Su nombre está ligado al de Discépolo, con quien vivió los últimos 24 años del genial autor.
Pero Tania tenía vida propia. La tuvo siempre. Desbordaba alegría cuando cautivó a Discépolo en el Folies Bergère, allá por 1927, cantando Esta noche me emborracho.
Venían de mundos muy distantes. Él, entonces un tanto tímido todavía bajo la sombra de su hermano mayor Armando. Ella, un cascabel radiante: "Me mandó flores, me mandó bombones. para mí, esas cosas no tenían importancia, porque eran tiempos en que los admiradores mandaban cosas más importantes que flores y bombones. Me parecía un asunto muy romántico, pero para una mujer como yo, joven, con 24 años, ya eran muchas flores, muchos bombones, mucho té...".
La traté mucho en su casa de la avenida Callao, donde vivió con Discépolo. Tenía la sabiduría generosa de quien sabe mucho pero no lo demuestra. Conocía los recovecos de la vida, de una vida intensa, desbordante. Una vida de alegrías y de penas, como cuando murió su únicahija, de la que no hablaba, y los amigos no preguntábamos para no rememorar su pena.
Siempre estaba de fiesta, alegre, elegante, coqueta, aún vestida "de entrecasa". Jamás la escuché que hablara mal de alguien. Le dolía, sí, el olvido de aquellos desmemoriados que ponen tasa a la amistad y al afecto. Pero no lo decía.
Tania y Discépolo. Una pareja que siempre dio que hablar. |
Estaba siempre actualizada. No era la anciana (¿se puede usar con Tania la palabra "anciana"?...) que hablaba del pasado. Sus comentarios de la actualidad eran desopilantes. Quería saber por qué Menem había discutido con Alfonsín o que iba a pasar con Clinton "por esa cosa que le ocurrió con la Mónica...".
Pero el tema recurrente era Discépolo. No porque ella lo trajera a colación en sus charlas, sino porque sus amigos nos deleitábamos con sus historias y en especial su relato de cómo iniciaron su vida juntos.
"No me decía que vendría a mi casa a tomar café o... a lo que fuera...¡Más claro no se lo puedo decir..."! Hasta que un día me dijo:
-Alquilé un departamento chiquito pero lindo en la calle Cangallo, cerca del Tropezón. Abajo vivía Roberto Noble, un gran periodista, y me contó que había un departamentito disponible y lo alquilé. Ya vivo ahí, pero solo. No con mi hermano. ¿Porque no venís a tomar un café. Y fui. Pero por las dudas, me llevé una valijita con un deshabillé. un batón muy mono lleno de encajes, unas chinelas y unas cosas más como para al día siguiente levantarme e irme a mi casa.
Por lo general llegábamos a su casa al caer la tarde. Nos esperaba con sanwichs y con un whisky que repetíamos con insistencia a pesar de las protestas de mi mujer. Antes de la cena, le pedía un Tango.
Cantar era para Tania una necesidad fisiológica. Y lo hacía de maravillas, con una afinación envidiable. Cantaba con la voz, con sus ojos, con sus gestos, con sus silencios. Sabía que el tango cuenta una historia y hay que decirla, no gritarla. La transmitía palabra por palabra. De ahí ese fraseo tan particular que dosificaba con la experiencia que sólo enseña el tiempo.
Vivía haciendo planes. ¡Y para concretarlos!... Hace muy poco me decía: "Tenemos que preparar una gira por España. Quiero cantar en Toledo, donde nací, y en Valencia, donde pasé mis primeros años. Allí están mis sobrinas a las que quiero mucho. Y no nos olvidemos de París..."
Después de los tangos, venía la cena. Asombraba su apetito. Nunca supo si el hígado formaba parte de su cuerpo y su metabolismo. Y durante la comidda volvía a repasar sus planes. "No te olvides de llamar a España para preparar la gira".
Ser amigo de Tania fué uno de los privilegios que me regaló la vida.
Dicen que tenía 98 años... tal vez 105... ¿Qué importa? Tania fue un mito y los mitos tienen sólo presente.
Antonio Rodríguez Villar.
La escuchamos a Tania cantando el tango Desencanto, de Enrique Santos Discépolo y Luis César Amadori. La acompaña la orquesta dirigida por Enrique Santos Discépolo
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