El pobrecito Zanata era uno de esos hombres condenados al fracaso, un derrotado anticipado... No pudo ser pintor, porque le faltó un color; no pudo ser poeta porque le faltó o le sobró una rima; no sé... Pero todo lo que el pobrecito quería o soñaba ser, era lo que no podía ser. ¡Vivía a contramano perpetua!
La vida le había cambiado los guantes: el de la mano izquierda tenía que usarlo en la derecha y el de la derecha en la izquierda. ¡Siempre le sobraba un dedo! Por eso ¡todo le salía mal!... Hay muchos hombres así, que llevan "la contra" en la sangre: hombres que si instalan una lechería, las vacas dejan de dar leche.
Facio Hebequer, gran artista de la pintura
Frecuentaba nuestra bohemia donde, si bien el aire no era muy limpio, se hablaba de arte, de música, de pintura, de poesía... , de todas esas cosas en las que Zanata había fracasado o "zanateado", como decíamos nosotros.
A la circasiana la conoció allí, en el atelier de Facio Hebequer, donde la conocimos todos. Porque pese a no integrar el equipo, Zanata no faltaba una sola noche a nuestra reunión. ¡Era tan bueno el pobre! Tan bueno que por temor a equivocarse decía a todo que sí. El votaba siempre por la afirmativa.
Era un montón de cosas juntas... Lo estoy viendo, mire: alto, enorme, regalando cuerpo, salud, todo lo que puede regalar un hombre que la única vez que visitó al médico... fue para hacerse vacunar.
Ella no era una mujer vulgar. ¡era ¡La circasiana1... y el bueno de Zanata se enamoró.
Nosotros la queríamos... como diré, la queríamos a pedacitos, por momentos... Teníamos tantas cosas de qué hablar, tantos proyectos en la cabeza, que nos olvidámos de la circasiana y de todo... Pero Zanata no. Zanata no tenía ni siquiera que pensar en la tienda, porque no era suya. ¿Que hoy la venta anduvo floja? ¿Y a Zanata, qué?
Zanata se pasaba doce horas detrás de un mostrador, pero con el cuerpo, nada más. Entre paréntesis, yo nunca pude imginármelo a Zanata vendiendo puntillas con esas manazas terribles, con esos dedos de hombre que jamás desenvolvió un chocolatín. Lo cierto, lo serio, es que Zanata se enamoró de la circasiana y la quiso como un loco, desesperadamente, integralmente, nada de pedacitos.
No sé si ella le correspondía, no sé cómo hacían para entenderse (si es que se entendían); no sé nada. Pero todos nosotros presentimos el drama... ¿Cómo decírselo?... A un hombre se le pueden aconsejar muchas cosas: que deje el cigarrillo, que no beba, que no juegue... Son consejos que no sirven para nada, pero que pueden darse...
Una de las tantas reuniones en el atelier de Facio Hebequer
¿Pero cómo decirle a un hombre que no se enamore de tal o cual mujer? Es lo mismo que aconsejarle que se cambie el color de los ojos... ¡Imposible!... Lo vimos..., mire: lo vimos revolverse como una fiera...
Lo cierto es que una noche, Zanata faltó a nuestra tertulia. La verdad la trajo la madrugada, inesperadamente cuando ninguno pensaba ya en Zanata... ¡Pobrecito!... ¡El trabajo que le habrá costado meter semejante dedo en el gatillo!
Enrique Santos Discépolo. De su ciclo: "Como nacieron mis canciones", radio Belgrano, 1947).
NOTA: Se trata de una historia real como todas las que inspiraron a Discépolo para sus tangos. Enrique y su hermano vivían en la calle Rioja 1861 (Parque Patricios) y frente a su casa tenía su atelier el pintor Fabio Hebequer, que solía animar tertulias literarias y de todo tipo. Entre los asistentes, además de los Discépolo, Juan de Dios Filiberto, figuras de la pintura y de otras artes, estaba el tal Zanata.
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