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lunes, 11 de abril de 2022

Golondrinas

    Confieso que me encantan los animales en general, pero especialmente los pájaros y las aves. Me gusta desayunar y ver a través de la ventana a gorriones, urracas, palomas torcazas y otros ejemplares más pequeños revolotear febrilmente de un sitio a otro. Y ahora en primavera observar, como lo estoy haciendo,  llegar a las golondrinas viajeras en grandes grupos. Es otro placer visual increíble.

   Tienen un vuelo raudo, cambiante, nervioso, fácilmente detectable de repente, porque atrapan insectos en su recorrido y se alimentan de ellos, algo por lo cual son apreciadas, sobre todo en el campo. Pero las golondrinas se han afincado en las ciudades, y construyen también sus nidos en los edificios poblados por seres humanos, por lo cual pueden volver año tras año, y luego de un duro y larguísimo viaje regresar al nido que crearon el año anterior. 

                                        


   Esos  nidos tienen forma de taza. Lo construyen con bolitas de barro en graneros y construcciones similares, y, como he dicho, también en el techo de terrazas, guareciendo a los pollitos de lluvias, vientos y ataques de otras especies, gatos y demás. Lo curioso es el sentido de la orientación que tienen para regresar al mismo lugar donde dejaron su nido vacío, volando una cantidad de kilómetros -ocho, diez, doce mil- increíble hasta ese lugar que fue la  maternidad de sus crías.

   Y también relaciono toda esta aventura con la nuestra. Como lo define maravillosamente Alfredo Le Pera, ese gran poeta, tan poco reconocido, en su tango Golondrinas, que lleva música de Carlos Gardel, y que éste estrenara en la película El Tango en Broadway. La misma se filmó en Long Island (Nueva York), entre junio y julio de 1934 y se estrenó curiosamente, en el porteño cine Broadway de la calle Corrientes 1155.

   

   A propósito de las canciones que canta en este filme, Gardel  explicó en una página de información de la Paramount, su opinión sobre las canciones del filme.

     -Todas me gustan mucho... No obstante, siento una pequeña predilección por Golondrinas, la canción que he dedicado a los muchos artistas latinos que viven en Greenwich Village, barrio bohemio, en Nueva York. Alfredo Le Pera escribió la letra; es un asunto sentimental que compara a los artistas latinos con las golondrinas que, después de haber permanecido ausentes largo tiempo, regresan al fin a sus países nativos.

   Y si uno se detiene a pensar a los viajes de nuestros padres, tan lejos de sus lugares de origen, de tanta gente que se ha ido lejos, de los que huyen de las guerras dejando atrás sus hogares y pensando en la vuelta... Estos versos de Le Pera tienen tanto para reflejarnos en ellos. Esas ansias viajeras que nos movieron durante mucho tiempo, las ganas de volver al suelo natal, al barrio, a los amigos, tantas cosas perdidas en el tiempo...

Golondrinas de un solo verano
con ansias constantes de cielos lejanos...
alma criolla, errante y viajera
querer detenerla es una quimera...
Golondrinas con fiebre en las alas
peregrinas borrachas de emoción...
siempre sueña con otros caminos
la brújula loca de tu corazón.

                                                  
Alfredo Le Pera


   El mapa sentimental del poeta vuelve a dibujarse con el sueño del reencuentro. Aún sabiendo que el futuro distópico del viajero con sus peripecias y el paisaje de la realidad conjetural se transforman en cierto locus de la nostalgia. Ataviado de recuerdos, azotado por las dentelladas de la memoria, encuentra historias en la realidad de la vida. Y sus anhelos se convierten, metafóricamente, en golondrinas virtuales que vuelven a su lugar de origen en grandes bandadas, con la misión cumplida.

Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
la golondrina un día
su vuelo detendrá.
No habrá nube en tus ojos
de vagas lejanías,
y en tus brazos amantes
su nido construirá.
Su anhelo de distancias
se aquietará en tu boca,
con la dulce fragancia
de tu viejo querer...
criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
con las alas plegadas
también yo he de volver.
 
En tus rutas que cruzan los mares
florece una estela, azul de cantares,
y al conjuro de nuevos paisajes
suena intensamente tu claro cordaje.
Con tu eterno sembrar de armonías
tierras lejanas te vieron pasar,
otras lunas siguieron tus huellas
tu solo destino es siempre volar.

   Gardel en una interpretación única, cómo sólo él pudo hacerlo, lo llevó al disco en 1934, secundado  por las guitarras de Guillermo Barbieri y José María Aguilar. Acá podemos verlo intérpretandolo en la escena de la citada película: El tango en Broadway, donde también cantó Rubias de New York, Caminito soleado y Soledad. . Lo acompaña la orquesta dirigida por el músico argentino Terig Tucci.

                             




 

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