A mí sinceramente me alegra que alguna vez nuestros gobernantes se acuerden de la música de su país (aunque nuestro Intendente cada vez que puede se afana en mostrarse imitando a Freddie Mercury) , pero en estos torneos yo veo más una cuestión de marketing que una sincera apuesta por el presente y futuro del tango.
La cuestión es que en distintas ciudades de Europa desfilan permanentemente nuevas parejas de bailarines realizando exhibiciones de su potencial. Y sin pretender desdibujar la calificación de las mismas, noto que en todas esas coreografías trabajosamente montadas, prevalece por sobre todas las demás virtudes, la velocidad.
Es cierto que en la juventud de los integrantes de estas parejas bulle el carpe diem, que consiste en aprovechar al máximo el minuto de gloria. Es algo normal que todos hemos experimentado en nuestra juventud. Pero no estaría mal que desarrollen menos figuras en esos tres minutos aproximados de su danza y pongan algo más de sentimiento. Esas pausas tan necesarias. La fogosidad vitad, acrecentada a impulsos, no está reñida con el sentimiento que parece expulsado de la coreografía. Porque entonces se parecen todos, mucho. Y eso es lo que impide que me emocionen estas demostraciones atléticas con gotas de creación técnica. Porque, eso sí, la técnica está bien aprendida y desarrollada en la mayoría de ellos.
Y mientras tanto uno va viendo cómo gentes de otras nacionalidades también logran desollar la corteza exterior del tango y penetrar en sus íntimos fundamentos. Es algo realmente lindo observarlo y nos lleva a preguntarnos cómo alcanzaron a motivarse de tal manera con nuestro baile nacional, y desarrollarlo de esa manera artística y pasional.
Es por ejemplo el caso del norteamericano de origen vietnamienta Brian Nguyen, fanático del café doble con crema porteño, que con su pareja, la morocha armenia Yuliana Basmajyan, a quien conoció en una milonga de Los Ángeles, en 2007, consiguieron el tercer puesto en tango de salón, en 2011.
Se trata de una pareja que vive en Estados Unidos, tienen su propio estudio donde imparten clases y participan en distintos festivales.
Ambos provienen de otras danzas y experiencias. Cuando conocieron el tango se enamoraron perdidamente de esta danza y tuvieron profesores del nivel de Jorge Rodríguez, Geraldine Rojas, Jorge Dispari, Andrea Misse, Fabián Peralta, Graciela González, Francisco Forquera, Romina Levin y otros profesionales muy cualificados.
Podemos verlos bailando Pocas palabras, por Tanturi-Castillo.
Y vuelvo nuevamente a ese maestro de matices que es el turco Murat Erdemsel y su pareja de baile y de vida, la hawaiiana Michelle, que representan una caricia para la vista y el cuore.
Viven en Estados Unidos y entre las habilidades, la elegancia de Murat y la comprensión del tema que interpreta, me gusta apuntar cómo agranda el rol de su acompañante incitándola al lucimiento. Todo un lujito. Y ella ¡mammmita! Bailan Una fija por Di Sarli.
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