Estoy escuchando este valsecito campero con toda su carga de tradición, de colores imprevistos, con creciente lirismo que me trae tantos recuerdos. Sobre todo, pensando en aquellas noches del café del barrio en que era muy común que pasara algún guitarrero-cantor que se mandaba tres o cuatro temas y luego pasaba el platito, juntaba unas monedas, para a continuación saludar y continuar su ruta noctámbula.
En una de esas reuniones nocherniegas, con ese clima entre juvenil y veterano, cayó uno de los citados, al que nadie conocía. Saludó cordialmente, desenfundó la viola y comenzó a desflorar su mensaje interpretativo a la barriada.
- ¿Algún pedido? -preguntó luego de su segunda interpretación. Nadie respondía e insistió. -Pídanme algún tema que les guste, vamos...
Un tanto abatatado, con mis 17 años y entre tanto veterano, recordé ese valsecito que tanto me gustaba y solté: ¡La pena del payador...!
Todos me miraron, creo que me puse colorado, el tipo sonrió, aprobando con su cabeza y entró a acariciar las cuerdas de su guitarra para, a continuación, entonar este hermoso valsecito campesino que tanto me gustaba y que arrancaría sonoros aplausos de todos los parroquianos del boliche y de los amigos de la barra en la que me había injertado mi hermano, que también era quien compraba discos de tango y escuchaba cuanta audición del género había en la radio.
Lo cierto es que me sigue impregnando de nostalgia este tema del poeta Eduardo Escaris Méndez, que lleva música de los hermanos bandoneonistas José y Luis Servidio. Y resulta curioso comprobar como un porteñazo que escribe tangos de su estilo: Barajando, Medianoche, Así canto yo, En la vía, Funyi claro, La cornetita, Campaneando la vejez..., puede desenvolverse poéticamente con un valsecito campero, bien gauchesco.
Por algo Gardel le grabó los tres primeros temas citados que llevan música de Nicolás Vaccaro, Alberto Tavarozzi y Graciano De Leone, respectivamente. Y también registró este valsecito, que continúa haciéndome cosquillas en el alma, en 1930, acompañado por sus guitarristas Aguilar, Barbieri y Riverol.
peinando, entre sus flecos, un copo de arrebol
y el hilo de la noche, que en ancas se veníab
y el viejo 'e la carreta, picando al buey sobón
atrácase a la férrea rejilla del pulpero
haciendo para el viaje su gaucha provisión
tirando pa' las casas en busca del corral
y el tero centinela, soldado de avanzada
vigila que el indiaje no arree un animal
se ven en espesura del monte vivaquear
colgando de las ramas, los palios de sus flautas
cual músicos cansados que vienen a nochear
se ve asomar a un flete bordeando el cañadón
y en él, a un gaucho triste de negro arrebujado
con porte de hombre, nervio, audacia y corazón
espuelas nazarenas, sombrero echao pa' atrás
Allá va Santos Vega, jinete en su tostado
pensando que la vida para él está de más
centauro de las pampas, invicto payador
que, en vano, las acacias y sauces del camino
se inclinan para verle sonreír en su dolor
y al gaucho le conocen su indómito valor
que solo son culpables dos ojos renegridos
de aquella gran tristeza que aflige al trovador.
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