Cómo alborotaban en los bares, los casamientos (¡Que bailen los novios!), los conventillos, las noches serenateras, en el silbo de los porteños rumbo al trabajo...
Los valsecitos lograron su carta de identidad cuando Roberto Firpo acertó con la transformación de un vals Boston -Desde el alma- en el nuevo género que se insertó definitivamente en las orquestas típicas. Desde entonces se desterraron todos aquellos que llevaban el acento de los originarios de Viena.
Fueron santo y seña de los guitarreros que alteraban la calma de las noches y se diseminaban por los patios abiertos de las casas y los conventillos, en aquellos temas de los Sureda. Y los fueyeros tocándolos de pura oreja cuando ensayaban en las tardes agonizantes y su musiquita contagiante se filtraba a través de ventanas y parecían acompañar el vuelo de las mariposas. O las adolecentes que estudiaban piano y cada tanto recurrían a Loca de amor, Lágrimas y sonrisas, Orillas del Plata, Olga y demás, para familiarizar la digitación.
Algunas nochecitas calurosas, los muchachos y las chicas "en edad de merecer", preparaban el clericó, baldeaban el patio de la casa, corrían las macetas, colocaban unas guirnaldas y farolitos, y se vivía una velada a puro tango-vals-milonga, con musicantes del barrio. Y los valsecitos dejaban el sello de su alegría contagiosa y su definitiva porteñidad.
¡Cuantos romances, noviazgos y casorios se habrán fraguado en aquellos giros infinitos que las barras milongueras del cincuenta trasladarían luego a pasos de tango! Noches de lunas llenas en que los mayores también compartían esos momentos de ilusión y alegría. Y que para tantos inmigrantes establecidos definitivamente en el país, acriollados y padres de familia, representaban también las nostalgias de juventud en su lejana tierra.
En ese bellísimo vals que José González Castillo versificó para la música de Charlo, -El viejo vals- no se podía pintar mejor lo que representaban aquellas veladas familiares.
Fue como un loco volar de falena
con giros y vueltas en torno al fanal
que nos deslumbra y nos llena
de un dulce mareo sutil y fatal...
Juntos mi pecho y tu seno...
los dos corazones, latiendo a la par,
fijo, impasible y sereno
¡tu frío mirar!...
¡Quién me diría que toda
la gloria, de aquella gentil posesión,
era la efímera coda
que al valse ponía mi loca ilusión!...
Dócil tu mano en mi mano...
¡Mi brazo oprimiendo tu talle liviano
y en tanto mi acento
muriendo en el lento
girar del valsar!...
Las viví de chico en mi barrio tanguero de Parque Patricios donde ese vate del barrio, José Rial, junto a otro prócer de la zona, el guitarrero Guillermo Barbieri, dibujaron el inolvidable Rosas de otoño.
Hoy me levanté matero y valseador, quizás porque las nubes bajas se abrieron y dejaron asomarse al sol para entibiar la matina madrileña. Los recuerdos hacen el resto. Y los discos en la vitrola obran el milagro de la sonrisa, del contoneo de la cintura, de la magia de la música y el encanto de los valsecitos porteños.
Y para contagiarlos un poco lo traigo a Adolfo Berón y su conjunto de guitarras en La pulpera de Santa Lucía (Blomberg y Maciel). Al conjunto de Antonio Luchetti en el vals de Octavio Barbero: Francia. Y al cuarteto de Felipe Antonio con Recuerdos de una serenata (Veliz, Reynoso, Vallejos).
¡Y que bailen los novios...! (Yo me agarré a la escoba)
171- La pulpera de Santa Lucía - A. Berón
Orquesta de Antonio Luchetti - Francia
B6- Recuerdos de una serenata - Felipe Antonio
Jose Maria,
ResponderEliminarEl conjunto de Felipe Antonio de que año es?
Gracias.
Jose Maria,
ResponderEliminarEl conjunto de Felipe Antonio de que año es?
Gracias.
Hola Filipo, un gusto en chamuyar contigo a través del blog. este conjunto es de fines de los sesenta en adelante, pero recién llegó a la popularidad en los noventa a través de sus discos. Te mando un abrazote.
EliminarGracias por tu respuesta José María.
ResponderEliminarAbrazo