A Pichuco
¡Araca!: un sangrentero y exiguo tocifeca
que tiene al vesrre la orre vendimia de su vino;
que tiene al vesrre la orre vendimia de su vino;
la S en sus felinas y heréticas busecas;
también la esputsa de su aire musolino
y la de su miseria perennmente clueca...
Que acá, en un tiempo cufa, pardeiro y jacobino,
trepado en un retablo que ahora ya no existe
tocaba Dios su fueye, tremendamente triste...
Llegaba de la tarde, soltérico y sencillo,
trajeando un terno al luto que, a popa, dignamente,
pobreaba un gran remiendo flameando en el fundillo.
Al fumo del cadorna, toraba y maloliente,
magiaba en el bandola sus penas con puntillo;
Y, a veces, inclinando la testa, dulcemente,
goteaba desde el mismo canero de su estrujo
-tan troilo y afanado- sus lágrimas de brujo.
Más, con los ojos llenos de exilio, un raro día
sin luz, los viejos tauras melenos y borrachos
de cosas, como judas de alguna fuerza impía
y obscura que los sones mezclaban al quebracho
cabrero, ¡lo estrolaron! Y mientras El caía,
un abracadabrante y angélico penacho
de tangos gregorianos gimió desde su absurdo
bandola que tenía los dos teclados zurdos...
Fue en este mugrentero y exiguo cafetino
que tiene al vesre la orre vendimia de su vino.
Horacio Arturo Ferrer
(De su libro: Romancero canyengue - Ediciones Tauro - Editado en Junio de 1967- Montevideo)
Gran verdad. ¡El Gordo era Dios!
ResponderEliminarCon solo dos notas te partía el corazón de un hachazo, algo que ningún otro logró.
Gustavo R.