El bandoneonista Julián Plaza, El periodista, conductor radial y autor de numerosos tangos, Federico Silva y el bandoneonista Félix Verdi, fueron las autorizadas voces que emitieron dichas opiniones que acá podemos repasar.
Carlos Di Sarli, una leyenda
No me llamaba la atención la orquesta de Carlos Di Sarli. No
le daba ningún valor. Me parecía de una ejecución muy simple y yo, hincha de
Troilo, sentía como verdad todo lo nuevo, ya me gustaba Piazzolla, por ejemplo.
Di Sarli tenía una parte de piano a la que le sacaba una efecto muy especial.
Eso era lo que pensaba como oyente. Cuando en 1956 me convertí en un intérprete
de su orquesta, me di cuenta de que lo que me parecía sencillo, era difícil de
interpretar. Él pedía un matiz que de tan simple resultaba complicado, al menos
para los bandoneonistas que teníamos influencias de Aníbal Troilo y de Ástor
Piazzolla.
Con Troilo y Piazzolla había que tocar fuerte. Con Di Sarli,
livianito. Íbamos a clubes que tenían pistas abiertas, como Comunicaciones, por
ejemplo, y nos exigía que tocáramos livianito, como si estuviéramos en el
estudio de la radio. El efecto de Di Sarli era todo lo que caracterizaba su
estilo. Tocaba el tango como lo había
hecho el autor, matizándolo un poquito. Los ligados, el stacatto, y el matiz definían el estilo sobre la base
pianística que ponía el propio director.
Hoy eso no lo hace nadie. Cuanto interpretábamos Organito de la tarde,
le sacaba un efecto al piano que sonaba como un organito verdadero, después le
agregaba un contracanto de violines y el efecto. Eso era todo.
La dificultad mayor de él era contenernos y la nuestra, la
de mantenernos medidos. Dirigía como quien empuja un carrito: nos daba un
empujón al principio y enseguida largaba. Y la orquesta seguía como impulsada por ese primer envión.
El propio Di Sarli era la base de todo. Él hacía los arreglos. Hoy me asombra
que con recursos tan simples le haya arrancado a su orquesta un sonido tan
lindo. Como Pugliese de Julio De Caro, él era una derivación de Osvaldo
Fresedo. Fresedo era el único músico al que admiraba y ese sentimiento lo
sintetizó en el tango que le dedicó: Milonguero viejo.
Julián Plaza.
“La vida no fue amable con este hombre”
En la década del 30, en su período más negro, tuvo el
accidente que le obligó a llevar anteojos negros para siempre. Y ese complejo se agregó a los otros hasta
hacerlo brusco, huraño, poco tratable.
La vida no fue amable con este hombre triste, al que infligió toda suerte de
privaciones por muchos duros años de aprendizaje profesional, y al que luego
persiguió en una campaña de rumores maledicentes hasta el mismo momento de su
desaparición física. Fue, sin embargo –y podemos asegurarlo-, amigo de verdad
de sus amigos y, al cabo, encontró en su segunda esposa y dos niñas, el remanso
familiar inviolable.
Entendía el piano tanguero como adornos y campanitas en la
mano derecha, una marcación milonguera en la mano izquierda, con potencia poco
usual y sonido personalísimo. Inclusive, en la manera de picar ñps bajos. La
orquesta también tocaba así, usando los bandoneones prácticamente solo para la
marcación y la cuerda en largos unísonos cantando la melodía. Marcó todos sus
arreglos, de los cuales donfió la parte mecánica (poner las voces, escribir) a
su amigo el pianista Emilio Brameri. Tuvo y descubrió cantores, algunos famosos
y otros importantes. Pero su propia grandeza y su lugar ganado en la historia
del tango derivan de una trayectoria firme, obstinada, sosteniendo un punto de
vista quizás equivocado, que muchos discuten. Pero esa discusión, ese estilo y
el nombre de Carlos Di Sarli han entrado, con justicia, en la leyenda de la
música típica.
Federico Silva
“Esa manera de comenzar livianito”
La orquesta de Carlos Di Sarli tenía algo que la
diferenciaba de las demás. Poseía eso tan difícil de encontrar que yo llamo
fuego sagrado. A mí me gustaba todo: la fuerza que le imprimía a los
crescendos, el stacatto fuerte con la derecha, esa manera de comenzar
livianito, llegar al fuerte y quedarse en un acorde, mientras arrancaban los
violines. Debuté con Di Sarli en 1932 y
a partir de ese momento me consustancié con esa forma de ejecución. Sin embargo
me fui varias veces de su orquesta. Pero volvía en cuanto él me llamaba. La
primera vez fue en 1941. La segunda fue en 1948. Tuvimos un cambio de palabras
y me fui.
Di Sarli era un obsesivo de la perfección y era fácil que se
enojara cuando advertía alguna falla. “Ustedes son profesionales”, nos decía.
Pero no era cuestión de técnica sino de interpretación. Enseguida que me
fui desintegró la orquesta y cuando
decidió volver, en 1950, me llamó por teléfono y le dije que sí. Seguí con él hasta
1956, cuando los músicos decidieron separarse del maestro y formar Los Señores
del Tango. Me fui con ellos.
Recuerdo que Di
Sarli intentó formar otra orquesta y los nuevos músicos nos venían a escuchar a
la Richmond de Suipacha, para aprender el estilo. Ellos decían que el maestro,
en lugar de darles indicaciones, les contaba cuentos.
Félix Verdi
(Extractado de un reportaje en Tango, un siglo de historia)
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