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miércoles, 8 de septiembre de 2021

El hombre tango

 Corazón grandote, garganta de pájaro

   Así como  lo vio "GENTE" en su intimidad, charlando de su vida, de sus miedos, de su familia. Es Edmundo Rivero, un ídolo. Queremos que usted lo descubra: Un hombre cabal, Son años de trabajo y una sensibilidad maravillosa para interpretar a Buenos Aires cómo sólo él sabe. vio 

   Venían desde todas partes, igual que se habían ido, a caballo o sobre mulas, con familias enteras en las carretas tomando mate y comiendo charqui; a veces, un pedazo de queso. Un tío abuelo de Edmundo, Lionel Walton, murió en una pelea contra los indios ("Tardaban dos meses desde, el Azul hasta la capital"). La figura de ese tío abuelo se enhiesta en los ojos marrones claros del cantor echándose a correr después, en el recuerdo, aventando el fino polvo de la pampa, que parece quedar suspendido, quieto, en el inmóvil aire de unas pupilas que piensan la agonía de su sangre. Como homenaje a ese ascendiente quisieron ponerle Lionel, pero ("Fue un error del escriba del Registro") salió Leonel. De modo que en realidad se llama Leonel Edmundo Rivero, y aunque para el público es Edmundo, para la ternura de su mujer (Julieta Pastore, 19 años de casados, dos hijas), él es siempre Leonel. Entre los dos cuentan cosas sorprendentes. Sobre las premoniciones del cantor, su viaje al Japón, sus sueños de volador, su firme creencia en la inmortalidad. La sangre paterna remonta el tiempo y el Río de la Plata hasta el barquichuelo en que vino junto a la de Solís. Pero es de sus antepasados ingleses que hereda el tinte rojizo de su cabello lacio, los ojos marrón claro y, quizá, la tendencia coqueta de ese bigotito de lord que sombrea un relato de la batalla de Balaklava.

                                   


   No, no es concertista de guitarra, pese a lo que se dice por ahí, pero la estudió a fondo, y uno de sus pasatiempos es tocar a Tárrega, Albéniz o Bach en esa madera vieja que le late entre las grandes manos, fuera del pecho. Ahora, en medio de ese ocio atento salpicado de whisky, el periodista siente que es una entrevista difícil porque ese hombre, se le ocurre, es un pájaro, no sólo porque tiene corazón y garganta de pájaro sino porque todo su aspecto es el de un gran pájaro posado indolentemente sobre una piedra de montaña: su gran nariz de ave carnicera, los ojos chicos y juntos apenas asomados, adustamente, sobre el pico y las plumas rojizas de su copete acomodado en la cúspide del cráneo. "Los grandes pájaros no hablan", piensa, y espera que pase algo mientras come bolitas de queso fino. También papas fritas y dátiles que la atenta y encantadora esposa del cantor ha puesto sobre una "ratona" para acompañar el whisky. "Sí -el periodista oye una voz como un trueno masticado por enormes dientes-, ya sé que es difícil hacerme hablar. Cuando yo hablo parece que estuviese en cana. Me tienen que presionar." El Gran Pájaro ha sonreído ahora y la ternura de su sonrisa de hombre fundamentalmente bueno puede animar a cualquiera. Entonces, lentamente, con la ayuda de Julieta, se desgrana un relato que a veces se suspende no tanto por la modestia y ni siquiera por la timidez sino por esa incapacidad, o disgusto o temor de decir cosas inconvenientes, o inmodestas o inadecuadas.

   El Japón, además de ser el país que nos provee de títulos mundiales de boxeo, es un país tanguero, como ya saben casi todos los argentinos. Lo que no saben los argentinos es todo lo tangueros han sido ("Desde 1920 escuchan tango en Japón, y tienen diccionarios sobre el tango y los tangueros que han sido es de no crees. Si hay un violinista, pongamos, en Bahía Blanca, ellos saben en qué orquesta toca, cuántos hijos tiene, dónde nació y hasta la vida de toda su familia"), son y pueden llegar a ser los japoneses. Los tangos son traducidos del lunfardo a su equivalente en japonés y, por ejemplo, si publican "El entrerriano" acompañan un mapa con la provincia de Entre Ríos. Además, conocen folklore más que nosotros ("El triunfo de Atahualpa en París fue festejado como un triunfo japonés. Hicieron una gran fiesta"). Los recítales tangueros son anunciados en los grandes teatros como "Conciertos de tango". Rivero fue el primer solista de tango que se presentó en Japón ("Cuando llegué yo, diez días después -dice Julieta-, fui recibida por lo que para mi era una muchedumbre, con flores y banderas argentinas y todas esas exquisiteces que tiene esa gente admirable. Es un país para quedarse a vivir y morir allí"). 

   Hay sociedades de tango, claro, que se reúnen los miércoles y se llaman "Amigos de. Buenos Aires". "Los maniáticos del tango", "El tango loco", y cien más. Ellas son las que se encargan de explicar los lunfardísimos ("Turro", por ejemplo, o "Milonguita"). Rivero ganó el ranking de la popularidad en 1967, y ya antes lo habían ganado otros dos argentinos: Francisco Canaro, en 1961 ("Canaro allá es un Buda -explica ahora Rivero-; dirigió, ya viejo, sus dos últimos conciertos sentado y los japoneses lo adoraban"), y Osvaldo Pugliese, en 1965. La gente, cuando cantaba Edmundo, iba a los teatros con la banderita argentina y tienen una peculiarísima manera de aplaudir. Jamás interrumpen en los finales y esperan hasta que se ha extinguido la última vibración ("Yo canté una vez «Mi noche triste» y a la salida vino un japonés y me dijo: «Por qué ha destacado tanto el «la» con la guitarra? Mire que son 440 vibraciones. . .» Cualquier diletante japonés del tango sabe tanto como un músico o un comentarista de aquí"). En fin, ante esa acogida ("Lo que yo he visto que hacían con Leonel... -dice Julieta-; en Hakodate había un japonés, pálido, como queriendo llorar... Alguien le dijo a Leonel que parecía que quería darle la mano. Entonces Leonel fue y lo abrazó. ¿Sabés qué dijo el japonesito? "Gracias, gran hombre") ya está en viaje un empresario japonés para contratar una nueva gira del cantor. 

                                  


   Los japoneses de las islas del norte, en fin, viajaban 400 kilómetros para escucharlo cantar. Ellos también hacen tangos y letras, y el espíritu porteño de Edmundo no pudo dejar de hacerles el chiste que, total, ya hablaban al "vesre" porque tienen una ciudad que se llama Tokio, pero le dicen Kioto. Además, a la calle Ginza Go ("Debe de ser la única en Japón que tiene nombre") la llaman "la Corrientes y Esmeralda" del tango. Y para cerrar el capítulo japonés, Rivero dice que un capitán de barco tenía el camarote decorado con discos de tangos, y que cuando él le preguntó qué significaba el tango le contestó: "El tango es como un corazón que late, y como el paso de dos enamorados en la noche".

   Sí, por supuesto, estuvo en España (1959). Fue por un mes y tuvo que quedarse siete ("Los japoneses saben mucho más de lunfardo que los españoles"), cantó en el Lincoln Center ("Tiene un escenario como de una cuadra que lo hace sentir a uno como una hormiga") donde un público de 2.600 personas lo aplaudió de pie durante tres minutos, pero también cantó en las universidades de Harvard y Georgestown para un público de estudiantes que aprende español. Esa gira comprendió Los Ángeles, San Francisco, Washington, Nueva York y terminó en Colombia.

   Ahora, el periodista quiere saber qué tal es la comunicación que el cantor tiene con su inconsciente: "Muy grande -dice Edmundo-;.tanto, que le doy órdenes para que me despierte a la hora que quiero; se trate de ocho horas o de 15 minutos."

-¿Qué tal los sueños? -dice el periodista-. "Si, sueño bastante. Tengo uno que es repetitivo: sueño que vuelo (¿No te dije, flaco, que era un pájaro?", se dice el periodista). No agito las manos ni nada. Simplemente tomo impulso, doy un salto y vuelo. Desde arriba veo paisajes de tierra y árboles. También de otros planetas. Según parece es un vuelo cósmico". ¿Son sueños placenteros? -quiere saber el bajateclas-. "Si, mucho", contesta el cantor, y la esposa mete su voz por una rendija de la conversación para decir que, además, los sigue cuando quiere. Dice que algunas veces él le dice: "Pará, que me duermo de nuevo y lo termino", después de explicarle que era un sueño que le gustaba mucho.

   Pero la comunicación intensa que con su inconsciente tiene el cantor no se refleja solamente en sus sueños o en las órdenes que se da a sí mismo para despertarse sino también, y quizás más todavía, en sus sorprendentes premoniciones, tanto sea despierto como soñando. Por ejemplo, el día que el periodista estuvo en casa de Edmundo para esta entrevista, fue ese del accidente del colectivo en el Puente de la Noria. Julieta había tenido que ir a Avellaneda. Antes de que se produjese el accidente, Edmundo soñó con la caída a las aguas del Riachuelo de aquel trágico tranvía que llevó a la muerte a más de 80 personas. Un claro sueño premonitorio. "Me pasa que tengo premoniciones casi todos los días -dice ahora el cantor-: por ejemplo, pienso, un día cualquiera, hoy me va a llamar fulano, y el fulano ése es un tipo que no veo desde hace dos o tres meses. Bueno..., al rato suena el teléfono, y es él".

   Ahora Julieta recuerda una cosa realmente sensacional: "Tenia un contrato de palabra, porque él jamás firma nada con una radio. Entonces Invitamos a todos los amigos a la radio el día antes. Pero, por la mañana, nos dicen que la cosa quedó en la nada, es decir que la audición no iba. Cuando estábamos pensando en qué hacíamos con los invitados, si hablarlos para decirles que viniesen a casa o qué sé yo, Leonel me dice: "No hablés a nadie; que vayan a la radio". Leonel, sabes, era muy amigo de Bavio Esquiú, ese encantador muchacho que firmaba "Juan Mondiola". Bueno, Miguel Ángel ya había muerto, y Leonel escuchó clarito su voz que le decía: "Que vayan a la radio". Fuimos todos y, efectivamente pidieron disculpas y la audición fue.

-¿Esas cosas le hacen creer en Dios? -quiere saber el periodista, y la respuesta es-: "En un Dios, una potencia que dirige el cosmos, pero que no se ocupa de la gente. No niego al Dios de los católicos, pero mi Dios aúna todos los dioses". -¿Eso le hace creer que es inmortal? -pregunta el periodista-. "Estoy muy tranquilo sobre eso. No me muero. Para mí la gente no puede morir definitivamente". -¿Y la política?-. "No he incursionado jamás en política. No me interesa, pero si me interesa la libertad". Julieta sirve otro whisky y comenta: "¿Sabés cómo le gustó "Z"?".

   Rivero tuvo un primer matrimonio que puso en el mundo tres hijos: Edmundo, 22 años; Jorge Alberto, 26, y Lijia, 23. Edmundo y Lijia también cantan. De su matrimonio con Julieta las dos hijas: Julieta, 18 años, y María Susana, apenas 7. Cuando la nena canta, el poeta Horacio Ferrer se pone a llorar de emoción. Rivero dice: "Sí, no es una nenita que canta. Es una cosa seria", y la madre, embobada: "Cuando va cayendo la noche Susanita me dice: "Es la hora en que el sol juega a las escondidas con nosotros". ¿Querés qué te cuente algo? Cuando me fui a Japón estaban por reventar los jazmines de la planta que tenemos. Bueno, no reventaron. Cuando volvimos, Susanita me dijo: "¿Pensabas en los jazmines?". Yo le dije. que sí, que seguramente ella los había olido porque por algo tenia ese aliento tan fresco y perfumado. Entonces ella, para que yo también pudiese oler el jazminero sin jazmines le echó un frasco de Arpege encima. Leonel la retó, y ella, llorando, me dijo: "¡Qué raro, él... que es tan bueno!" ¿Vos sabés cómo Leonel se arrodilló y le besaba los pies pidiéndole perdón?". El periodista lo mira al cantor, y él, escondiendo más sus ojos detrás de la narizota, se queja: "¡Mirá las cosas que venís a contar!"

   Esa fragilidad tierna, de hombre bueno y encantador que le flota en la sonrisa, no destruye para nada su imagen de gran pájaro sólido y solitario posado sobre un basamento de roca. Me contó un amigo suyo que una noche un grosero quedó acostado en el asfalto de Maipú y Lavalle previo vuelo por un directo a la mandíbula que le aplicó ese hombre que llora pidiéndole perdón a la hija. Contradictorio como un tango de Discépolo ("Cuánto dolor, me hace reír"), lleno de ternura y suavidades, el Gran Pájaro quieto puede dar un aletazo aterrador. En Japón le han dicho que ponga allá un "doble" de El Viejo Almacén, el boliche que asentó en San Telmo. La idea es que él vaya unos meses por año y contrate la renovación de los elencos. -"Ahora vamos a hablar de eso con el empresario que viene para el nuevo contrato".

Hay que trabajar. El Viejo Almacén espera una voz que el mundo aprecia. En la ciudad que regurgita luces y ruidos hay un hueco artificialmente entenebrecido que ahondará silencio para que ese hombre, ese pájaro, lo llene dramáticamente con su voz.

LEO SALA (Revista "GENTE y la actualidad") 4 de junio de 1970



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