lunes, 4 de enero de 2016

El tango perdido de Borges



En octubre de 1965 Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, 1986) acudió durante cuatro tardes a un lugar no identificado de Buenos Aires, no demasiado grande, para hablar sobre el tango. Ya era admirado en todo el mundo; ya había renunciado a los ojos y aprendido a componer textos de memoria. Pero todavía no se había casado y divorciado de Elsa Astete, cosas que ocurrieron en el lapso de tres años, ni las universidades (Oxford y Sorbona, entre otras) rivalizaban por hacerle doctor honoris causa. Las conferencias se habían perdido en la nebulosa del pasado. Casi nadie sabía de ellas, así que lo más probable es que nadie las echara de menos. Hasta que en 2002, el escritor Bernardo Atxaga recibió unas cintas (aquellos casetes que podrán recordar los nacidos antes de los ochenta) de un amigo que a su vez las había recibido de otro con el mensaje de que pertenecían al autor de El Aleph.

¿Es Borges? Según María Kodama, su viuda, sí. Después de escuchar varios fragmentos, Kodama cree que se trata del escritor “a menos que haya algún imitador perfecto de Borges”, bromea por teléfono. Y tampoco hay duda para Edwin Williamson, catedrático de Oxford y biógrafo del escritor, tras recibir las copias que le remitió Atxaga. “Opino que son las charlas en que, según el anuncio que descubrí en el archivo de La Nación del 30 de septiembre de 1965: Borges ‘contará sus experiencias personales en el Palermo feo donde compadritos y orilleros protagonizaron historias y anécdotas que muestran el espíritu de una época de Buenos Aires”. “Que yo sepa estas charlas son inéditas y valdría la pena darlas a conocer”, sostiene Williamson por correo electrónico.

                                       
Jorge Luis Borges, Edmundo Rivero y Ástor Piazzolla

El autor hace confidencias y tararea estrofas del popular ‘El choclo’

En las grabaciones, que Bernardo Atxaga ha legado a la Casa del Lector, de Madrid,  Borges despliega su proverbial erudición, desgrana historias, recita versos, se va por las ramas y vuelve al tronco, provoca risas y canturrea estrofas de algunos de sus tangos preferidos como El choclo“Caracanfunca se hizo al mar con tu bandera…”, tararea antes de confesar con picardía: “Pero la versión que yo conozco es inefable, no puedo repetirla aquí sin ofender a nadie”. Y continúa: “Le pregunté a un amigo que significaba caracanfunca y me dijo que es el estado de ánimo de un hombre que se siente caracanfunca”.

El choclo le divertía”, rememora María Kodama. “Le gustaban los tangos de la guardia vieja porque no tenían letra o, si la tenían, era con doble sentido. Sin embargo, detestaba el tango cantado por Gardel por sus letras melodramáticas y lloronas”. En la charla de 1965 se muestra más afable con otro de los mitos argentinos del siglo XX: “Gardel tomó la letra del tango y la convirtió en una breve escena dramática”.

                                                    


Con voz lenta y algo cansada —grabaciones posteriores denotan más energía—, el escritor teoriza sobre el origen del tango, que sitúa alrededor de 1880: “El pueblo no inventa el tango ni lo impone a la gente bien. Ocurre exactamente lo contrario... Sale de las casas malas situadas en todos los barrios de la ciudad... había gente que las frecuentaba para jugar a la baraja, tomar un vaso de cerveza o ver a los amigos... Un argumento que da fuerza a esto son los instrumentos iniciales, que no son populares y corresponden a medios económicos superiores a los de los compadritos \[violín, flauta y piano\]”.

A pesar de que en ocasiones el ruido del tráfico invita a pensar que o bien los camiones salen de la garganta de Borges o bien Borges dicta su conferencia desde un camión, el sonido es aceptable. Él parece cómodo, en casa. “Es obvio que se encuentra relajado y muy a gusto con su audiencia. Se le nota animado y ocurrente explicando costumbres y expresiones del bajo mundo porteño de su juventud”, observa Edwin Williamson. “Es Borges en su salsa... su cabeza, su memoria, su improvisación. Las grabaciones nos dan idea de muchas cosas de él”, destaca el director de la Casa del Lector, César Antonio Molina.

En las cinco horas de disertación se van deslizando guiños confidenciales, la nostalgia por la Argentina que fue, detalles autobiográficos y el culto al coraje que comparte con compadritos de leyendas y tangos, capaces de aceptar un desafío fatal porque va en el código del gremio. “Bioy (Casares) me contó el caso de un compadre que tenía que hacer una operación dolorosa. Cuando le ofrecieron un pañuelo, dijo: ‘Del dolor me encargo yo”, relata a su audiencia. “El guapo”, prosigue, “iba llevando a su adversario a un terreno desventajoso de suerte que cuando llegaba el momento de la pelea, ya estaba vencido. La técnica no solo era el manejo de cuchillo y poncho, también era psicológica”. Borges detalla anécdotas de compadritos como su amigo Nicolás Paredes, guardaespaldas de un caudillo conservador, o Juan Muraña, “de tan escasa inteligencia que cuando lo provocaban no se daba cuenta”.

                                             
María Kodama, viuda de Borges

María Kodama ha confirmado que se trata del autor de ‘El libro de arena
En ocasiones Borges inquiría a su amigo Macedonio Fernández.
Decime Macedonio, ¿eran tan bravas las elecciones en Balvanera?
—Sí, todos los vecinos de Balvanera hemos muerto en las elecciones.

Oyendo un tango viejo”, sostiene el escritor, “sabemos que hubo hombres valientes. El tango nos da a todos un pasado imaginario. Estudiar el tango no es inútil, es estudiar las diversas vicisitudes del alma argentina”. Él lo hizo en 1929, gracias a un premio de 3.000 pesos que recibió su poemario Cuaderno San Martín, mediante lecturas y entrevistas personales. Es el año en el que arrincona la poesía y se vuelve en exclusiva a la prosa. Poco después, en 1934, en un viaje por Uruguay presencia un asesinato en una pulpería y conoce la última frontera gaucha. Al año siguiente se publica su primer libro de cuentos, Historia universal de la infamia, donde figura la versión original y definitiva de Hombre de la esquina rosada —“el cuento más injustamente famoso”, desliza Borges en la conferencia—, que es un tango en sí mismo. “La idea de juntar el tango y la muerte fue el germen, pero lo escribí porque también había muerto hacía poco Nicolás Paredes y pensé que todos los cuentos que me habían contado él y un tío mío podían perderse”.
 

                                                    


En la narración, el escritor recupera la entonación, la fonética y el argot del orillero criollo. “Yo escribía una frase”, confiesa a su audiencia. “La leía con la voz de mi amigo Paredes. Si la frase no le iba bien a su voz me daba cuenta de que me había portado como un literato en el peor sentido y lo borraba”. Borges bromea sobre sí, sobre el proceso creativo (“Quizás la única manera de hacer una obra de arte perdurable sea no tomándola demasiado en serio, distrayéndola”) y sobre el alma argentina, que abrazó el tango el día que triunfó en París. “Hasta 1910 nosotros habíamos percibido pero no habíamos sido percibidos por el mundo. Ocurren entonces hechos que nos alegran y llega la noticia que nos conmovió a todos: ¡el tango se bailaba en París! Y posteriormente en Londres, Berlín, Viena, hasta en San Petersburgo”. Pero hubo reticencias: el Papa, el káiser, ¡la justicia de Ohio! Allí, dice Borges, un profesor fue acusado de enseñar un baile inmoral. Aunque después de desplegar su arte ante el jurado, el tango fue declarado inocente.

                                                                                      Tereixa Constenla

  Y yo acompaño esta nota con uno de aquellos pre tangos que le gustaban a Borges: Dame la lata, de Juan Pérez, hecho en 1988 y grabado en 1952 por el Cuarteto del Centenario.

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