Secreto, compuesto en 1932, que lleva música del propio Discépolo trata de un amor secreto, precisamente y el autor lo narraba así:
Discépolo por Bourse Herrera |
El caso de mi amigo era vulgar, el de tantos. Tenía su mujer, su casa, dos hijos. Vivía. Llegaba a nuestro grupo trasnochador muy de vez en cuando, pero se retiraba siempre a una hora discreta. Tenía el pudor de no llegar tarde a casa. A mí la gente exageradamente discreta me asusta, porque el día que hace una tontería la hace muy grande...
Cómo me asusta la gente que no tuvo infancia y la que no tuvo juventud... La naturaleza se lo cobra siempre y resulta trágico, además de cómico, ver cómo a gente mayor la naturaleza le hace hacer cosas de chicos. Mi amigo era ese modelo de niño que en la escuela siempre sacaba "diez"... que cuando empezó a trabajar le había entregado el sueldo íntegro a la madre... y que cuando se casó alquiló una casita con fondo para no salir los domingos...
Hasta que sucedió lo que tenía que suceder... Es decir, lo que no tenía que suceder. Sería interminable la lista de cosas que no deben sucederle a un hombre. Desde no perder el tren hasta no hacer tontería, cabe todo lo demás entre las cosas que no deben suceder. A mi pobre amigo le sucedió lo peor: conoció a otra mujer y se enamoró de ella como un cadete de tienda...
Hay algunos que viven con el reloj atrasado. Pero en mi amigo fue terrible. Hombre maduro ya, se encontraba en esa edad en que los hombres llevamos por la calle los paquetes más absurdos, y que por las noches sacamos al perrito a caminar por la cuadra. Y fue entonces, inexplicablemente, cuando conoció y se enamoró de la otra mujer.
Tal como la canción lo señala, "su vida sagrada y sencilla como una oración, se transformó en un bárbaro horror de problemas". Sobre todo porque él no estaba preparado para entenderlo, ni para superarlo. Y como todo lo profundamente dramático está casi apoyado o rozando lo cómico, el problema ridículo lo señalaba su mujer, la auténtica... Porque ella -pobre ángel-, ignorante de la tremenda tormenta en que el hombre se debatía, intentaba curarlo creyéndolo enfermo... Lo suponía embrujado! Quemaba polvos y cosas raras... Le dejaba la camiseta colgada al sereno y por la madrugada le decía palabras absurdas...
La única satisfacción -si así puede llamarse-, la única stisfacción de mi pobre amigo, fue que durante ese terrible período su mujer no llegó a sospechar nunca, ni por asomo, la razón de su mal.
Recuerdo que una vez fui con urgencia por mi amigo. Estaba dispuesto a matarse. Hube de luchar a brazo partido para despojarlo del revólver y en ese mismo instante, mientras yo me enloquecía convenciéndolo que su resolución era imperdonable, la pobre señora, la auténtica señora, echaba frente a la puerta de su habitación donde estábamos unas bolitas como de naftalina...
Qué era?... Qué sé yo!... Algo que le habrían aconsejado para mejorar a su esposo!... Y la verdad es que si a su esposo no lo mejoraron, a mí, casi me matan. Porque después de la escena interminable que tuve con él, hasta que me entregó el revólver, salí atolondrado, no ví las bolitas... las pisé... y fui a parar contra el piano que quedaba como a cinco metros...
Que lo de mi amigo era embrujo?... Yo creo simplemente, que era amor. Distinto, raro, enfermizo, pero amor al fin. No era el amor detonante de Don Juan, el amor que se grita en voz alta en las tabernas. era el amor de Amiel, que no se dice, que se reza apenas...
Secreto nació así... amargo y doloroso como ese amor de mi amigo, que yo no viví, pero que me dolió, que me duele como los versos al poeta:
Cada vez me cuestan menos
Por eso me duelen más...
El recordado y malogrado Julio Sosa lo interpretaba de este modo.
como siempre, excelentes cada uno de tus artículos.
ResponderEliminarRuben
Gracias. Y gracias al gran Discépolo, claro.
EliminarInmenso y eterno nuestro Discépolo.
EliminarGracias por responderme.
Abrazo tanguero desde Rosario, Argentina.
Ruben