de un son tan brillante,
no sale a bailar?...”
Leopoldo Díaz Vélez
El farol epónimo alumbra.
Al escuadronar las móviles siluetas
en el espacio mítico
un laboratorio de alquimia existencial y emocional,
poderoso, contubernal,
descubre el magma de la memoria,
y el nudo de los cuerpos devora la noche.
Decenas de vida se entrecruzan
de forma bellamente plástica,
cuando la música, vibrando femenina,
es la arcilla sobre la que se modela el acto coréutico,
y tocados por una extraña sensación del abismo,
embriagados de vida,
cosquilleando,
con los énfasis necesarios del sentimiento personal
donde no existe el qué sin el cómo,
-celebrantes- bailan el eterno tango.
El aedo amplifica cantábiles melodías
que abrevan en el agujero de la nostalgia
y el afinado engranaje avienta su liturgia
en el viaje del bailarín a la libertad.
JMO
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