Este tango, al que le puso una ajustada melodía el violinista Hugo Gutiérrez (también lo acompañó en Después, Llorarás llorarás, Eras el amor, Fruta amarga, Duerme y Tapera), revela esas páginas donde Manzi muestra una exaltación vital, con una fluencia de melancolía y agonía. El autor se refleja en el espejo de una decepción compartida, se sumerje en la espuma del cataclismo sentimental y la tormentosa relación del amor, que tanto lo salpicarían en sus cuarenta y tres años de vida.
En estos versos que nunca dejarán de alimentar nuestra emoción tanguera, confrontan sencillamente las pasiones, los gestos de sensibilidad contenida que al fin salen a la luz irradiando pulsiones de una manera constante. Y aunque el tango está colmado de representaciones de este tipo, la personalidad arrolladora de Manzi en sus distintas facetas de político, escritor, poeta, conferencista, hombre del cine, también nos deslumbra cuando se confiesa a tumba abierta en los lances del amor. Como en este hermoso tango.
Solloza mi ansiedad...
también mi soledad
quisiera sollozar cobardemente.
Angustia de jugar y de repente
sin querer
perder el corazón en el torrente.
Se queja nuestro ayer...
se queja con un tono de abandono
que recuerda con dolor,
la noche del adiós
la noche que encendimos de reproches
y el amor pasó.
Esta revelación íntima revela una vez más la capacidad de Homero Manzi para comunicar la poesía en amplia escala, al realizarla en tiempo de tango, el género que escogió para transmitir su expresión de bardo y así llegar al pueblo directamente y no en libros de versos. Y tanto supo pintar las imágenes del barrio, del arrabal, de los personajes que habitaban aquellos sitios, como los percances del amor y el desamor, justo él que los vivió en profundidad y los va dibujando dolorosamente, en la catarsis final.
Adiós...
La triste y la más gris, canción de amor...!
Ayer...
el último y fatal, ayer final.
Fue mi desprecio, mi desprecio necio
fue tu amargura, tu amargura oscura.
Nuestro egoísmo nos lanzó al abismo
y nos vimos de repente en el torrente más atroz.
Torrente de rencor
brutal y cruel
que ya no ofrece salvación.
Son como cólicos de un amor desesperado en la reverberación emocional del poeta tras el secreto que esconden esas doloridas palabras. Es como un conjuro, como si los momentos vividos se hayan desvanecido en la nada y las palabras cruzadas durante el fogoso romance, nunca se hayan pronunciado. Es como un torbellino que ha atrapado a los amantes. La cognición tras la alteración del pensamiento por la emoción. El ritmo de la música y los versos forman una unidad que alimentan el significado. La poesía desfeliz se hace tango. Un tango enorme.
Hugo Gutiérrez |
Se queja el corazón
se queja con razón
al ver lo que quedó de aquel pasado.
Perfume de rosal,
rumor callado de cristal
y todo es un nidal abandonado.
Solloza el corazón...
solloza como un niño sin cariño
sin abrigo ni ilusión.
Y vuelve del adiós
la tarde en que los dos fuimos cobardes
y el amor pasó.
Este tema que vuelve una y otra vez al ruedo tanguero de la pista de baile o de la emisora radial, tiene un registro que fue todo un hallazgo, y es la versión de Alberto Marino con la orquesta de Aníbal Troilo. Lo grabaron el 4 de octubre de 1944. Justo una semana más tarde, lo llevó al disco Lucio Demare con su orquesta y el cantor Horacio Quintana. También lo dejaron en la placa impresa Carlos Roldán con Canaro, Rivero con Baffa o Goyeneche con La Típica Porteña, entre otros.
Yo acompaño estas palabras con las dos versiones citadas de Troilo-Marino y la de Demare-Quintana.
Torrente- Aníbal Troilo-Alberto Marino
notable creacion de pichuco con la voz de oro que tango dificil para cantarlo ,muy complejo tangazo saludos juan de boedo y dale a las tabas en las milongas jose maria salud
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