"Amo a Buenos Aires desde los años 40"
Buenos Aires me fascinó desde adolescente. Tuve la suerte de vivir en esa ciudad, acompañando a mi padre, que era diplomático, en la década del 40. De esa etapa, recuerdo que me fueron revelados tres misterios fundamentales: las mujeres, el tango, sobre todo a partir de Aníbal Troilo y la literatura argentina, que es la más importante de cuantas se escriben en el mundo.
No fui amigo de Borges, pero lo admiré, entre otras cosas, porque creó un nuevo estilo en la literatura, un estilo que evitó el realismo mimético y el individualismo pico. Esa era literatura de Waterloo, y él creó un estilo de exuberancia verbal e ingeniosidad intelectual. Pero sí fui amigo de Julio Cortázar, que quien conocí en París en 1960:
-Lo llamé por teléfono y fui a su casa. Llegué a una placita parisina sombreada y entré por una cochera a un patio añoso. Al fino una antigua caballeriza se había convertido en un estudio alto y estrecho, con tres pisos de escaleras que nos obligaba a bajar subiendo, según la fórmula secreta de Julio.
Salió a recibirme un muchacho, un joven desmelenado, pecoso, lampiño, desgarbado, con un rostro de 20 años, mirada verde, de ojos infinitamente largos, separados, y cejas sagaces.
-Pibe- le dije- quiero ver a tu papá. -Mi papá soy yo- me dijo.
Cortázar era -fue- un joven eterno, en su aspecto y en sus libros. Estaba con él una mujer brillante, menuda, solícita, hechicera y hechizante, Aurora Bernárdez. Entre los dos formaban una pareja de alquimistas verbales, de esos que durante la noche construyen cosas invisibles cuyo trabajo sólo se percibe al amanecer.
Con Cortázar decíamos que soportaríamos al mundo hasta que lo viéramos mejor, pero el mundo también debía soportarnos hasta que nosotros nos hiciéramos mejores. Esos años de París fueron de fiesta, vino y rosas, cineclubes, jazz (Cortázar era fanático y me enseñó a gustar de esa música), viajes e ilusiones de un mundo mejor, más justo, más equitativo, más tolerante, más feliz, en suma.
Yo instruí a Cortázar para que pudiera cantar Cucurrucucú paloma, pero Julio era negado para el canto, y aún menos para el tango, que yo le canturreaba. Cosa rara en un hombre que amaba tanto la música. Compartimos también ideas revolucionarias, porque, la imaginación, el arte, la forma estética, son revolucionarias, destruyen las convenciones muertas y nos enseñan a hablar de nuevo.
En Julio había ecos de Gardel, Creo que la argentina es la mejor literatura dela mundo hispánico por la calidad y la abundancia de su obra. Autores post borgeanos como Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez, Silvia Iparraguirre... y hay una lista interminable. No hay otro país hispanohablante con tantos buenos escritores, ni una ciudad como Buenos Aires que encierre tanga cultura dentro de su geografía, en nuestra lengua común.
Para más inri, tiene el Tango con sus grandes orquestas, enormes
cantores y poetas que labran poemas musicales que recorren el mundo y se
nos meten en el ama. Y bailar el tango es otra de mis pasiones, gracias
esos años porteños que me vacunaron para siempre.
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