Aníbal Troilo,
La música no dormía nunca adentro de Pichuco. la tenía que sacar noche afuera en aire recortado, redondeado y teclas de fábula. El tango le trajo contratos, un montón de plata, soberbias encamadas con mujeres incontables, el amor hasta el fin de Zita y la amistad atropellando el fondo de la noche en extrañas, cada vez más extrañas noches, prolongadas al dar espaldas a la madrugada.
Había millares de copas y algo más para desarraigarlo. Quería salirse afuera de su cuerpo gordo, de sus dedos mágicos, tal vez de la vida, que se lo había dado todo. Se quedó excesivamente quieto. Estuve a visitarlo en su departamento del Centro para hablar de un tango que no hicimos nunca. Estaba como indiferente. Me dijo que no alcanzaba a caminar el largo balcón que se establecía entre nosotros. Las centenares de noches con Homero Manzi y conmigo y con Barquina podían estar a sus pies como otras cosas inefables y muertas. Recordamos cómo Homero, una noche bien adobado pero sin perder la noción profunda del mal que lo desgarraba, se ensangrentó los puños rompiendo un espejo en el que no podía soportar su rostro. O no podía entender cómo estaba signado por una muerte cruel, inevitable.
El viaje de Pichuco no consentía esas alteraciones. Era un viaje quieto, cuyos ocultos resortes nadie podía adivinar del todo. Alcanzó a orejear el mundo y un poco de lo que está atrás de las cosas. Quiso a la gente. Se lo expresó con tangos y la gente lo adoraba. Saliéndose de la vida tenía ya más vida que la que iba mostrando con agonía y delicia bien medida de aire, en el fueye que lo hizo "El bandoneón mayor de Buenos Aires". Su cara de luna se quedaba colgada, durante la ejecución de quien sabe qué extraño cielo.
Ulyses Petit de Murat
Responso - Aníbal Troilo (25/4/1963)
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