La mítica compañera de El Cachafaz
En
aquellos ambientes iniciáticos del tango, de caña fuerte, de humo de
tabaco espeso y ordinario, de competencia bravía, camorrera, la mujer
apenas despuntaba su presencia a través de prostitutas extranjeras —en
su mayoría francesas— o chicas del interior conocidas popularmente como
chinas.
La danza porteña nació bastarda, machista y orillera y a
las féminas les costó su tiempo franquear esas puertas prohibidas
incluso para la sociedad pacata de la época. Pero el tango supo
esperarlas y les dio el salvoconducto en su aduana a las musas
milongueras que venían a iluminar las nuevas pistas bailables en salones
y clubes que desplazaban a academias, bailongos y cabarutes.
El Cachafaz y Carmencita |
Para ello debió abandonar la procacidad de sus movimientos, transformándolos en una sustancia íntima, sensual, recoleta, que abarcaba a una comunidad cuyos sentimientos eran intransferibles y donde machos y minas compartían una pasión común. Uno y otro creaban al compás de la música, el hombre llevando, marcando compases y pasos, la mujer interpretando el modo de devolver y disfrutar en su cuerpo lo que el bailarín le estaba proponiendo.
Y en este rincón nos reconforta traer por las coordenadas del recuerdo a esa viejecita que se nos fue hace muy poco, llamada Carmen Micaela Riso de Cancellieri, aunque artísticamente al haber adopatado el apellido de su abuela materna española, se la conoció como Carmencita Calderón y que durante años fue pionera y arquetipo, en la sala y el escenario, en academias, en cine, en giras, acompañando a bailarines de luenga fama y desafiando los prejuicios de la época, porque no sólo el tango era machista.
Me gustaba tirarle de la lengua para que hablara de aquellos tiempos en que se la admiró tanto:
-Hoy día hay muchos bailarines como el Cachafaz, y bailarinas completísimas...
-¡No diga eso, por favor! El Cacha fue el más grande de todos —respondía exaltada—. Nadie ha hecho los pasos de él, nadie fue tan elegante, nadie inventó tanto...
Carmencita, como le llamábamos todos, fue una
reina pero el marketing de la época no daba más que para una jubilación
mínima. Aprendió a bailar a los 13 años en casa, con su hermano Eduardo y
no soñó jamás con un futuro de bailarina profesional. Una noche de 1932
acompañó a las dos hermanas menores a bailar al Club Sin Rumbo en su
barrio de Villa Urquiza. La madre había muerto joven y ella acudía en
calidad de celadora, aunque tenía nada más que 27 años. Unos amigos que
conocían sus habilidades la pincharon para que bailara con un habitué de
mucho prestigio.
-Era un señor italiano, pelado, que había
quedado viudo hacía poco. Ahí me acordé que yo había visto pasar el
cortejo desde la ventana de casa, en la avenida Constituyentes. No me
parecía nada del otro mundo, así que les hice caso y bailé con él -recordaba Carmencita.
El bailarín en cuestión era nada menos que Tarila -José Giambuzzi- maestro de muchos destacados, que después de unos cuantos tangos, le hizo una proposición.
-¿No querría usted bailar conmigo en mi Academia y con El Cachafaz en la suya?
Cachafaz
fue la palabra mágica y, al día siguiente, estaba ella en el café de
Corrientes y Talcahuano donde paraba El Cacha todas las tardes y donde
le presentaría a su gran amigo, Carlo0s Gardel y a otros de su barra como Alippi, Muiño o Tito Lusiardo, pues la primera mesa de la confitería era su secretaría.
El Cachafaz era feo, picado de viruela, tenía una pinta casi patibularia, que
lograba desvanecer cuando patinaba sus charoles por el encerado y a su
lado como abrojito prendida, Carmen completaría el rubro más
emblemático. Debutaron con la orquesta de Pedro Maffia en el Teatro de San Fernando, hicieron numerosas giras, sobre todo con Canaro y su Historia del Tango, y la última presentación juntos fue en 1942 en Mar del Plata.
Después de bailar "Don Juan",
en los camarines, El Cacha —55 años—, caería fulminado de un síncope.
Ese año 42, en un Palermo Palace atestado, con la orquesta de Ángel D'Agostino—que también era bailarín— y la voz de Ángel Vargas, Carmencita fue aclamada por los milongueros, haciendo pareja con El Pibe Palermo -José María Baña-.
Siempre
supo que dejarse llevar por un hombre en la pista o el escenario no es
subordinarse o ser sometida por el macho, sino aceptar su conducción
para poder bailar. Y así, mientras el brazo como una serpiente se
enrosca en el talle que se va a quebrar, ella, en trance, navegando en
la latitud del pentagrama, ignorando a veces el alarde sombrío de
algunos hombres, improvisaba con ellos figuras y dibujos complicados que
despertaban admiración.
Surgida de la escuela popular, de los
salones y clubes barriales, su lenguaje corporal era único, henchido de
sentimiento y de una bizarra simplicidad que no se aprende en academias.
No fue mujer ni amante del mítico Cacha, que siempre la trató de usted,
aunque le llevaba 16 años de edad. ¡Jamás ensayó coreografía alguna! Y
recordaba a su madre como la maestra secreta:
-Siempre me decía: "Levantá
la cabeza y no mirés al suelo" , y me corregía la postura. Murió con 39
años, pobre, y mi padre se murió sin saber que yo bailaba tangos, porque
estaba muy mal visto.
El tiempo la gastó como a cualquier
criatura pero su magisterio de avanzada pergeñó a futuro que la
milonguera sabe dejarse llevar validando la propuesta del varón que
baila bien. Y que merced a su sensibilidad tanguera, a su entrega y
dedicación, con su propio estilo y convicción, logrará junto a él una
emoción intransferible.
La vi bailar ya muy mayor, junto a Juancito Averna,
y mantenía ese fuego interior, notable precisión en el ritmo ,
moviéndose al compás de la música y de los erráticos dibujos que le
proponía su joven compañero, con una emoción antigua y renovada. Bailó
con El Cacha en la película Carnaval de Antaño, de 1940, estuvo 10 años
junto a él, acompañó a otros bailarines y es reconocida generosamente
por sus sucesoras.
Carmencita trasmitía ese tango que se silbaba y
se tarareaba por las calles y que su madre cantaba mientras lavaba la
ropa. El que se caminaba por las pistas porteñas sin ganchos ni voleos
espectaculares, pero con un abrazo intransferible, único, deslizando la
suela por el piso, sin verso ni franela, porque por sobre todo lo
primero era bailar y sentir el fueye del Gordo, el piano del Tuerto o el
compás de Juan D'Arienzo.
Carmencita
siguió sumando, falleció centenaria, y al recrearla en ajadas fotografías ,
homenajeamos en su persona a todas las milongueras que acuden en las
pistas al llamado ancestral del tango.
José Gobello la definió
así: "Vos sos la piba sin tiempo / milonguera de alto rango, / sos
eterna como el tango que te lleva en su compás. / Carmencita Calderón las baldosas se estremecen / presintiendo tus quebradas, tus corridas, tus sentadas / cuando invitan a bailar".
Amén.
(La escribí originalmente en la revista "Gilda" y se publicó en "Todo Tango")
Podemos ver a El Cachafaz y Carmencita bailando en la película "Tango", del año 1933, dirigida por Luis Moglia Barth. Lo hacen al compás del Conjunto de la Guardia vieja, comandado por Ernesto Ponzio, en el cual se divisa a Juan Carlos Bazán con su clarinete.
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