanto admiraba, éste lo estimularía y ayudó en sus pinitos. Pero Ignacio no se quedaría en la simple imitación de su ídolo, sino que, ahondando en la esencia de los payadores, maduraría su estilo, tan distinto al imperante entonces y que lo llevaría a la idolatría popular.
Durante varios años Gardel, Magaldi y Corsini se disputaron las preferencias del público sin sacarse grandes ventajas. Tanto Ignacio como Agustín sentían verdadera veneración por quien había abierto las puertas del tango cantado y mantuvieron una sólida amistad con Gardel. Éste les correspondió con su proverbial grandeza, y al tratarse de modos tan dispares de interpretación, el hecho de provenir los tres de la canción criolla, también sirvió para afianzar sus vínculos y raíces. Muchas noches se encontrarían en El Tropezón después de sus actuaciones, entre brindis y anécdotas.
Corsini comenzó trajinando aquellos cuadros filo dramáticos que se ofrecían en cines y teatros de barrio, como cantor y actor diletante. Cantó en cafetines, peringundines y pulperías y anduvo por la provincia con su guitarra y su voz tan atrayente. El Actor Pepe Podestá le ofreció un sitio en su itinerante compañía y así el circo pasó a ser el hábitat permanente de Ignacio. Con Gardel coincidieron en el circo Cassano, en Bahía Blanca, allá por 1914 y hasta se trenzaron en una suerte de amistosa payada.
Dos grandes cantores y dos grandes amigos, cantando juntos |
Para el bueno de Ignacio el día señalado fue cuando conoció, actuando en el circo del actor José Pacheco, a su hija actriz Victoria. Fue un amor a primera vista. Él tenía 20 años y ella 17. Fue tan fulminante el embeleso que se casaron de inmediato. Ella lo alentaría en su carrera, y él dejaría el circo y la bohemia. Un año más tarde comenzaría a imprimir su voz en el disco. Y nacía su único hijo, Ignacio, futuro médico prestigioso.
Patotero sentimental, el tango de Jovés y Romero que estrenó Corsini en el sainete "El bailarín de cabaret", el 12 de mayo de 1922, fue su lanzadera definitiva. Su interpretación, apoteósica, le cambió la vida en 24 horas. Saltaba al escenario grande y se bautizaba en el tango que apenas había orillado con Un lamento (De Leone-Numa Córdoba) en unas grabaciones de 1920. Su estilo nuevo, diferente, caló pronto en la gente. En las siguientes obras teatrales consagraría temas como La canción del cabaret, Sombras o La garçoniere.
El actor-cantor formó compañía propia y en 1922 estrenarían nada menos que 22 obras en el teatro Apolo, donde conoce a Héctor Pedro Blomberg, al poner en escena su obra Barcos amarrados, escrita junto a Pablo Suero.. Blomberg venía de ganar el Premio Municipal de Poesía, superando a Alfonsina Storni. El destino produce azares milagrosos y el poeta crearía junto al negro Enrique Maciel, guitarrista de Corsini, infinidad de temas que empinarían aún más al rubio cantor.
La pulpera de Santa Lucía fue el último empujón que necesitaba para instalarse en los altares del público. Justo él que era rubio y de ojos celestes estrenó ese vals de la dupla Blomberg-Maciel, en abril de 1929. Fue en radio Prieto. Blomberg había publicado los versos en "La Nación", en 1927 y varios cantores y cantantes le improvisaban música y lo entonaban sin su autorización. Enrique Maciel le puso la música que consagraría Corsini y obtuvo tal repercusión que se vendieron más de 160.000 versiones y medio millón de partituras.
Blomberg que que también era rubio y de ojos celestes percibió 70.000 pesos de regalías y no dudó en señalar a Corsini como el verdadero creador del tema. Gardel nunca quiso grabarlo porque decía que "la interpretación de Ignacio era insuperable"... Y los temas de esa época "rosista", que tan bien trataba el poeta pasaron a ser pedidos por grabadoras, la radio, el público... Nada menos que 34 composiciones fraguaron entre Blomberg y el negro Maciel para el lucimiento del cantor. Entre ellas algunas antológicas como: La mazorquera de Monserrat, China de la mazorca, La guitarrera de San Nicolás, y también La viajera perdida, La que murió en parís, Barrio viejo del 80, El adiós de Gabino Ezeiza...
Así fue pagando Corsini su deuda con quienes lo empujaron en la música del pueblo. Llegó a grabar unos 650 temas. Enrique Maciel que con Rosendo Pesoa y Armando Pagés constituía el trío de sus guitarras, contaba que ellos mismos se extasiaban cuando antes de ensayar soltaba unos gorjeos para calentar la gola y a veces hasta entonaba a media voz algunas canciones italianas del sur. Corsini compuso algunos temas pero el único con cierta repercusión fue el vals Tristeza criolla con letra de Julián de Charras.
Al fallecer su esposa, la tristeza lo embargó y lo empujó a dejar su carrera. El 28 de mayo de 1949 se despidió para siempre de todo su público por radio Belgrano y allí cantó -como no podía ser de otra manera- La Pulpera de Santa Lucía. Embargado por la melancolía, se alejó del ambiente que lo llevó a la cumbre y fallecería a los 76 años en su casa frente al Parque Centenario
Desde arriba de su piano le despedía la sonrisa de Gardel en un cuadro con la dedicatoria: "A mi amigo Ignacio Corsini, el gran intérprete de las canciones de mi tierra. Su admirador, Carlos Gardel". Pero el gran elogio se lo habían dedicado por vía indirecta Blomberg y Maciel: "Y cantaba como una calandria..."
Y volvemos escuchar esa interpretación del valsecito que Corsini inmortalizó. Lo grabó el 25 de febrero de 1926 con sus guitarristas Pagés, Pesoa y Maciel.
Completamos con estos dos temas; Zaraza el tango de los hermanos Tagle Lara, y de José Ceglie y Atilio Supparo: Saludó y se fue. Ambos grabado en 1929.
Hermosa semblanza, troesma. Qué grande Corsini.
ResponderEliminarMuchas gracias.