Tango de Eduardo Arolas, compuesto en 1917.
Arolas y Bardi fueron los genios creadores que iluminaron el pentagrama tanguero, estuvieron en las partituras de las grandes orquestas y sirvieron de ejemplo para los futuros compositores. Pero mientras Bardi prefirió trabajos seguros y sólo esporádicamente subió al piano de un escenario, Arolas fue alineándose de orquestas importantes y luego fue armando y dirigiendo tríos, cuartetos y orquestas.
El café y fonda "La Buseca", ubicado en Montes de Oca y Saavedra dejó muchos recuerdos y allí comenzó a lucirse el joven bandoneonista, como recuerda el historiador Luis Sierra.
-Esos jóvenes valores convocados, llegarán con el paso de los años a brillar en el Tango y logrando actuaciones que establecían un circuito “sui generis” de cafés y bares, que empezaban a evolucionar de las antiguas pulperías existentes en esos barrios, como el TVO, El Vasco, El Griego, La Turca, La Fratinola, La Marina, etc.
Comenzando en nuestro detalle con un muchacho de Barracas al Norte, “trayendo envuelto en un paño negro un instrumento casi desconocido. En su fueye hacía brotar una música ronca, como una gárgara de grapa", al decir del poeta Nicolás Olivari, era EDUARDO AROLAS.
Allí aparecía Arolas, noche a noche, con su indumentaria extravagante. Chambergo oscuro con cinta de colores llamativos, saco negro cortón, ribeteado de blanco, chaleco gris cruzado, pantalón bombilla a cuadritos con ancha franja brillosa, zapatos de charol con polaina de paño, guantes patito y sobre los mismos gruesos anillos con piedras artificiales, jugueteando con un bastón de fina caña de India, más un cigarro habano entre los labios, en arrogante actitud, con que trataba de disimular una profunda timidez.
Con esa increíble imagen casi carnavalesca, silenciosamente observado y respetado por aquellos provocativos parroquianos del lugar, encabezaba su trío con el violinista Eduardo Monelos y el “Gallego” Emilio Fernández, guitarrero de 11 cuerdas con bordona de bronce, apodado el “Rey de los bordoneos”, que AROLAS inmortalizará en su obra autoral a su gran acompañante. En otras épocas contó con el flautista Astudillo.
Su visita diaria determinó que por un tiempo, se modificó el nombre del lugar, por la “Esquina del pibe Arolas” y éste a su vez, recibió el mote de “El Bandoneón de La Buseca”. Catequizaba a ese auditorio siempre propenso a la reyerta, que se mostraba extrañamente atraído por tan singular personaje del Tango, y aún el Tango era capaz de erigir en mito perdurable.
Los primeros aplausos cálidos y algunos pesitos primeros, fueron productos “del platito”, en sus noches de LA BUSECA.
Escuchamos esta grabación de su tango Moñito, con el cuarteto que dirigía en 1917.
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