Modo compadre de cantar, modo compadre de vivir, modo compadre de alcanzar hazañas, en todas te inscribís con un estilo ganador atesorado en calles con aire de selva y color de aventura, y en donde pedir perdón era ceder hombría. Por tu vitalidad, por tu fervor, por tu alegría, por tu desenfado, por tu manera clara de exponer el sentimiento, sos de la raza de los poetas colonizadores. Pese al riesgo de que algún pedante se encabrite aguijoneado por el prurito del escándalo, te diría que de haberte interesado por otra temática que no fuese exclsivamente la del barrio y sus criaturas hubieses podido ser una especie de Walt Whitman con antecedentes en Carriego.
Los poetas comúnmente estás devorados por la melancolía. De ella se amamantan y estructuran su vivir. Consiguen como respuesta atrapar unos versos, cincelar alguna imagen, y con eso se engañan, se extasían como pájaros hipnotizados por una copa de verdor irreemplazable. Porque lo más hermoso de la vida no está allí en sitio de clausura, sino en todo lo demás que corre, fluye, brilla y se desparrama en las corrientes generales de las cosas.
A esa madre de enfermos y románticos, de delicados y exquisitos le rendiste obediencia en la medida que correspondía. La calle, la misma calle que a tantos otros convierte en malandrines o en horteras o en guapos de relieve efímero, a vos te dio la necesaria fiereza como para no dejarte arrinconar por el equívoco juego de las palabras, te dio el atrevimiento, el temple que se adquiere en el baldío o en la esquina tumultuosa. como para hacerle un guiño tierno y callejero a las tinieblas que se suelen amontonar entre las sienes de los conjurados del verso y la metáfora.
Kid Cele, ¿a quién le habrás dado el puñetazo más certero en tu corta pero tan comentada carrera pugilística? Pienso que no fue el rival circunstancial que te fijó la cartilla boxística, sino el escéptico de cigarrillo y café que no creía en la demoledora fuerza de tus versos. ¡Qué ganchos, qué uppercuts los de tus letras! Con Mano a mano diste en el plexo de la gloria, con Corrientes y Esmeralda en la mandíbula de la inmortalidad. Hay otros aciertos en tu carrera de autor-boxeador que arroja piñas con indeclinable justeza en el esquivo rostro de la fama. Con lo nombrado basta ¿o acaso no basta un pétalo para denunciar la calidad de la rosa originaria?
Cele, sé de memoria cualquiera de tus letras. desde la prepotente de Margot hasta la rezongona y bravía de Mala entraña. La exactitud de tu léxico es la de un atleta que baja una marca. Sabés definir con certeza sin otra retórica que la que manda tu lunfardo, y en los períodos de cada estrofa te manejás con la comodidad de una paloma en la mitad del cielo. Nadie te superó en oficio, en la maestría de construir leyendas y personajes, adversidades y fortunas dentro del rígido perímetro de los octosílabos. Tenías el poder que se asimila leyendo a los clásicos de la lengua, pero a tu Garcilaso lo educaste en el tango que salpica desde el empedrado, y a tu marqués de Santillana lo convertiste en plebeyo que necesitaban las generaciones de una ciudad portuaria.
Tu cédula de identidad, tu marca de fábrica está en tu canto a Villa Crespo. Allí luce como nunca tu estética del chamuyo letrao, que tantas veces por afectado y pretencioso se aleja de lo verdadero.
Desde hace tiempo hay academias que enseñan a escribir en verso. Desconozco la técnica de la enseñanza, pero una duda me hace abrir los párpados. Estos maestros de la imposible ¿no confundirán gramática con arte, el peso de una frase con los imponderables de una imagen, regímenes de acentuación con el orden angélico de lo inefable?
En ese canto al barrio, Cele, además de cumplir con el primer precepto, que es el de deleitar, introducir como al descuido una academia de poesía en cada cuarteta, sobre la misma marcha de los versos desarrollás tu propio Siglo de Oro entremezclado con la mistonga musa. Nos revelás, en fin, que esta ciencia es lo más parecido a un juego, a una costumbre natural entre los hombres.
Se dice que por respeto a las grandes figuras de tu época preferiste ampararte en el vocabulario de la calle. ¿Será verdad? ¿No habrá sido una astucia de tu parte mezclar lenguaje culto y lenguaje popular, sabiendo que en esa identificación estaba el detonante que reclamarían los jóvenes de un tiempo posteior al tuyo?
Poeta de una milonga escrita para patios, cultor de la amistad papusa y de la lira rante, siempre serás el taura de la canción maleva, el intérprete máximo del arrabal vestido de mistonguería, el bardo milonguero cuyos versos sigue entonando, hoy como ayer, Carlitos.
OSVALDO ROSSLER
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