Confieso que me encantan los animales en general, pero especialmente los pájaros y las aves. Me gusta desayunar y ver a través de la ventana a gorriones, urracas, palomas torcazas y otros ejemplares más pequeños revolotear febrilmente de un sitio a otro. Y ahora en primavera observar, como lo estoy haciendo, llegar a las golondrinas viajeras en grandes grupos. Es otro placer visual increíble.
Tienen un vuelo raudo, cambiante, nervioso, fácilmente detectable de repente, porque atrapan insectos en su recorrido y se alimentan de ellos, algo por lo cual son apreciadas, sobre todo en el campo. Pero las golondrinas se han afincado en las ciudades, y construyen también sus nidos en los edificios poblados por seres humanos, por lo cual pueden volver año tras año, y luego de un duro y larguísimo viaje regresar al nido que crearon el año anterior.
Esos nidos tienen forma de taza. Lo construyen con bolitas de barro en graneros y construcciones similares, y, como he dicho, también en el techo de terrazas, guareciendo a los pollitos de lluvias, vientos y ataques de otras especies, gatos y demás. Lo curioso es el sentido de la orientación que tienen para regresar al mismo lugar donde dejaron su nido vacío, volando una cantidad de kilómetros -ocho, diez, doce mil- increíble hasta ese lugar que fue la maternidad de sus crías.
Y también relaciono toda esta aventura con la nuestra. Como lo define maravillosamente Alfredo Le Pera, ese gran poeta, tan poco reconocido, en su tango Golondrinas, que lleva música de Carlos Gardel, y que éste estrenara en la película El Tango en Broadway. La misma se filmó en Long Island (Nueva York), entre junio y julio de 1934 y se estrenó curiosamente, en el porteño cine Broadway de la calle Corrientes 1155.
A propósito de las canciones que canta en este filme, Gardel explicó en una página de información de la Paramount, su opinión sobre las canciones del filme.
-Todas me gustan mucho... No obstante, siento una pequeña predilección por Golondrinas, la canción que he dedicado a los muchos artistas latinos que viven en Greenwich Village, barrio bohemio, en Nueva York. Alfredo Le Pera escribió la letra; es un asunto sentimental que compara a los artistas latinos con las golondrinas que, después de haber permanecido ausentes largo tiempo, regresan al fin a sus países nativos.
Y si uno se detiene a pensar a los viajes de nuestros padres, tan lejos de sus lugares de origen, de tanta gente que se ha ido lejos, de los que huyen de las guerras dejando atrás sus hogares y pensando en la vuelta... Estos versos de Le Pera tienen tanto para reflejarnos en ellos. Esas ansias viajeras que nos movieron durante mucho tiempo, las ganas de volver al suelo natal, al barrio, a los amigos, tantas cosas perdidas en el tiempo...
con ansias constantes de cielos lejanos...
alma criolla, errante y viajera
querer detenerla es una quimera...
Golondrinas con fiebre en las alas
peregrinas borrachas de emoción...
siempre sueña con otros caminos
la brújula loca de tu corazón.
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