La sentimentalidad del tango se ha contagiado a otras ramas del mismo, como el valsecito, que tan bien ha encajado en la urdimbre tanguera dándole ese aire de algarabía familiar. Y en esa telaraña emocional, flirteando con la fantasía, se ha apuntado innumerables porotos. Incluso sobreviven una grosa cantidad de ellos, asomando la emoción de su plasmación sonora en las milongas de medio mundo, que te arrean al rondín de la pista de baile.
Muchos de esos valsecitos que fueron naciendo al costado del tango, mantienen la calidez de la tradición y en confluencia con éste en las partituras de las orquestas típicas, nos revelan un atisbo de cielo en una pompa de jabón. Buenos Aires era una fiesta cuando el tango, la milonga y el valsecito se hacían presentes en confiterías, cabarets, boîtes, en clubes de barrio, en la radio y en guitarras y voces que recorrían los cafés y bares porteños.
Aquellos primeros valses criollos abrieron trocha en el corazón del pueblo. Tu diagnóstico, Orillas del Plata, Lágrimas y sonrisas, El Aeroplano, Pabellón de las rosas, Desde el alma, Un placer, A su memoria, Rosas de abril, La pulpera de Santa Lucía, Rosas de otoño... Manteniendo el espíritu pícaro y romántico de sus antecesores europeos, el valsecito porteño le agregó esa melancolía resignada del tango, sublimándola, el swing bailable y el solipsismo generacional.
El catastro tanguero está inundado de hermosos valsecitos y hoy extraigo uno que si bien no tuvo demasiado recorrido, creo que vale la pena recordarlo por su desarrollo tan especial. Sus autores fueron Jesús Fernández Blanco (Poeta nacido en un pueblo de Valladolid-España, criado en Buenos Aires), y Juan Canaro. Lo estrenaron en el porteño cine París en 1933, el dúo: Alejandro Fernández-Dorita Verdi.
Está escrito para cantar en pareja, precisamente y así se produce el dueto intercambiando sus frases de amor, entre las flores del Rosedal. Eso, seguramente le permitió salir de los esquemas habituales, aunque lo grabaran Ignacio Corsini con guitarras, o Ada Falcón con la orquesta de Francisco Canaro y éste también lo llevó al disco cantando Ernesto Famá, Y así se va hilvanando la historia de amor entre susurros y piropos que juegan con la imaginación.
Un día visitando el Rosedal,
Fulgieron sus miradas con pasión,
Y así nació su dulce madrigal
De noble adoración...
Cruzaban los senderos del jardín
Tejiendo mil ensueños de ilusión,
Felices de vivir, cantando su canción:
Qué feliz seré (¡feliz!)
Junto a ti, (¡serás!)
Dulce bien. (¡por mí!)
Por tu amor (¡y yo!)
Virginal, (¡por ti!)
Ha de ser (¡también!)
Mi vivir, (¡seré!)
Un edén... (¡feliz!)
Yo te quiero más (¡mi amor!)
Cada vez, (¡jamás!)
Porque en ti (¡podrá!)
Yo cifré mi fe, (¡morir!)
Mi ideal...
Bello es amar, bello es sentir,
Una pasión que hace cantar
Con emoción... ¡La dicha de vivir!...
Las flores parecían incitar
Al beso ardiente y puro del amor,
Pues todas les brindaban al pasar
Su aroma embriagador...
Las aves, al mirarlos arrullar,
De envidia o de gentil admiración,
Cesaban de trinar, oyendo su canción:
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