En octubre
de 1965 Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, 1986) acudió durante
cuatro tardes a un lugar no identificado de Buenos Aires, no demasiado grande,
para hablar sobre el tango. Ya era admirado en todo el mundo; ya había
renunciado a los ojos y aprendido a componer textos de memoria. Pero todavía no
se había casado y divorciado de Elsa Astete, cosas que ocurrieron en el lapso
de tres años, ni las universidades (Oxford y Sorbona, entre otras) rivalizaban
por hacerle doctor honoris causa. Las conferencias se habían perdido en
la nebulosa del pasado. Casi nadie sabía de ellas, así que lo más probable es
que nadie las echara de menos. Hasta que en 2002, el escritor Bernardo Atxaga
recibió unas cintas (aquellos casetes que podrán recordar los nacidos antes de
los ochenta) de un amigo que a su vez las había recibido de otro con el mensaje
de que pertenecían al autor de El Aleph.
¿Es Borges?
Según María Kodama, su viuda, sí. Después de escuchar varios fragmentos, Kodama
cree que se trata del escritor “a menos que haya algún imitador perfecto de
Borges”, bromea por teléfono. Y tampoco hay duda para Edwin Williamson,
catedrático de Oxford y biógrafo del escritor, tras recibir las copias que le
remitió Atxaga. “Opino que son las charlas en que, según el anuncio que
descubrí en el archivo de La Nación del 30 de septiembre de 1965: Borges
‘contará sus experiencias personales en el Palermo feo donde compadritos
y orilleros protagonizaron historias y anécdotas que muestran el espíritu de
una época de Buenos Aires”. “Que yo sepa estas charlas son inéditas y valdría
la pena darlas a conocer”, sostiene Williamson por correo electrónico.
El autor
hace confidencias y tararea estrofas del popular ‘El choclo’
En las
grabaciones, que Bernardo Atxaga ha legado a la Casa del Lector, de Madrid, Borges despliega su proverbial erudición, desgrana historias, recita
versos, se va por las ramas y vuelve al tronco, provoca risas y canturrea estrofas
de algunos de sus tangos preferidos como El choclo… “Caracanfunca se
hizo al mar con tu bandera…”, tararea antes de confesar con picardía: “Pero
la versión que yo conozco es inefable, no puedo repetirla aquí sin ofender a
nadie”. Y continúa: “Le pregunté a un amigo que significaba caracanfunca y me
dijo que es el estado de ánimo de un hombre que se siente caracanfunca”.
“El
choclo le divertía”, rememora María Kodama. “Le gustaban los tangos de la
guardia vieja porque no tenían letra o, si la tenían, era con doble sentido.
Sin embargo, detestaba el tango cantado por Gardel por sus letras
melodramáticas y lloronas”. En la charla de 1965 se muestra más afable con otro
de los mitos argentinos del siglo XX: “Gardel tomó la letra del tango y la
convirtió en una breve escena dramática”.
Con voz
lenta y algo cansada —grabaciones posteriores denotan más energía—, el escritor
teoriza sobre el origen del tango, que sitúa alrededor de 1880: “El pueblo no
inventa el tango ni lo impone a la gente bien. Ocurre exactamente lo
contrario... Sale de las casas malas situadas en todos los barrios de la
ciudad... había gente que las frecuentaba para jugar a la baraja, tomar un vaso
de cerveza o ver a los amigos... Un argumento que da fuerza a esto son los
instrumentos iniciales, que no son populares y corresponden a medios económicos
superiores a los de los compadritos \[violín, flauta y piano\]”.
A pesar de
que en ocasiones el ruido del tráfico invita a pensar que o bien los camiones
salen de la garganta de Borges o bien Borges dicta su conferencia desde un
camión, el sonido es aceptable. Él parece cómodo, en casa. “Es obvio que se
encuentra relajado y muy a gusto con su audiencia. Se le nota animado y
ocurrente explicando costumbres y expresiones del bajo mundo porteño de su
juventud”, observa Edwin Williamson. “Es Borges en su salsa... su cabeza, su
memoria, su improvisación. Las grabaciones nos dan idea de muchas cosas de él”,
destaca el director de la Casa del Lector, César Antonio Molina.
En las cinco
horas de disertación se van deslizando guiños confidenciales, la nostalgia por
la Argentina que fue, detalles autobiográficos y el culto al coraje que
comparte con compadritos de leyendas y tangos, capaces de aceptar un desafío
fatal porque va en el código del gremio. “Bioy (Casares) me contó el caso de
un compadre que tenía que hacer una operación dolorosa. Cuando le ofrecieron un
pañuelo, dijo: ‘Del dolor me encargo yo”, relata a su audiencia. “El guapo”,
prosigue, “iba llevando a su adversario a un terreno desventajoso de suerte que
cuando llegaba el momento de la pelea, ya estaba vencido. La técnica no solo
era el manejo de cuchillo y poncho, también era psicológica”. Borges detalla
anécdotas de compadritos como su amigo Nicolás Paredes, guardaespaldas de un
caudillo conservador, o Juan Muraña, “de tan escasa inteligencia que cuando lo
provocaban no se daba cuenta”.
María Kodama
ha confirmado que se trata del autor de ‘El libro de arena’
En ocasiones
Borges inquiría a su amigo Macedonio Fernández.
—Decime
Macedonio, ¿eran tan bravas las elecciones en Balvanera?
—Sí, todos los
vecinos de Balvanera hemos muerto en las elecciones.
“Oyendo un
tango viejo”, sostiene el escritor, “sabemos que hubo hombres valientes. El
tango nos da a todos un pasado imaginario. Estudiar el tango no es inútil, es
estudiar las diversas vicisitudes del alma argentina”. Él lo hizo en 1929,
gracias a un premio de 3.000 pesos que recibió su poemario Cuaderno San
Martín, mediante lecturas y entrevistas personales. Es el año en el que
arrincona la poesía y se vuelve en exclusiva a la prosa. Poco después, en 1934,
en un viaje por Uruguay presencia un asesinato en una pulpería y conoce la
última frontera gaucha. Al año siguiente se publica su primer libro de cuentos,
Historia universal de la infamia, donde figura la versión original y
definitiva de Hombre de la esquina rosada —“el cuento más injustamente
famoso”, desliza Borges en la conferencia—, que es un tango en sí mismo. “La
idea de juntar el tango y la muerte fue el germen, pero lo escribí porque
también había muerto hacía poco Nicolás Paredes y pensé que todos los cuentos
que me habían contado él y un tío mío podían perderse”.
En la
narración, el escritor recupera la entonación, la fonética y el argot del
orillero criollo. “Yo escribía una frase”, confiesa a su audiencia. “La leía
con la voz de mi amigo Paredes. Si la frase no le iba bien a su voz me daba
cuenta de que me había portado como un literato en el peor sentido y lo
borraba”. Borges bromea sobre sí, sobre el proceso creativo (“Quizás la única
manera de hacer una obra de arte perdurable sea no tomándola demasiado en
serio, distrayéndola”) y sobre el alma argentina, que abrazó el tango el día
que triunfó en París. “Hasta 1910 nosotros habíamos percibido pero no habíamos
sido percibidos por el mundo. Ocurren entonces hechos que nos alegran y llega la
noticia que nos conmovió a todos: ¡el tango se bailaba en París! Y
posteriormente en Londres, Berlín, Viena, hasta en San Petersburgo”. Pero hubo
reticencias: el Papa, el káiser, ¡la justicia de Ohio! Allí, dice Borges, un
profesor fue acusado de enseñar un baile inmoral. Aunque después de desplegar
su arte ante el jurado, el tango fue declarado inocente.
Tereixa Constenla
Y yo acompaño esta nota con uno de aquellos pre tangos que le gustaban a Borges: Dame la lata, de Juan Pérez, hecho en 1988 y grabado en 1952 por el Cuarteto del Centenario.
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