Horacio Ferrer en su libro El Gran Troilo cuenta cómo –meses antes de anochecerse–Pichuco le obsequia un poema de su autoría, el que solía recitar por milonga en la intimidad de las sobremesas haciendo explícito no solo el manejo del lunfardo sino también el del ritmo y el metro (versos octosilábicos). Lo bautizó Caliente, y por amor a lxs que coleccionan figuritas troilianas aquí va el texto completo:
Milonga linda o fulera
empilchada o bien rasposa,
caliente como baldosa
que le da el sol de verano.
Más caliente que aquel tano
que lo afanaron debute
como el loco Farabute
cuando oyó ¡macho! Y dio el grito,
más ardiente que Benito
pintando en Pedro ‘e Mendoza.
Caliente como el espiedo
que da vueltas despacito
mientras mira desde afuera
tiritando, un pobrecito.
Hirviente como la vieja
cuando le tocan la cría,
ardiente, terca y pareja
como esta tristeza mía.
Milonga del loco Papa
de Sebastián, de Azucena,
la ñata más gaucha y buena
ardiente como una brasa,
quemante como el que pasa
sobre su cara una astilla
para entibiar la mejilla
cuando la bordona arrasa.
Celosa como leona
que le tocan al cachorro
cuando apuntado por chorro
se lo alza la policía.
Dijo alguien y ese sabía
sin ser muy inteligente,
que la madre siempre es madre
cuando está el fierro caliente.
Milonga mía y chiquita,
que te juné desde pibe,
cuando apoyado al aljibe
que no tuve, te escuchaba.
Ya entonces adivinaba,
que hoy que te canto en el centro
todo es tuyo, más que tuyo
el fuego que llevo adentro.
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