Una evocación de aquellos que pertenecieron a la noche de Buenos Aires, que conquistaron al público bohemio: De Caro, Piazzolla, Troilo, Goyeneche.
La noche tuvo muchos dominadores desde Julio De Caro y Aníbal Troilo hasta Ástor Piazzolla, pasando por Fresedo o Salgán. Las voces se sucedieron hasta llegar las de Goyeneche, el nervioso Polaco que sabe enternecernos con Garúa y el despliegue tan lúcidamente renovador de Susana Rinaldi. Para mí hubo algo de partida en la prematura entrada de Troilo, "Pichuco", en un viaje estático que lo separaba de la vida.
Había visto aparecer su cara adolescente en los miles y miles de ejemplares de Crítica. ¿Qué les pasará a algunos grandes intérpretes de la música popular? Encontrar algo que no está explícito en el misterio y la maravilla del sonido ordenado. La música no dormía nunca dentro de Pichuco. La tenía que sacar noche afuera en aire recortado, redondeado y teclas de fábula.
El tango le trajo contratos, un montón de plata, soberbias encamadas con mujeres incontables, el amor hasta el fin de Zita y la amistad atropellando el fondo de la noche en extrañas, cada vez más extrañas noches, prolongadas al dar espaldas a la madrugada. Había millares de copas y algo más, para desarraigarlo. Quería salirse fuera de su cuerpo gordo, de sus dedos mágicos, tal vez de la vida, que se lo había dado todo. Se quedó excesivamente quieto.
Estuve a vistarlos en su departamento del centro para hablar de un tango que no hicimos nunca. Estaba como indiferente. Me dijo que no alcanzaba a caminar el largo balcón que se establecía frente a nosotros. Los centenares de noches con Homero Manzi y conmigo y con Barquina podrían estar a sus pies como otras tantas cosas inefables y muertas. Homero, una noche, "bien adobado", pero sin perder la noción profunda del mal que lo desgarraba, se ensangrentó los puños rompiendo un espejo en el que no podía soportar su rostro. O no podía entender cómo estaba signado por una muerte cruel, inevitable. El viaje de Pichuco no consentía esas alteraciones. Era un viaje quieto, cuyos ocultos resortes nadie podría adivinar del todo.
Petit de Murat, Lucas Demare y Homero Manzi durante la ilmación de La guerra gaucha |
Ulyses Petit de Murat (De "La noche de mi ciudad". Emecé.)
Que hermoso y emotivo relato, te deja medio triste.Como Pichuco, Un abrazo.
ResponderEliminarTal cual. a los que hemos vivido la noche porteña y tanguera, nos inunda de infinita nostalgia. Un abrazo.
EliminarLo verdaderamente triste es que se "fueron".....y muy JOVENES ..
ResponderEliminary quienes queremos al tango, vivimos extrañandolos, y
desgraciadamente, su GENIO es intransferible.., agregando , que
las emisoras, lo pasan muy poco....(una lastima)---Un abrazo
dia se escuchan MENOS.....
ResponderEliminardia se escuchan MENOS..( No publicar..fue error) Si,····lo que merece un aplauso es tu redaccion----!!!
Te mando un furte abrazo, Walther!
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