Entonces Buenos Aires era una
enorme pista de baile. Los porteños salían en masa los sábados a la noche a
bailar en los salones de los clubes de fútbol, en las sociedades españolas o
italianas, en los innumerables clubes de barrio.
Todas las noches había
milonga: El Palacio Rivadavia, La pista de Lima, el Villa Sahores, Sunderland,
Villa Malcolm, Huracán, Social Rivadavia, Comunicaciones, Centro de
Almaceneros, Brístol, Salón Canning, Almagro, Pinocho, Estrella de Oriente, Premier,
Sp. Buenos Aires, Isondu, Unidos de Pompeya, Sin Rumbo…
Las confiterías bailables céntricas
albergaban una nutrida legión de gente con ojeras pronunciadas. La calle Corrientes era
el paraíso de la muzzarella. La noche era un festín de taco y de carmín. La
gente pegaba su oreja a la radio para escuchar a las orquestas que se turnaban
en las principales emisoras en vivo y en directo.
Época de amistades blindadas,
de restaurantes copados a las 4 de la matina, de muchachos silbando tangos por
las calles, de codearse con Troilo, Centeya, Gobbi, Vargas, Tarantino, Francini,
Expósito; de discusiones hasta el alba sobre qué orquesta era mejor para
bailar, de hinchas de los cantores, de tango llenando emocionalmente todos los ángulos
de la ciudad, de estrenos de páginas nuevas a diario.
La dialéctica tanguera se
enriquecía con letras de tango que le cantaban al barrio, a los amigos, a las
cosas de uno, el amor, lo perdido, la ciudad, las gambetas de la suerte. Los
grandes poetas del tango estaban ahí, a mano, en el café, en un cenáculo nocturno,
el cabaret.
La década del cincuenta fue
algo maravilloso y aquellas trasnoches se quedaron prendidas en el alma de los
que pudimos vivirlas, aunque no tuviéramos conciencia entonces, del enorme valor que tuvieron para nosotros. Nunca volverá una época tan rica en tango, con multitudes
acudiendo a cinchar por la orquesta preferida. Y a bailar con el estilo de cada
formación. Vestidos con lo mejor que teníamos, las chicas rompedoras en su
juventud y empilche.
Para quienes lo vivieron sólo
a través de relatos y para quienes creen en exageraciones,estos son pequeñas muestras. Había tal cantidad de orquestas que parecía imposible que todas tuvieran trabajo. Y lo tenían.
Fiorentino con Troilo le dedica un homenaje a aquellas orquestas típicas en un tango del propio Fiorentino y Avlis (Erasmo Silva Cabrera) , el que inventó el bulo del Gardel oriental. Lo grabó Pichuco con su orquesta y la voz del propio Fiore, el 17 de diciembre de 1943.
Que recuerdos
ResponderEliminaryo de pibe escuchando tocar el bandoneon a mi tio Carlos Marcucci
El tano Bafa apreniendo y mi abuela lo consentia Los grandes bandoneones ensayando en el patio debajo del parral en la casa grande de Wilde