"Chau, Di Sarli..."
Este músico no había intentado congraciarse con ningún gusto nuevo ni entrar en ninguna de esas corrientes que dicta la hora. Tocaba, al frente de los suyos, en aquel primer tiempo que no le fue propicio, la melodía popular ciudadana que él sentía, que había arraigado en su alma desde su época de pianista en la orquesta de Osvaldo Fresedo y que aún podemos apreciar trasuntada al pentagrama en una antigua página suya que se titula Fresedo, precisamente, y que el letrista subtituló Milonguero viejo.
Cadencia envolvente de los bandoneones, cuerdas armonizantes, vibrante piano conductor... No era distinta, pues, la orquesta de Di Sarli de una década antes, que animó bailarines en los salones. No había sido distinta la de un lustro antes, que de pronto perdió sus posiciones ganadas en el disco. "¿De pronto?... ¡No, en seguida...!" Reproduzco palabras de un joven y entusiasta funcionario porteño de la empresa grabadora:
-Yo era hincha de aquel Di Sarli del 30. No paré hasta que contrataron su orquesta. Y resultó que los discos no se vendían... ¡Las que pasé! Los dirigentes yanquis clamaban al cielo para que se le venciera el contrato y aquel pianista de los "dark-glasses" bajara definitivamente la empinada escalera de la calle Suipacha que llevaba al estudio de grabación. Y cuando la bajó, el Mandamás de la compañía dio un suspiro de satisfacción que me golpeó en la cara como una cachetada. Yo solo atiné a decir: "Chau Di Sarli..."
El piano "antipianístico"
En mitad de los años treinta el tango sufre una tremenda crisis. Los bailarines jóvenes se alejan de su compás, atraídos por otros. Di Sarli, resignado, sigue "galgueando" desde su taburete de pianista, apoyando ritmo de tango auténtico... "aunque vengan degollando"...
Lo inesperado. Una orquesta típica hace una experiencia fausta y comienza su andar resonante. Su pianista explota efectos "antipianísticos", que reconquistan para el tango los pies juveniles. Un peregrino tango sincopado propicia el pase desde el desahucio de la soledad a la cita con las muchedumbres. Al pianista del conjunto sensacional le dan apodo concluyente: "Manos brujas"
Di Sarli no piensa imitarlo en el teclado. Tampoco lo critica. A él le basta con que se hable del tango. Que haya otra vez ansia de tango. Que al girar el dial de la radio aparezca el tango en todas las marcas de la onda. Es justamente la radiofonía la que le ofrece a él y a su estilo la nueva oportunidad. No la desaprovecha. comprueba que que le quedaban hinchas. "¡Siempre tocó lindo!". "¡Qué bien suena!".
La muchachada baila a su compás lánguido, sereno, sin brincos sincopados. El tango es otra vez una declaración de amor. Una música que se oye, y se bebe, y se aspira. Di Sarli vuelve con su tango a la fonografía por una puerta grande de la calle Bartolomé Mitre, muy distinta a la de la escalera empinada de la calle Suipacha... Sus veinte años triunfales -de 1938 al 58- no son "ecos de ayer". están vivientes, con voz actual, en las reediciones de sus discos.
Tanguero y clásico
En su madurez victoriosa, Di Sarli miró hacia el pasado lejano y compuso su tango Bahía Blanca. Es como un alto en el camino, con el pensamiento puesto en la ciudad natal. Allí vio la luz el 7 de enero de 1903, en el seno de un hogar donde lucían las características generosas de la sociedad humana de la joven América:
Sus padres, italianos; de sus hermanos, cuatro también italianos y tres uruguayos. El cura bahiense que lo cristianó, cumpliendo los deseos de Don Miguel Di Sarli y Doña Serafina Russomanno, le impone al nuevo vástago de éstos, el nombre de Cayetano. (Pero ya hombrecito, el nombre no le gustará nada al interesado y se lo cambiará en el registro civil de la Capital Federal por el de Carlos...).
De su hermano Domingo recibió las primeras lecciones de música; las más adelantadas, del profesor Enrique Guzmán, que quería sacar de él un pianista clásico. (Y lo sacó, profesor. Lo sabemos quienes pasamos amables ratos confidenciales con Di Sarli, junto al piano, escuchando cómo alternaba algunas de sus inspiradas creaciones tangueras con el digitar conmovido de trozos de Chopin y Beethoven).
Su tango Bahía Blanca, nació así, en la hora de su plena consagración, sentado al pìano y recordando sus tiempos de adolescente en la ciudad atlántica, cuando ya reunía hinchas de su teclado, y estaba en vísperas de su primera escapada de ejecutante a una confitería o biógrafo de La Pampa, alimentando sueños con las luces de Buenos Aires.
Di Sarli y su gran descubrimeinto: el pibe Roberto Rufino |
La música sedante
Conoció las luces... y las sombras. Saboreó en Buenos Aires las llevadas y traídas "mieles del triunfo". ¡Pero a través de cuántos acíbares!... Y en su bella casa de Olivos, junto a los suyos, también supo lo que es es irse y no irse del todo, en esa larga y consciente agonía del mal implacable, hasta el día en que el desenlace es la liberación. Ese día fue el 12 de enero de 1960.
La vida está llena de anacronismos. Di Sarli peleó francamente por sus favores, y cuando los obtuvo se encontró con que tenía pendiente otra pelea con la gente que es mala y echa encima el sambenito del "malocchio" y la "scomúnica"... Di Sarli siempre estuvo en lucha. Tuvo triste y cruel muerte. Sin embargo, escuchamos en los discos su orquesta... ¡y qué lejos están el rigor, la lucha, la mala suerte, el desconsuelo!
Su música - que de tan pareja en la buena armonía, podrán reprochar de monocorde- es un sedante para los nervios.
Francisco García Jiménez
Y escuchamos esa obra maestra, nostálgica, que le salió del cuore... Grabado el 21 de noviembre de 1957.
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