Volverlos a escuchar o bailando esos viejos tangos, siempre nos zambullen en recuerdos, en visiones antiguas, en la radio, los amigos de la barra de la esquina y del Café. Ese entrañable Café del barrio donde nos juntábamos para discutir de fútbol, la partida de naipes, para planear partidos amistosos o combinar la salida a alguna milonga. Sí, el Café era el centro de convenciones que nos aunaba después del trabajo, a la vuelta del encuentro con la novia, en esa atmósfera juvenil en la que no medíamos el tiempo con la tiranía de hoy.
Venían los compromisos, los cambios de la soltería a la independencia de los padres, tal vez la mudanza del barrio, pero siempre había un regreso para el partido del domingo, la despedida de soltero de alguno de la barra o la demanda de novedades. Los procesos nos envuelven en un bucle y evocamos aquella época desde un distanciado presente, en ese lugar donde larvábamos las ansias contenidas.
Por eso me gusta este tango. Por sus versos que esparcen una imagen evocadora y el paisaje musical que los acompaña. Luis Caruso es el poeta que revive aquellas percepciones iniciales, el fervor de lo vivido en conjunto y cómo aquellos momentos compartidos se fueron desvaneciendo en la nada. La ciudad nocturna y bullanguera contempla a los jóvenes yendo tan apurados que no tienen tiempo de ver su trayectoria.
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Luis Rafael Caruso |
Y siempre igual, con sus luces mortecinas.
Un cigarrillo y café para esperar
Ruidos de dados, palabras con sordina
y una esperanza, rodando en el billar.
Es siempre igual, todos los sueños sentados,
sed de llegar, sed del que no pudo ser…
Y siempre igual, el teléfono ocupado
o "Mozo…¿cuánto es?"
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Siempre estaba el veterano que "daba cátedra" mientras tomaba algo a cuenta del grupo... Las sabía todas, pero el mismo traje, camisa y corbata diarios denotaban su crepúsculo triste, por el fracaso en la timba de la vida. Los periplos nocturnos, el chispazo, las historias de una noche en aquella época irrecuperable, se despintan, y cuesta atrapar las minúsculas y sutiles transformaciones de las cosas.
Espera, que se acodó en la mesa,
con triunfos que tardan en llegar
fracaso que pinta una cabeza
con canas, así no sueña más.
Pitada, con pretensión de beso…
Recuerdos con nombre de mujer.
Poetas, yo también hice un verso.
¡El verso que nunca le diré!
Vuelvo al café, ya no soy aquél que era;
tal vez los años, cansancio o que sé yo,
vuelvo al café y en su mesa de madera
no he de emprender nuevos viajes de ilusión.
Y es siempre igual, todos los sueños sentados,
un nuevo autor que anda en busca de laurel.
Y siempre igual: el teléfono ocupado
«Express»… «Marche un cortado».
Y: «Mozo…¿cuánto es?»
Me gusta la pintura de Luis Caruso, y Arturo Gallucci le adosó la melodía que agita el declinar de todo un mundo soñado en las mesas del café. Ese espacio mítico que nos agrupó en un ayer del tiempo, y que ha perdido el fascinum juvenil. Los protagonistas del pasado se han convertido en pasado y los sueños dormitan en las traqueteadas sillas del Café.
La orquesta de Ricardo Tanturi con Enrique Campos le sacó lustre a este tango. También la de Lucio Demare con Raúl Berón y Alberto Castillo acompañado por la orquesta de Emilio Balcarce. Y acá traigo esta otra versión de Orlando Goñi con su orquesta que duró tan poquito, y el cantor Raúl Aldao, grabada en 1944.
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