Los milongueros que saltamos jovencitos a las pistas de baile, lo llevamos en la sangre y seguiremos bailando el tango, la milonga y los valsecitos con la misma unción, el mismo mimo, la sensación palpitante que nos transmite esa música, aquellas orquestas y cantores, y los versos poéticos que seguirán penetrando en nuestros oídos como si estuviéramos en aquella época en que sonaban a toda hora por la radio o el tocadiscos.
Es una sensación que nos recorre el cuerpo, máxime considerando la pandemia que estamos atravesando, cuarentena incluida, y la necesidad física y espiritual de movernos al compás de esa maravillosa música. Con la compañera de turno que se prende como abrojito y nos incita en los movimientos, los pasos a compás, las cadencias, la caminata, los hamaques... Porque ellas lo sienten como nosotros y están echando en falta esas tres/cuatro horas girando en contra de las agujas del reloj por el piso mágico de la milonga, con la fuerza biyectiva de la pareja.
Leopoldo Díaz Vélez, logró numerosos éxitos con sus creaciones en los años cincuenta y sesenta. Sus temas estaban siempre de moda, interpretados por orquestas, cantores y cantantes femeninas. Era un gran observador y su mirada le daba siempre los motivos para escribir y musicalizar esos temas que pegaron tan fuerte. Había sido cantor, desde los diez años mostró sus cualidades vocales, estuvo con unas 15 orquestas animando bailes y presentaciones.
Una de esas orquestas fue la de Emilio Balcarce, donde le tocó reemplazar nada menos que a Alberto Marino (entonces Alberto Demare), incluso con Francisco Rotundo, Eladio Blanco, Cristóbal Herrero, Armando Pontier y otras. Ofició de presentador, con glosas propias y también supo conformar con sus dotes de observación e imaginación, varios tangos y milongas, cuyos versos mostraban situaciones que acaecían en la pista, donde se movían las yuntas milongueras. Y situaciones de la vida diaria. Así se consagraria como poeta tanguero con innmmerables éxitos en su haber.
Hoy me detengo es uno de esos temas que creó, reviviendo alguna escena de la milonga, el imaginario diálogo, la posible anécdota vinculada a una noche determinada, la emoción que surge del baile de la pareja, el romance transparente, el impulso de fijarlo en su mirada con los fragmentos milongueros, la gama de sensaciones. Porque al fin la milonga es la farmacia, el tónico, el linimento del alma...
será como ninguna la noche de hoy,
te queda tan pintado ese vestido
que estás resplandeciente en el salón.
Tu andar y tu sonrisa me han embrujado
dejame confesarte lo que sufrí,
pensando en este baile tan esperado
sabiendo que estarías cerca de mí.
¿Salimos a bailar, sueño querido?
que tengo tantas cosas que decir,
no importa que te envuelva el torbellino
del baile, cielo mío, y sufra más así.
¿Salimos a bailar, sueño querido?
que en cofre de oro traigo para vos,
este cariño santo que para darte vivo
y esta esperanza mía, de que me des tu amor.
El poeta toma el testigo del milonguero. La intensidad con que éste envuelve amorosamente entre sus brazos a la persona que recibe no solamente el abrazo, sino, también con el mismo, esas palabras que expresan el enorme sentimiento de amor que siente por ella. Iluminados por la pasión del baile que los acerca aún más. Entre tema y tema el diálogo, la caricia sobre el mechón rubio de ella. Una escena que sólo puede imaginarla quien la ha vivido de cerca. En la milonga.Y el poeta sabe reproducirla en versos que reverberan en la imaginación, con el impulso de retratar su mirada en el papel.
te hace una cara dulce y angelical,
estando así los dos, estrechamente
mil rosas de ilusión, florecerán.
La noche tiene un alma iluminada
dejemos dentro de ella la sensación,
feliz de nuestras almas enamoradas
al mágico conjuro del corazón.
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