sábado, 14 de octubre de 2017

Recordando a Carlos Di Sarli

En en el mes de agosto de 1994, la revista La Maga, publicó una edición especial que tituló: Homenaje al tango. En la misma se pueden ver tres artículos de personas, que en varios momentos estuvieron ligados al maestro Carlos Di Sarli. Y creo que vale la pena volver a repasar dichos comentarios que nos permiten tener una aproximación a todo lo que representó en el tango, el maestro de Bahía Blanca. Sus grabaciones se bailan hoy día en casi todo el mundo, gracias al desarrollo del tango y  las milongas donde se lo baila.

El bandoneonista Julián Plaza, El periodista, conductor radial y autor de numerosos tangos, Federico Silva y el bandoneonista Félix Verdi, fueron las autorizadas voces que emitieron dichas opiniones que acá podemos repasar.

                                 
Carlos Di Sarli, una leyenda

   No me llamaba la atención la orquesta de Carlos Di Sarli. No le daba ningún valor. Me parecía de una ejecución muy simple y yo, hincha de Troilo, sentía como verdad todo lo nuevo, ya me gustaba Piazzolla, por ejemplo. Di Sarli tenía una parte de piano a la que le sacaba una efecto muy especial. Eso era lo que pensaba como oyente. Cuando en 1956 me convertí en un intérprete de su orquesta, me di cuenta de que lo que me parecía sencillo, era difícil de interpretar. Él pedía un matiz que de tan simple resultaba complicado, al menos para los bandoneonistas que teníamos influencias de Aníbal Troilo y de Ástor Piazzolla.

   Con Troilo y Piazzolla había que tocar fuerte. Con Di Sarli, livianito. Íbamos a clubes que tenían pistas abiertas, como Comunicaciones, por ejemplo, y nos exigía que tocáramos livianito, como si estuviéramos en el estudio de la radio. El efecto de Di Sarli era todo lo que caracterizaba su estilo.  Tocaba el tango como lo había hecho el autor, matizándolo un poquito. Los ligados, el stacatto,  y el matiz definían el estilo sobre la base pianística que ponía el propio director.  Hoy eso no lo hace nadie. Cuanto interpretábamos Organito de la tarde, le sacaba un efecto al piano que sonaba como un organito verdadero, después le agregaba un contracanto de violines y el efecto. Eso era todo.

   La dificultad mayor de él era contenernos y la nuestra, la de mantenernos medidos. Dirigía como quien empuja un carrito: nos daba un empujón al principio y enseguida largaba. Y la orquesta  seguía como impulsada por ese primer envión. El propio Di Sarli era la base de todo. Él hacía los arreglos. Hoy me asombra que con recursos tan simples le haya arrancado a su orquesta un sonido tan lindo. Como Pugliese de Julio De Caro, él era una derivación de Osvaldo Fresedo. Fresedo era el único músico al que admiraba y ese sentimiento lo sintetizó en el tango que le dedicó: Milonguero viejo.
                                                                                      Julián Plaza.

                                  

“La vida no fue amable con este hombre”

   En la década del 30, en su período más negro, tuvo el accidente que le obligó a llevar anteojos negros para siempre.  Y ese complejo se agregó a los otros hasta hacerlo brusco,  huraño, poco tratable. La vida no fue amable con este hombre triste, al que infligió toda suerte de privaciones por muchos duros años de aprendizaje profesional, y al que luego persiguió en una campaña de rumores maledicentes hasta el mismo momento de su desaparición física. Fue, sin embargo –y podemos asegurarlo-, amigo de verdad de sus amigos y, al cabo, encontró en su segunda esposa y dos niñas, el remanso familiar inviolable.
  
   Entendía el piano tanguero como adornos y campanitas en la mano derecha, una marcación milonguera en la mano izquierda, con potencia poco usual y sonido personalísimo. Inclusive, en la manera de picar ñps bajos. La orquesta también tocaba así, usando los bandoneones prácticamente solo para la marcación y la cuerda en largos unísonos cantando la melodía. Marcó todos sus arreglos, de los cuales donfió la parte mecánica (poner las voces, escribir) a su amigo el pianista Emilio Brameri. Tuvo y descubrió cantores, algunos famosos y otros importantes. Pero su propia grandeza y su lugar ganado en la historia del tango derivan de una trayectoria firme, obstinada, sosteniendo un punto de vista quizás equivocado, que muchos discuten. Pero esa discusión, ese estilo y el nombre de Carlos Di Sarli han entrado, con justicia, en la leyenda de la música típica.
                                                                                          Federico Silva

                                

“Esa manera de comenzar livianito”

   La orquesta de Carlos Di Sarli tenía algo que la diferenciaba de las demás. Poseía eso tan difícil de encontrar que yo llamo fuego sagrado. A mí me gustaba todo: la fuerza que le imprimía a los crescendos, el stacatto fuerte con la derecha, esa manera de comenzar livianito, llegar al fuerte y quedarse en un acorde, mientras arrancaban los violines.  Debuté con Di Sarli en 1932 y a partir de ese momento me consustancié con esa forma de ejecución. Sin embargo me fui varias veces de su orquesta. Pero volvía en cuanto él me llamaba. La primera vez fue en 1941. La segunda fue en 1948. Tuvimos un cambio de palabras y me fui.
   
   Di Sarli era un obsesivo de la perfección y era fácil que se enojara cuando advertía alguna falla. “Ustedes son profesionales”, nos decía. Pero no era cuestión de técnica sino de interpretación. Enseguida que me fui  desintegró la orquesta y cuando decidió volver, en 1950, me llamó por teléfono y le dije que sí. Seguí con él hasta 1956, cuando los músicos decidieron separarse del maestro y formar Los Señores del Tango. Me fui con ellos.
   Recuerdo que Di Sarli intentó formar otra orquesta y los nuevos músicos nos venían a escuchar a la Richmond de Suipacha, para aprender el estilo. Ellos decían que el maestro, en lugar de darles indicaciones, les contaba cuentos.
                                                                                         Félix Verdi
                                      
(Extractado de un reportaje en Tango, un siglo de historia)

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